“…Si no habéis estado allí, no creo que la mera palabra escrita pueda trasmitiros completamente esa vibración, especial y única, que se genera entre los hermanos y hermanas que allí se reúnen”.
Dave Godin, gurú del soul.
Fuego, palabra, vida y muerte. En definitiva, Historia.
Llamaradas de energía las que exhumó Ryan Shaw, su banda primero y el equipo que comandaba Tito Jackson después, para recrearse en el sentimiento que había grabado la historia de la discográfica Motown desde que Berry Gordy la fundara en Detroit en 1959. Resplandor cegador, brillante y atemporal el de la primera compañía de discos que pertenecía a un hombre de raza negra en lograr decenas de éxitos en la lista de Estados Unidos, apuntando directamente al crossover del mercado blanco. Era el lado más comercial del soul y a la vez el más brillante y monumental (uniendo perfección en las voces y arreglos); no hay más que ver lo cercanas que se han hecho muchas de sus míticas canciones. Y sus compositores-productores Holland, Dozier, Smokey Robinson y Norman Whitfield fueron los que hicieron mezclar este soul (de inequívoca naturaleza de color) con elementos del gospel, mientras evitaron los sonidos sucios del rhythm & blues, que el público blanco era tan reacio a aceptar por aquel entonces.
Ryan Shaw, con sólo 28 años, se comporta en el escenario con una soltura envidiable y la seguridad que le dan tanto sus músicos en directo como la herencia de las letras y ritmos de los que se sirve, en un concierto donde el lado contemporáneo del soul y el pop convivían con la extraordinaria voz de su solista, abrazando las potentes líneas de bajo que, por otro lado, es característica incontestable de los productores antes citados.
Es sensacional la manera de modular la voz de un Shaw adscrito tanto al reggae de “Many Rivers to cross” como el gospel-rock de “Nobody“. No sé cansó en invocar al amor como referencia trascendental en el mensaje de sus canciones. Más que significativo será que cinco de los doce temas de su disco lleven la palabra “love” en su título. Así, “We got love“, recuerda mucho a todos aquellos artistas que se han sumado a la suavidad del soul por el lado más comercial y, por lo tanto, accesible. Y aquí peca de ingenuo. Pero la poca creatividad de algunos ritmos en sus melodías quedan salvadas por esa voz, que hace olvidar el tono a “deja vu” de las bases sonoras que le hacen enviciarse en esquemas repetidos.
De esta manera, haciendo participar al público de su misa confesional, entre la balada dócil de “I am your man” y el ritmo más ágil y pretérito de “Do the 45“, osciló su directo, que hacía calentar los motores de los padrinos que se le venían encima.
Se me antoja una carrera rutilante para Ryan Shaw, sobre todo en su terreno, los Estados Unidos. Que aún no llega a quemar en su directo, pero con unas canciones mejores y menos enfocadas a las normas de estilo, puede conseguir sorprender e incluso pellizcar un trocito de leyenda a la música soul-pop en años posteriores. Al tiempo.
Tras diez minutos de espera, a muchos se les abrió el cielo. Y no sería por la aparición de Tito Jackson, que lo haría seis canciones después de que The Funk Brothers Band, aquellos que vendrían de la escena jazz de Detroit, (véase la película documental “Standing in the Shadows of Motown“,2002) abrieran su sesión con la legendaria” Papa was a Rolling Stone“, popularizada por The Temptations.
Tras ella, un bombazo en toda regla, donde más duele: “Uptight” de Stevie Wonder. Tocada de forma impecable por los diez músicos (tres voces) que ocupaban el escenario. Esto no podía parar. Y así, de la chistera era fácil sacar palomas y conejos de la suerte: “Heatwave” de Martha Reeves and the Vandellas, hace que, una de dos, o te quedes sentado mirando al cielo ó saltes de la butaca como una bala. Y por lo segundo optó el público madrileño que llenaba el recinto. Y si persistes en embestir e incitar con The Supremes la entrega puede ser absoluta. ¡Qué fácil puede llegar a ser con esta mina que tienen entre manos la Motown!. Y se pueden tocar de mil maneras estas canciones. Pero el grupo lo hizo teniendo en cuenta el respeto y la cuidada manera de manejar este puñado de obras maestras. Las canciones no las alargaban y los instrumentos, sobre todo los de viento, sonaban igual que en las grabaciones, en los momentos justos; como contrapunto orquestal al acompañamiento de las voces.
Tras llamar de nuevo a las puertas de Marvin Gaye, apareció uno de los miembros de The Jackson five. Tito Jackson, de impecable traje (luminoso) blanco y bombín negro, agarró el micro despacio y no tardó en dedicar el concierto a su hermano fallecido. No iría a hacer alarde de nada, simplemente a tocar, que para eso hizo historia con sus hermanos. Y eligió el camino más sencillo: directamente hacia una de las canciones más divertidas del quinteto histórico, “Rockin’ Robin” para el jolgorio de los asistentes, que no esperaban de él nada menos. Tras ella “Abc“, revisitada con otras clásicas del grupo. Tito no había venido a dar clases maestras de soul-pop histórico, sino a tocar lo que se sabía de memoria. Y sin memoria no se vive; por eso, agarrándose a esos temas que han hecho historia en la música popular de las cuatro últimas décadas podía meterse al público en el bolsillo.
No nos engañemos. Tito Jackson no es, sobre el escenario, ningún divo ni un superdotado; actúa como un hombre al que parecen pesarle los años y las ausencias. No quiso hacer algo divertido rememorando el pasado, sino digno de elogio.
Se va y tras él, de forma matemática, suenan los acordes de “What’s going on” de Marvin Gaye, que sonaba a signo de deuda con el destino. Una canción que, tocada así de elegantemente, parece que no la hemos escuchado un millón de veces; es algo impoluto, crece el humo alrededor, da igual que venga alguien del infierno a vernos, sólo existe vida alrededor de esas notas, elevadas a los altares de las cinco mejores canciones de la historia de la música, entre listas y listas de críticos nacidos y por nacer. Después del impacto, otra cantada también por Marvin Gaye, en su segunda o tercera versión, ya que la primera fue interpretada por The Miracles. Me refiero a la brillante “I heard it Through the Grapevine“.
Y tras un pequeño bis, con dos canciones, una de ellas ésa que invita a la felicidad perpetua titulada “My girl” de The Temptations y “Shotgun” de Junior Walker y The All Stars se cerró la sesión; algunos, echando de menos alguna excelencia de, por ejemplo, The Four Tops. Su “I can’t help myself (Sugar pie, Honey bunch)” es, para el que esto suscribe, una de las más excepcionales canciones salidas de esa mina tan imprescindible para entender una parte de la mejor cantera de artistas que ha dado la música a un estilo de hacer canciones llenas de color y de vida; es decir, de Historia, con mayúsculas.
Texto: Ángel Del Olmo
Foto: Almudena Eced