El Azkena Rock es un festival al que acudes por inercia. Tus pasos simplemente se dirigen a Vitoria cuando llega la fecha designada: en un comienzo en septiembre (de ahí su nombre, “el último festival de rock”) y ahora en junio. De hecho, es la fidelidad de su curtido público la que lo ha preservado hasta la actualidad, a pesar de los vaivenes de los últimos años. En esta última edición el escepticismo era inevitable debido a los solapamientos de artistas y la ausencia de cabezas de cartel. Sin embargo, si por algo destaca el Azkena es por su capacidad de sorprenderte y finalmente logró superar nuestras expectativas una vez más. El tiempo acompañó (si exceptuamos el autóctono frío nocturno) y tuvimos la oportunidad de ver conciertos magníficos. Eso sumado a la deliciosa oferta gastronómica de la ciudad y el incomparable ambiente que se vive estos días, no solo en Mendizabala, sino también en sus calles, nos obligan a seguir amando el ARF año tras año. Una vez más confirmamos que este festival sigue siendo el mejor evento rockero del Estado.
VIERNES
El principal pistoletazo de salida lo dio Sven Hammond y su vibrante elegancia en forma de soul y blues rock. Nos hizo bailar en dos ocasiones durante el fin de semana: esta fue la primera, pero al día siguiente volvió a darlo todo bajo el sol abrasador en la Plaza de la Virgen Blanca. Teníamos ganas de ver a The Dubrovniks, pero no tardaron en convencernos de que quizá hubiera sido una idea mejor tumbarnos a la sombra. Formado por exmiembros o miembros en activo de bandas australianas tan emblemáticas como The Scientists, Hoodoo Gurus o Beasts of Bourbon prometía ser toda una descarga de adrenalina eléctrica, pero no. Hasta canciones tan míticas como “Love Is On The Loose Tonight” sonaron con desgana y el concierto solo mereció la pena por la voz de Chris Flynn, que sigue conservando su solera de los ochenta. Los que sí le pusieron mucho ímpetu, pero a los que desgraciadamente el sonido tampoco acompañó demasiado fueron The Last Internationale, el grupo del batera de Rage Against The Machine. Aunque en este caso al menos uno podía encontrar consuelo en su irresistible cantante Delila Paz.
JD McPherson es uno de esos grupos que define a la perfección la esencia del Azkena. Rock clásico de tupé, saxo y contrabajo para clavar los talones en el asfalto. A estas alturas nadie duda de lo buenísimos que son y a la segunda canción uno ya se empapa de su vitalidad gracias a canciones como “Fire Bug” o “Abigail Blue“, aunque el sonido se perdió demasiado en el aire y las guitarras no bramaron como deberían haberlo hecho. Desde luego son mucho más disfrutables en sala. Lo mismo le sucede a White Buffalo, aunque en este caso su recital fue tan soberbio que nos dio lo mismo. Una voz poderosa que recuerda a la vena más íntima de Eddie Vedder, llena de registros y sentimiento, nos cautivó de la mano de temas como “No Regrets“, “Damned” o “This Year” para terminar con una conmovedora “The Pilot“. Imperdonable eso sí que no tocara “Come Join The Murder“, una canción que todos los allí presentes ansiábamos después del sobrecogedor final de Sons Of Anarchy. Lamentablemente apenas pudimos ver a D Generation porque tocaron a la vez, aunque nos consta que Jesse Malin y los suyos dieron un gran concierto a juzgar por como cerraron con “No Way Out“.
Teníamos muchas ganas de escuchar “Marquee Moon” en su totalidad de la mano de Television, sobre todo después del buen recuerdo que albergamos de su actuación de hace una década en ese mismo lugar. Sin embargo, estos diez años no han perdonado y el hieratismo y falta de energía de la banda hizo que el concierto resultara bastante soporífero. Aún así, solo por la canción que da nombre al álbum, hubiera merecido la pena acercarse hasta Vitoria. Piel de gallina durante diez minutos irrepetibles. Acto seguido dividimos nuestro tiempo entre Black Mountain y Lee Bains III & The Glory Fires. El primero fue para muchos el concierto del festival y la verdad es que los canadienses construyeron un muro de psicodelia sólido e hipnótico. El segundo derrochó frescura y buen hacer sobre las tablas, especialmente en el apartado vocal. Rezuman rock and roll por todos sus poros y, aunque no tengan himnos entre su repertorio, son capaces de dar un concierto brillante.
A estas alturas la jornada llegaba a su fin, pero aún quedaban un par de platos fuertes. El primero, ZZ Top, el nombre que más grande figuraba en el cartel. Uno no tiene más que escuchar sus discos o verles en directo para comprobar cuán sobrevalorados están. Sin duda eso se debe en gran medida a que poseen uno de los looks más sugerentes del rock internacional, y ya se sabe lo poderosa que es la estética en estos casos. No esperábamos gran cosa, y aún así el concierto fue más tedioso de lo que imaginábamos. No obstante, hemos de reconocer que no demostramos tanto estatismo como la mayoría del público y nos divirtieron las versiones de Hendrix, “Foxy Lady” y Robert Petway, “Catfish Bues“, por no hablar de sus temas con más renombre, “La Grange” y “Tush” (ambos reservados para el bis), pero en líneas generales no se puede decir que nos volaran la cabeza, precisamente. De todos modos, estamos hablando de cuarenta y cinco años de carrera musical y, aunque solo sea por eso, merecen el mayor de nuestros respetos y admiración.
