Este tipo de despedidas suelen estar revestidas o bien de un sentido adiós, o bien de un vago escepticismo. En este caso fue de lo primero, porque sabíamos, o al menos lo creíamos, y lo seguimos haciendo ahora que todo ha terminado, que esta vez The Stems se despiden para siempre. Aunque es cierto que este tipo de despedidas nunca son tristes. Es como esos entierros modernos en los que la gente come, ríe y bebe hasta emborracharse para celebrar que el difunto estuvo entre nosotros. Y nos hizo felices y siempre albergaremos su recuerdo en nuestros corazones. Así que nada, a gritar un sonoro hasta siempre a Dom Mariani y compañía. Y eso es lo que fuimos a hacer a la sala El Sol. Y aunque faltó ímpetu por parte de los anfitriones, es decir nosotros, creo que los australianos se fueron contentos, con la sensación de tener los deberes hechos y de haber puesto el broche final al vínculo tangible de los Stems y su directo en Madrid.
Siempre en la sombra, siempre en los bastidores de la galería. La factoría Stems de grandes canciones, torbellinos centelleantes del sonido garage, el power pop, el surf e incluso la psicoldelia, nunca alcanzó el limbo del éxito. Como tantas otras grandes formaciones de la historia no triunfaron comercialmente y cuando a finales de los ochenta empezaban a ser reconocidos a nivel mundial, se disolvieron. Un álbum, un EP y unos cuantos temas sueltos para la historia. Hasta que se reunieron en 1997 para un único concierto en la ciudad que les vio nacer. La cosa no fue mucho más allá pero si dio pie a que diez años después editaran un nuevo disco llamado Heads Up. 20 años después parieron un álbum a la altura de At First Sight, Violets Are Blue. Algo que sólo los grandes pueden hacer. Y ellos lo son. O más bien lo eran. O mejor dicho, lo serán siempre.
La verdad es que, por las circunstancias de su carrera, no hemos podido disfrutar mucho de los Stems en directo. Esta noche tenaímos que tener todos los sentidos bien abiertos para captar cada matiz de un concierto que estaríamos obligados a retener por siempre. Porque sí hemos podido ver alguna vez más a DM3, el grupo de Mariani, o The Chevelles, el de Richard Lane. Pero aunque el señor Don disponga genialidad en cada proyecto musical en el que se embarca, sus fans siempre han sabido que The Stems es el más especial. Tres cuartas partes de la sala Sol estaban allí para ser testigos del adiós a los Stems. Un adiós que, en esta ocasión, ha sido más amistoso que nunca. Una despedida de mutuo acuerdo entre todos sus miembros como regalo para todos los que disfrutamos de sus canciones a lo largo de todos estos años.
Aires electrizantes recorriendo el continente australiano y por fin nuestros cuerpos desde el primer acorde de “Leave you Way Behind“, el primer tema de su genial y potente Heads Up. No tardaron en descargar clásicos como “Mr. Misery” y “Never Be Friends“, maravillosas piezas sonoras que les encumbraron a la categoría de grupo de culto que son hoy en día. Es curioso porque es evidente que se trata de temas totalmente radiables, llenos de vitalidad y bastante accesibles como para que no sorprendiera que llegaran al gran público, y sin embargo es en el underground más selecto donde mejor encajan. Su espacio natural y al que realmente disfrutamos accedediendo. Allí donde nos gusta ir para mirar al sol, en este caso los focos, para cantar juntos canciones como “For Always“. La tocaron muy pronto, quizá hubiera sido una guinda perfecta y llena de significado para acabar el concierto, pero bueno, lo importante es que ya está en nuestro recuerdo. Por siempre.
Humildes pero confiados, sonrientes pero nostálgicos, en plena forma pero comedidos, se centraron sobre todo en sus primeras canciones, los verdaderos himnos de los Stems. Y si tocaron sus grandes temas creados hace un cuarto de siglo es porque creyeron que serían los que mas disfrutarían los fans. Y no es del todo cierto, ya que nos quedamos con ganas de más Heads Up. Pero tampoco queríamos dejar de escuchar esas joyas inmortales llamadas “Make you Mine” o “Sad Girl“. Qué le vamos a hacer, hubiéramos necesitado mucho más de la hora y media de greatest little hits con la que nos deleitaron.
Y con demoledora clase y elegancia siguieron pintando la atmósfera del Sol con las sedosas melodías de su vertiente más pop y la cruda aspereza de sus tendencias más garageras. Eso sí, Richard Lane y su vieja Rickenbacker, el bajista Julian Mattews, el baterista Dave Shaw y el maestro Don Mariani, animal de la música guitarrera que esperemos que nunca deje de facturar melodías, si con algo nos sorprendieron en aquella gran noche fue con su selección de versiones. La primera, la demencial “My Fathers Name Was Dad” de Fire. Una canción totalmente infravalorada cuyo riff de guitarra podía haber hecho quebrar el cielo. Y tras “Undying Love Get To Know Me“, “My Baby Like to Boogaloo“, de Don Gardner, aunque popularizada por los Emperors. Tremendo trallazo de garage punk cantada con alma de soul. Pero ahí no acaba la cosa ya que en los bises se desmelenaron totalmente y tras ejecutar implacables “At First Sight” y “Love Will Grow” nos regalaron “Sorry“, de los australianos sesenteros Easybeats, la legendaria, pegadiza y rockera “Day Tripper” de los Beatles, “Train Kept A-Rollin” de Tiny Bradshaw, versión rockerizada de Johnny Burnette Trio y el broche definitivo “I Just Wanna Make Love to You” de Muddy Waters. Creo que hubiera sido imposible acabar mejor.
De modo que The Stems se despidieron por la puerta grande. Con naturalidad y excelencia al mismo tiempo. Con un Mariani arrollador, concentrado y de sentimiento vibrante y una formación perfectamente engrasada en la que sólo echamos en falta el teclado en la formación actual. Pero bueno, el set list estuvo muy bien escogido ya que supieron combinar perfectamente los medios tiempos con momentos de gran intensidad y lograron un sonido envidiable. Dieron un concierto tan redondo que al subir las escaleras y volver a la calle sentimos todavía más su inminente separación. Posiblemente sea una decisión errónea terminar definitivamente con su carrera, pero cuando el corazón es el que dicta el final del camino no queda más remedio que hacerle caso. Eso sí, grabemos tras la guitarra esa máxima que reza: cuando la verdadera música comienza no desaparece nunca, ni siquiera con un final. Así que ahora sí que sí, hasta siempre Stems. Y gracias.
Texto: Javi JB
Fotos: Alfredo R.