Con el mercurio rozando el suelo y las luces navideñas inundando las calles de la capital, nadie diría que es temporada de nísperos. Sin embargo, siempre es buen momento para unos Rusos Blancos y su Tiempo de nísperos, segundo largo que la banda madrileña volvió a repasar el pasado jueves (tras su presentación oficial en abril en la sala Sol), junto al resto de su cancionero en un concierto muy especial.
Las maletas que rodaban sin cesar por el metro delataban a los que partían esa misma noche de puente. Otros tuvieron más suerte (no es una estrategia de autoconvencimiento, es así) y se bajaron en Antón Martín para acercarse a una pequeña sala, acomodarse en uno de sus sofás, cerveza en mano, y disfrutar de buena música. El coqueto Teatro del Arte es sin duda un lugar idóneo para experimentar el directo de forma cercana, encontrándose público y artista al mismo nivel, y en este caso poder identificarse más si cabe con las ácidas e irónicas letras firmadas por Manu Rodríguez. Arrancando con paso firme, tirando de la melancolía y los dulces coros femeninos de “Dudo que el amor nos salve” y la batería rotunda y los juegos de voces de “Oro, disfruto“, los Rusos dejaron marcada la que sería la tónica general del recital.
Mientras tanto, el público había caído bajo el “efecto asiento” (invención propia) y andaba cortado. Y el grupo también. “No somos muy solemnes, estas cosas tan encorsetadas no nos van” explicó Manu, tras invitar a los asistentes a dar palmas con “Se me enamoran”, todo un esfuerzo teniendo en cuenta que, entre otras cosas, canta: “Se enamoran de mí, pero a ninguna le dura”. Parece que esos insultos desde el cariño que suelta en “Bonito cortejo” (“Escribí ‘puta’ en tu puerta, pero tú sabes que quería decir ‘te quiero'”) resultaron más efectivos, y el personal se atrevió a tararearla.
Se relajaba el ambiente, y más cuando al reparto protagonista se empezaron a sumar amigos, atractivo añadido de la velada y prueba de que “el Indie es incestuoso” (Manu dixit). Se relajó tanto que poco importó el pequeño desajuste de notas que obligó a volver a empezar “Más delgado”, tema incluido en el indispensable ep Hijo único (2012) al cual prestó voz Álvaro de Templeton. A cambio, los Rusos revisaron “Los días”, de la banda de su primer invitado. Esta fue la dinámica de las colaboraciones, que tuvieron continuidad con Fran Fernández, más conocido como Fran Nixon, junto a quien obsequiaron a los presentes con una de los inolvidables títulos de La Costa Brava, “Déjese querer por una loca”. Fran parecía tímido en un primer momento, pero se acabó soltando con “Broma antisemita”, otra perla de Manu y compañía.
Había que recuperar la incómoda situación que describe “Tus padres, tu novio, tú y yo” o la divertida “Carrera de lesbianas”, tema con mucho cuerpo gracias a las tres guitarras presentes en escena. Un repaso a su debut Sí a todo (2011) al que se enganchó Julio de la Rosa, quien hizo suyo el micro y suya “Supermodelo”, al recitarla de forma casi solemne (“Las camareras” de Julio ya habían dado una idea de lo que vendría), aunque cedió su himno oculto a “esas chicas indies” (que eran mayoría en la sala): “¡Nosotras no llevamos chándal!”.
El ambiente andaba animado, los botellines vacíos habían elevado el número de asistentes, y Javi (voz) y Nacho (guitarra) de Cosmen Adelaida también compartieron unos minutos con los Rusos, a ritmo de “A todo color” de los primeros y “Mono divertido” de los segundos, ambos momentos luminosos de acople perfecto entre guitarras, bajo, teclados, batería y voces, con letras tarareadas y más que disfrutadas. Aún les costó a algunos abandonar el asiento, pero otros se arrancaron a bailar, desafiando al miedo del protagonista de “Baile letal 3″: “Si el juez te toca en el hombro, es la muerte”. En ese momento no había jueces, solo música disco pasada por el filtro rusoblanco que indicaba que la noche iba tocando su fin.
Para no olvidar la esencia de lo presenciado, esto es, relatos de tristeza y melancolía vestidas de melodías y arreglos vocales amables y pegadizos, los bises elegidos para cerrar sus casi 90 minutos de actuación fueron “Hogareña”, con su hipnótica batería, “Mónica” (obra de Javi alias Betacam) y “Orfidal y caballero”, cuyos coros (a cargo, una vez más, de Elisa y Laura) le daban un toque tan tierno que daban ganas de abrazar a ese “hombre triste”.
Un entorno inmejorable, de lo mejor del pop independiente que nutre las pequeñas salas y con la posibilidad de reunir incluso más talento sobre unos pocos metros cuadrados. Sí, este era el plan para el jueves prepuente. Son necesarias noches como esta, el incesto Indie, los nísperos y los Rusos Blancos, ahora y en cualquier época del año.
Texto y fotos: Beatriz H. Viloria