Se abre el telón y aparecen los padres del grunge abrazados a los hijos del nuevo glam-rock: ¿cómo se llama la película?. Podría titularse de muchas formas, una de ellas la que diera respuesta a las cuestiones de si, después de tantos años, se justifica la buena forma de un grupo y de si (siguiendo publicando canciones) saben reflejar su pasado en vivo como lo hacían cuando la fama les dio gloria y luz. Por eso, más de uno nos acercamos a ver cómo dos grupos eran capaces de subrayar las canciones que muchos de nosotros hemos escuchado y seguimos haciéndolo.
Pixies, que tienen en su haber el monumental “Doolittle” – ¿quién duda de que no sea uno de los mejores discos de rock de la historia?- , y Suede un primer álbum más que sobresaliente y una obra maestra incontestable (“Dog man star“), además de una serie de descartes sublime (“Sci — Fi Lullabies“), son dos grupos que luchan por seguir vivos con dignidad y mantener un legado del que son dueños y señores.
El concierto de Pixies fue irregular en su forma, no en su contenido. Con un buen sonido y su muro de guitarras, son conocedores de que sus canciones más populares las guardan para salpicar los mejores momentos de su directo. Cosa que saben de sobra desde que nació el grupo en 1986.
Sin participar de un entusiasmo que me parece un tanto desigual en su propuesta en vivo, suprimiría de la elección de su repertorio aquellas baladas que no llegan a cuajar y se quedan en un medio tiempo deslavazado, además de unas nuevas canciones bastante flojas. De Pixies prefiero el ruido, la forma, la rabia. El resto me sabe a poco. Por eso funcionan mejor, por familiaridad y calidad, las cumbres asombrosas de sus arañazos rítmicos y gritos vestidos de punzantes sonidos sin trampa alguna, los desgarros de su bullicio sonoro, que aún muchos les sitúan como reyes de un descaro de rock que sólo ahora Sonic Youth ha sabido llevar a buen puerto. Así, “Monkey gone to heaven“, “Wave of mutilation” ó “Where is my mind?” son las gemas que dan esplendor y lucen mejor que nada para dejar un buen sabor de boca y seguir confiando en ellos y en su madurez como grupo.
De su hora y 45 minutos de concierto, me quedo con su última media hora, la que a partir de la devastadora “Debaser” abrió la puerta a un sucesión de furor que les protege de cualquier tipo de crítica adversa. Eso sí, faltó “La la love you“, todo un error de cálculo imperdonable de los Boston.
Pero lo de Suede en el mismo escenario al día siguiente fue otra cosa bien distinta. El grupo inglés, formado en 1989, dio una lección sobrada de que saben llevar a buen puerto sus nuevas canciones, que suenan igual de perfectas en un repertorio magnífico. Su “front-man“, Brett Anderson , es un incombustible artista como la copa de un pino. Simpático, comunicativo con su público (cosa de la que no hicieron gala unos secos Pixies…), agradecido a la ciudad de Madrid y a un público que enfervorizado disfrutó de lo lindo con esa colección de incontestables hits y de una noche, en forma y fondo, inolvidable. Sonaron canciones nuevas (de una producción impecable en su último trabajo de estudio, con la idea puesta en un pasado que no dan por perdido), como “Barriers” y “Snowblind“, casi brillando de igual manera que….¡zas!, “So young“, “Animal nitrate” o (inteligente propuesta) “Killing of a flash boy” y “Trash“. Todo un delirio de sonido y espectáculo. A la tercera canción Anderson ya estaba sudando a mares y a la quinta demostración de fuerza, la camiseta quedaba colgando de los hombros, enseñando el mejor ombligo de las Islas Británicas y aniquilando una y otra vez a sus coetáneos, que no han sabido crecer como ellos (Oasis, ¿me estáis oyendo?, erais muuuy pelmas).
Incluso saben entregar gloria de lo menos eminente de su historia, como una ocurrente “Can’t get enough” que se creció en directo y puede hacer sombra a lo que su público podemos esperar de ellos: esto era…..¡broooommmm! una fantásticamente cantada “Still life” y una no menos imperial “The Asphalt World“, dos guirnaldas aleluyáticas que resplandecieron a través de una voz soberbia.
No hay más palabras que la reverencia ante tal capacidad de sorpresa y la dimensión estratosférica que transmite el grupo desde el escenario. Suede han atravesado las barreras que la crítica de su país les hacía comparar con otros grupos de su quinta y han salido victoriosos. El resto han muerto atrincherados en la mediocridad.
El micrófono dio vueltas y más vueltas sobre la cabeza de Brett Anderson, alrededor de su cintura, como un látigo y a un lado de su serpenteante cuerpo, tirándose al público varias veces, mientras que coreábamos ese “lalalala, au, lalalala” de “The beautiful ones“, para volver y terminar con una de las mejores canciones que ha dado la música inglesa a la nueva historia de la música popular, “New generation“.
Pues sí. Suede, a pesar de lo irregular de sus últimos trabajos de estudio, han sabido crecer y en este momento se encuentran en un estado de forma espectacular. De esta manera, la ciudad de Madrid ha celebrado uno de los mejores conciertos del año.
Si es que con un líder tan carismático como Brett Anderson, se puede salir sobrado de alegría y fantástico agradecimiento ante la torrencial lluvia de pop que desgranaron. La victoria esta de su lado y de los que seguimos confiando en su poderoso directo.
Texto: Ángel Del Olmo. Fotografías Suede: Alfredo Rodríguez
Pixies y Suede. La Riviera, Madrid.8 y 9 —11— 20131 thought on “”