Nueva York era un punto de eclosión musical realmente brutal, aunque su concepción en los años 60 de la psicodelia se dejó manchar por la incontable cantidad de movimientos que fluían tras cada esquina. Y no únicamente en lo musical el movimiento mutó, también sus mensajes en forma de jugosas letras cobraron otro significado. No hay que olvidar que estamos en la cuna de los maestros de la creación, en el auténtico reino de Tin Pan Alley.
Este lugar “santo” llegó a ser lo más parecido a un tótem alrededor del cual se reunía el mayor número de compositores y arreglistas por metro cuadrado de Estados Unidos. Era la meca de los éxitos radiables, al mismo tiempo que la máquina de sueños convertía cada tonada por salir en una pieza intemporal. Tin Pan Alley estaba situada originalmente en un área conocida como Union Square, y el lugar sería centro de peregrinación para todos aquellos que pretendían observar bajo las empapeladas paredes yanquis. Aun así, existían proyectos que cual rara avis se distanciaban de todo aquello para capturar una esencia todavía sin parir.
The Godz optaron desde un principio por dar la espalda a la escena rockera “comercial” y adentrarse en los terrenos pantanosos de la vanguardia y la locura más descarriada. El cuarteto liderado por el guitarrista Jim McCarthy desató durante apenas dos años el absurdo musical más pronunciado a este lado de Syd Barrett. Contact High With The Godz (1966) era la primera salva de material incoherente y en su mayor parte improvisado que dejaba en pañales a los mismísimos inicios de Pink Floyd. Godz Two, de 1967, no sería diferente aunque anunciaba la nueva dirección de The Godz hacia terrenos más convencionales. Pero la novedosa orientación no tomaría forma definitiva hasta el año siguiente, cuando el grupo volvía con The Third Testament. Alien y Godzhunheit (ambos de 1973), y Godz Bless California de 1974 supondrían los últimos estertores de una banda que, al menos conceptualmente, presagió el movimiento punk.
Pero la chulería modernista no termina ahí, ya que aún quedaban significativas historias sesudas que podrían competir con leyendas ácidas como Hawkwind. Desplacemos el sofá y miremos qué se esconde tras los muebles del salón. Para algunos, pioneros del space rock neoyorquino; para otros, psicodélicos tomadores de pelo. Curiosos, en suma. Silver Apples resultó ser un dúo artístico bien conformado que jugaba a la diversión musical. Simeon Coxe (conocido en aquellos días como la figura desconocida y fantasmagórica Simeon) y Danny Taylor crearon un sueño bizarro que iba mucho más lejos de lo soñado por la psicodelia a secas, apuesta mojada en la electrónica por llegar.
Ellos se metieron en el bolsillo a la escena más freak e innovadora, y aseguraban lindezas estrafalarias como la de tocar con todas las partes de su cuerpo un oscilador de nueve canales de audio. De esta manera despidieron entre jolgorio y mofa la caída del rock psicodélico, apoyándose en dos álbumes, Silver Apples (1968) y Contact (1969), listos para dejarles en el limbo por los siguientes 30 años. Cada uno siguió su camino y tendría que ser la explosión experimental de los 90 las que les devolvería con nuevas galas y trabajos en estudio. Eso sí, que les quiten lo bailado. Por lo menos el valor a la hora de jugársela está todavía en las cabezas de los seguidores que reverencian sin miedos los balbuceos de la criaturita que era en aquellos coletazos de década el rock espacial.
GODZ APPLES
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Sergio Guillén