Una vez, Frank Sinatra dijo, a propósito del Rock and Roll que “huele a camelo y a falso. En su mayor parte lo cantan, tocan y escriben unos cretinos mentecatos.”
Pensado lo mismo, no nos hubiésemos acercado, la casi media entrada de diseminados que nos encontrábamos en la Sala Caracol, para ver las muy diferentes actuaciones de los tres grupos en vivo.
Serían protagonizadas por guitarras y batería; esta última, la gran estrella de una noche “headbanging“.
Primero fueron El Páramo los que, armados con un atronador muro de guitarras, presentaron sus temas en una propuesta difícil de digerir para aquellos que no fueran adictos al rock duro; pero impregnado a ratos de descansos melódicos que agradecían el cambio de ritmo en su muestra arrolladora de tres guitarras, que armaba su primera línea de fuego. Tras ella, su excelente batería se dedicaría a apuntalar un sonido fiero, certero pero a veces irregular y repetitivo, que completaría los temas de su abrumador directo. Sus canciones, por lo reiterativo llegan a cansar. Quizá no digan lo mismo sus seguidores, pero la aspereza de su puesta en escena es un lastre duro y complicado, que tras media hora explota incesantemente por su lacerante ruido y la rudeza de sus instrumentales composiciones.
El “segundo asalto” lo presentaba el trío madrileño Rosvita que, siendo “harina de otro costal”, jugaba también con la guitarra y batería (también magnífica) en clave “post-punk” pero acompañado del tercero en discordia: unos teclados que partían como base para diferenciar lo divertido que podían haber llegado a ser, y que no fueron. Abusaron de las programaciones en lo descarnado de sus composiciones, golpeando el sonido y no dejando que las melodías se escucharan con nitidez. Sus temas ruedan entre el desconcierto que producen los chillidos de su batería y cantante y la colección de golpes que le dan a los teclados; pero sin regalar el ritmo juguetón que podrían entregar en vivo. Lo que pudo ser y no fue. Se pierden en un marasmo de sonidos y no encuentran la melodía perfecta en lo esquivo de las canciones. Sólo les fata un paso para eso; lograr limar su directo y allanar el camino para afianzar algo igual de explosivo (que ya lo hacen) que ocurrente y cachondo.
En cuanto a Retribution Gospel Choir (en la foto), cabe imaginar que su cantante y guitarra Alan Sparhawk tenía una cuenta pendiente: la de no esconder las ganas de guerra que tenía, llenando con fiereza la desolación de su grupo hermano, los geniales Low. Aquí su compañero y bajista en aquella, Matt Livingston, hace de guía soberbio. Y su genial batería, Eric Pollard, lo propio con el ritmo nada sesgado y sin artificios que defienden con autoría. Y ahí está, para los que aman las composiciones de Low más crudas, un ejemplo enfatizado de tono, el de “They knew you well” (esos susurros cantando el título de la canción son un paradigma clarísimo de la herencia de la banda) y “Breaker“, donde su líder explaya su destemplada voz sin compasión posible. Pareciendo querer llenar el vacío que rezuma el “slowcore” de su banda origen, Retribution Gospel Choir es la alternativa de rock seco y directo que genera la simbiosis entre estos dos grupos. Con su disco de debut, el trío de Minnesota es una apuesta segura para aquellos que, no sólo ansiaban el lado más fiero de Low, sino la opción más contundente que puede dar de sí un buen grupo de rock tan intenso como melódico.
Texto y fotografía: Ángel Del Olmo