La propuesta de Imelda May sigue encandilando al público, sin alumbrar nada nuevo, su rescate del rockabilly con pinceladas de soul, swing y rock and roll del de siempre, hizo que tuviera que abrirse una segunda fecha ante la rapidez con la que se agotaron las entradas para la primera de sus citas en Madrid.
Sin florituras, sin conservantes y con una puesta en escena sobria, la irlandesa saltó al escenario con su banda para presentar “Tribal” su último trabajo. Como siempre, la solidez de su sonido y de su propuesta es tan resultona y atrayente como el rulo de su tupé. Los primeros acordes de “Tribal” y un potentísimo “Wild Woman” abrieron un recorrido de hora y media de duración con una ejecución impecable y en momentos tan bella que podría pasar por un fotograma de una película de David Lynch. “Love Tattoo”, “Wicked Way” “Hell Fire Club” descubrieron una Imelda más que parlanchina, que se mostraba encantada de estar en Madrid, tras confesar lo mucho que comía cada vez que nos visita. La vitalidad de “It’s Good To Be Alive”, la sensualidad de “Gypsy In Me”, en la que parecían emular al sonido de Tom Waits, “Zombie Girl”, y “Round The Bend”, en la que podrían hacerse pasar por los mejores No Doubt de los noventa, culminarían con un final por todo lo alto con “Psycho”, “Mayhem” y su rompe-caderas “Johnny Got A Boom Boom”.
Los bises, una delicatessen para tímpanos exquisitos, en los que Imelda tan solo acompañada al ukelele de Ale Gare, interpretó una versión enorme de “My Baby Shot Me Down” de Cher o Nancy Sinatra, seguida de un emocionante “Dreaming” de Blondie. Ya con la banda al completo, “Pulling the rug” y “Right amount the wrong” pusieron el broche de oro a un concierto impecable que nos deja con ganas de más. Habrá que estar pendiente de su próxima visita, en la que sin duda volveremos a jugar a aguantar la intensa mirada de la diva del tupé.