Como bien es sabido, hay dos clases de música. La primera es esa que llega a ti aunque no quieras. Esa que te bombardea desde todos los ángulos de la existencia a través de la persuasión mediática. Esa va ligada a la manipulación y en la mayoría de los casos, a la vacuidad. Es la música comercial, claro. O mainstream, que queda más pro. El equivalente social, o mejor dicho asocial, es el de sentarte en el sofá a ver la televisión sin preocuparte de la programación. Tragar mierda sin pensarlo. La otra opción que tenemos es esa la que hay que buscar, la que no llega a tus oídos sino que tienes que indagar para encontrarla. Hay que escarbar en revistas especializadas, Internet, programas de P2P, emisoras independientes o aplicaciones streaming para toparte con una canción que te vuele la cabeza, que te llegue de verdad y conecte contigo; una canción que parezca que hicieron para ti. Con esto no quiero decir que una sea buena y otra mala, simplemente son…diferentes.
Esta reflexión se me ha ocurrido al echar la vista atrás y ver cómo han ido los conciertos de las últimas semanas. El hype Kitty, Daisy & Lewis del que hablaba el otro día reventó la sala Joy Eslava y a partir de ahí todos los conciertos de música, digamos, más independiente han sido un auténtico fracaso de asistencia de público. El primero de la lista fue este, The Muggs en Wurlitzer Ballroom. Apenas 50 personas para disfrutar de auténtico Rock and Roll en la noche del viernes. Pero no fue el único socavón de la agenda ya que le siguieron Accelerators, Agnostic Front y Street Dogs, todos ellos palmadas insostenibles para los pequeños promotores que los organizaban. Los cuatro fueron verdaderos bombazos rockeros, infinitamente más auténticos y llenos de vida que el de los hermanitos rockabillies. Pero así son las cosas, la buena música hay que buscarla, hay que arriesgarse por ella y desearla con fuerza. Está donde menos te lo esperas pero por suerte, está. Aunque no será por mucho tiempo si las cosas siguen así…
Esta era la segunda vez que los Muggs nos visitaban, ya que la anterior fue hace tres años en una gira conjunta con los Paybacks. Se autoproclaman “el grupo más feo del mundo” pero bueno, no es para tanto, la verdad es que los he visto mucho más feos. Aunque, eso sí, ese calificativo les hace más justicia que a ese grupo finlandés de Punk Rock llamado Anal Thunder. Ellos se hacen llamar “la banda más sexy del mundo” y cuando ves que el guitarrista, completamente desnudo en mitad de su propio concierto, intenta restregar su cebolleta contra ti, automáticamente tomas la determinación de que su claim resulta un poco pretencioso. Volviendo a los Muggs, en esta ocasión vinieron para presentarnos los temas de su nuevo trabajo, On With The Show. Se formaron hace una década y para el que esta sea la primera vez que lee algo de ellos, se trata de un trío compuesto por el guitarrista y cantante Danny Methric, el bajista Tony DeNardo y el batería Matt Rost. Son unos apasionados del Blues y el Rock de los 70. Tienen una variedad enorme de influencias, desde Led Zeppelin y Cactus a Humble Pie y la tradición más purista del Blues.
Nada más verles saltar al escenario con una sonrisa pintada en sus rostros te transmiten el sentimiento que les ha llevado a estar ahí. El público se vio contagiado por su espíritu al instante. Un público que, además de escaso, era de los más particulares que he visto en un concierto de Rock. No sé por qué, pero aquello parecía un guateque de Kazajistán. Pero bueno, como iba diciendo, echas un vistazo a una sala medio vacía y puedes pensar, pues tampoco es gran cosa lo que The Muggs han conseguido. Pero nada más lejos de la realidad. Hay algo que llama la atención del backline y es que en vez de un bajista te encuentras a un teclista. Pero DeNardo es bajista, ¿no? La explicación está en la principal historia de la banda. Resulta que un año después de que se formaran, cuando ya habían empezado a funcionar como grupo, sufrieron un varapalo que podría haberlo tirado todo por la borda. DeNardo sufrió un derrame cerebral que le hizo perder el habla y la movilidad en la parte derecha de su cuerpo, incapacitándole para tocar el bajo, por lo que empezó un largo proceso de rehabilitación. Sus compañeros de grupo, que no querían sustituirle, se embarcaron en otros proyectos mientras esperaban su recuperación. En este periodo es cuando el guitarrista Danny Mehtric se unió a The Paybacks. Gracias a la recomendación de su amigo Matt Smith de Outrageous Cherry, DeNardo cambió su bajo por un Fender Rhodes con el que le era posible tocar las mismas líneas de bajo, y así nació una versión renovada del grupo. En el 2005 lograron publicar su primer trabajo. De modo que su historia es la de un grupo que hace parecer a la mayoría de formaciones musicales meros mercenarios. Ellos son la materialización más pura del amor al Rock, de la cohesión más firme que uno pueda imaginar entre hermanos. Ellos son unos grandes y se hacen llamar The Muggs.
