Recientemente Rusia ha aprobado una ley que prohíbe el uso de un lenguaje soez y los insultos en prácticamente cualquier manifestación cultural y eventos públicos. Películas, discos y obras de teatro podrán ser censuradas e incluso vetada su distribución en el país si el gobierno considera que no cumple con esta nueva ley, que probablemente entrará en vigor el próximo mes de julio. Como es lógico, la noticia ha tenido su espacio en numerosos medios de comunicación, como la CNN, la BBC, el Washington Times o The Guardian.
La trayectoria de Putin al frente de Rusia y sus casi continuas restricciones de las libertades básicas merecen desde luego un espacio en la prensa internacional. Pero lo que resulta cuanto menos llamativo es que noticias como esta escandalicen a las sociedades occidentales, porque lo que plantea esta ley no debería resultarnos tan ajeno como podría parecer.
Según esta nueva ley los discos que contengan lenguaje malsonante o soez podrán ser distribuidos siempre y cuando lleven una etiqueta que lleve el siguiente mensaje: “contiene lenguaje obsceno“. Demasiado parecida a la ya conocida etiqueta norteamericana que nos ha advertido durante muchos años: “parental advisory: explicit lyrics“.
En Rusia será una agencia “independiente” la que se encargue de decidir qué contenidos son o no aptos y si merecen o no la distribución en el país. No muy diferente del papel que ejerce la Motion Picture Association of America (MPAA), que es la entidad que decide la clasificación de las películas que pueden verse en Estados Unidos.
Las calificaciones que otorga la MPAA en Estados Unidos, aunque bien edulcoradas como “recomendaciones”, pueden suponer sustanciales diferencias en la recaudación de cualquier película, lo que en la práctica consigue efectivamente censurar un trabajo cinematográfico, al conseguir que su distribución sea mínima. Y no son pocos los casos que se quedan fuera de este fervor controlador, porque la censura informativa en torno a temas concretos sucede en Estados Unidos desde años. En en mercado cultural por ejemplo, la Office for Intellectual Freedom of the American Library Association publica cada año el listado de los libros más censurados en la bibliotecas públicas norteamericanas, entre los que repite curiosamente un clásico como Un mundo feliz. Más conocidos son los casos de persecución y censura que sufrieron bandas como Judas Priest o Twisted Sister en los ochenta, entre otros, o la presión política y el espionaje por parte de los servicios secretos que padecieron numerosos músicos en los sesenta.
Todo esto no debería sonarnos tan nuevo, ni siquiera en nuestro país. Porque en España, en plena “democracia”, el gran Javier Krahe sufrió la censura en RTVE, que apagó las cámaras durante un especial dedicado a Joaquín Sabina en el que Krahe iba a cantar Cuervo ingenuo, una canción que criticaba el ingreso de España en la OTAN y el cambio de giro del gobierno socialista. Soziedad Alkohólika sufre desde hace años el ataque y persecución de diversos medios conservadores, asociaciones y ayuntamientos e, incluso, llegaron a padecer un proceso judicial por enaltecimiento del terroristo, delito del cual fueron absueltos en 2006 porque “no hacen apología de ETA y tampoco incurren en menosprecio a las víctimas de la organización terrorista“, según la propia sentencia. Años antes, Negu Gorriak fueron condenados a indemnizar al general Galindo, al que la banda mencionaba en su canción Podredumbre por sus relaciones con el narcotráfico, y a ellos les han seguido muchas bandas más, como Su Ta Gar o Habeas Corpus, además del caso reciente de Albert Pla.
Texto: Juan Manuel Vilches