Danny Methric es alma que mece la orquesta. Es uno de esas personas que tiene riffs en lugar de glóbulos corriendo por sus venas. En directo desprende un aura especial que contagia a cualquiera que se exponga a su hipnotismo. Gracias a artistas como él Detroit sigue siendo uno de los principales focos de talento en el que nacieron mastodontes como Ted Nugent o Grand Funk. Demenciales todos y cada uno de los trallazos, a medio camino entre el Blues-rock y el Hard Rock, que hicieron vibrar el Wurlitzer aquella noche. Un repertorio nutrido con sus dos discos de estudio, “Said & Done“, “Slow Curve“, “Need You Baby” o la serpenteante “Never Know Why” que acabó desembocando en una jam megalítica.
Methric es la cabeza, pero no nos olvidemos de los brazos de los Muggs. Por un lado, una batería endiablada que no descansa ni un solo momento. Pegada brutal que se enloquece al ritmo de los punteos del director. Por otro lado, el gran DeNardo y su bajo con teclas. Cuesta imaginar que su matemática digital pudiera sobreponerse a un derrame, pero cuando el fuego está dentro por algún sitio ha de salir. En este caso lo hizo en forma de temas como “Doc Mode” y las geniales versiones con las que nos sorprendieron, “Used To Be” de Rory Gallagher —quizá demasiado extendida- y “I’m A Mover” de Free.
Os preguntaréis, ¿es la banda perfecta? Pues hombre, no. Pero tampoco les hace falta, porque sus imperfecciones son parte de su magia y hasta eso me gusta de ellos. Si hay dos cosas de las que se les puede acusar es de ser quizá demasiado repetitivos y que el torrente de voz de Methric no es precisamente prodigioso. En directo alargan los temas en exceso y todos son parecidos entre sí. Sin embargo, eso es precisamente lo que hace que flotes con cada armónico sin que puedas darte cuenta y si realmente eso fuera un contra habría mirado el reloj en algún momento de la hora y media larga que tocaron. Y no lo hice ni una sola vez. En cuanto al apartado vocal, se nota que la extensísima gira peninsular —nada más y nada menos que 12 fechas- hacen mella en cualquiera. Recorrerte tantos bares por España siempre es sinónimo de excesos y diversión. Y la diversión resiente. Suerte que la versión rockera de Woody Allen logra suplir su deficiencia en las cuerdas vocales con las cuerdas de la guitarra. Su virtuosismo te sacude como una bestia parda. Y el conjunto es lo que realmente importa, y éste te vuela la cabeza sin mediar palabra.
De todo lo que pude ver esa noche, me quedo con esa pieza maestra llamada “Just Another Fool” y la demencial “Get It On“. Poderío destilado a raudales, revestido a su vez con una gran simpatía y comunicación. Intensidad, potencial y brillo rockero. Y qué más puedo añadir, fue un gran concierto de Rock and Roll, que espero repetir muy pronto. Ah, sí, creo que esta vez cerraré la crónica con una recomendación. Danny Methric tiene también otro proyecto que es igual de interesante, se hacen llamar Rumpshakers y están a caballo entre los Black Keys y el Blues americano más añejo. Cremón refinado, señores.
Texto: Javi JB
Fotos: Alfredo J.