Aún quedaba una actuación para terminar de dejarnos exhaustos y fue, como no podía ser de otra forma, la de L7. Casi toda la atención del festival recayó sobre ellas, más que nada porque a Nico Duportal & his Rhytum Dudes ya se les podía haber visto ese mismo día en la Plaza de la Virgen Blanca. La recién reunida formación de Donita Sparks arrancaron con “Deathwish” y no pararon hasta interpretar casi una veintena de temas. No se puede decir que nos devolvieran de vuelta a los noventa, pero desde luego interpretaron con contundencia y bastante dignidad temas como “Monster“, “Shove” o “Shitlist“, para acabar cerrando con una buena versión de “American Society“, de Eddie & The Subtitles, y las infalibles “Pretend We’re Dead” y “Fast and Frightening“. Magnífica guinda del primer día del festival.
SÁBADO
El sol salió con fuerza y nos tocó sufrir su azote tanto en el centro de Vitoria con los gorgoritos de Sven Hammond como ya en Medizabala con Eagles Of Death Metal. Benditos sean los ominipresentes sombreros naranjas promocionales que nos protegieron mientras los rednecks angelinos presentaban ‘Zipper Down“. Muy cachondo y gamberro Jesse Hughes, como viene siendo habitual, apoyado en esta ocasión por un calco de Gibbons llamado Dave Catching, sustituto del líder de QOTSA. Hasta Brent Hinds de Mastodon se animó a colaborar con ellos sobre el escenario. Fue divertido como puede serlo una comedia hollywoodiense. Agradable pero poco memorable.
Exactamente lo contrario que le ocurrió a Cracker justo después. En nuestra opinión, esta bendición de grupo dio el mejor concierto de todo el festival. No es que nos sorprendiera, después de verles en alguna que otra ocasión tocar en directo, ya intuíamos que volverían a hacerlo una vez más. Llamar a la levitación, para ser más exactos. Desde el primer acorde sonaron cristalinos, como si llevaran una hora tocando. Tocaron tanto sus clásicos, sobre todo en el último tramo del setlist (cerraron con “The World is Mine“, “Euro-Trash Girl” y “El Cerrito“), como temas nuevos pertenecientes a su reciente ‘Berkeley to Bajersfield‘. Fue, sencillamente, maravilloso.
Reigning Sound fueron uno de los principales triunfadores discográficos del año pasado, pero desgraciadamente no supieron reflejar su excelencia garagera en directo. Fue un buen concierto, pero tienen la materia prima para hacer un concierto increíble. Sin embargo, sonaron demasiado embarullados y por momentos dio la sensación de que se aburrían. A Jesse Malin le sucedió lo mismo, que se fue a por un gin tonic a mitad de la actuación y no volvió. A nosotros también se nos hizo un poco largo, aunque canciones como “Never Coming Home“, “We Repel Each Other” o “What Could I Do” hizo que mereciera sobradamente la pena.
Da igual donde toque Mastodon, siempre estará en el centro del debate. Un debate que, a estas alturas, debería dar paso a la resignación por ambas partes. El hecho es que este grupo sabe crear buenos discos, pero tiene un directo pésimo. Da igual cuantas veces les veas, siempre lo hacen mal y se arman unos chochos tremendos sobre el escenario. Le ponen ganas y tienen tablas, pero son incapaces de no desafinar. Tocaron catorce temas (abrieron con “Tread Lightly” y cerraron con “The Czar“) y en unos tropezaron más que en otros, pero en líneas generales hicieron lo de siempre: patinar con alegría. Eso sí, a pesar de nuestras fruncidas de ceño a consecuencia de las chirriantes líneas vocales, hay que decir que aburridos no son.
Aunque para divertidos OFF!. El grupo de Keith Morris es capaz de darte una paliza hardcore-punk sin que veas venir sus puñetazos. Hasta 25 dieron, y todos ellos sonaron frescos y arrolladores. A pesar de lo homogéneos y poco coreables que son la mayoría de los temas, es inevitable contagiarse de su rabia y vitalidad. Uno de los conciertos más arrolladores del día, sin duda alguna. Exactamente un antónimo de lo que vino después: Ocean Colour Scene. El grupo peor colocado en el cartel y que menos reclamo logró en el escenario principal. Es un grupo de tarde y les colocaron en la cumbre horaria del festival, lo que provocó que la explanada se llenara de gente en plena catatonia. Muchos incluso se fueron a las tiendas o el hotel, directamente. Y la pena es que el concierto no estuvo mal. Tocaron un buen setlist de grandes éxitos y sus fans más acérrimos quedaron encantados.
La cuestión es que en el tramo de 1 a 2 de mañana la gente quiera caña porque sino el bajón de birra es inevitable. Esa caña nos la iban a dar los grupos encargados de cerrar el festival: Kvelertak y Wovenhand. Una vez más hubo que elegir, por mucho que nos doliera, así que optamos por los noruegos, que ya llevábamos varios años intentando verles y no había manera. Pues bien, no nos equivocamos. El concierto tuvo muchas pegas y, aún así, fue brutal. Desgraciadamente no trajeron toda la farándula que sí desplegaron en el Primavera Sound (el sombrero-búho, la bandera, el confeti…) sino que optaron por una puesta en escena más sobria. Aunque quizá “sobria” no sea la mejor palabra, porque el pedo que llevaban era de órdago. Además, no supieron sacar un buen sonido a la actuación y fue bastante embarullada, sobre todo en los primeros temas. Pues bien, aún así fue una tormenta metalera que nos peinó para atrás. “Fossegrim“, “Blodtørst“, “Bruane Brenn“… Menudos trallazos imparables. La fiesta terminó con latas de cerveza volando por los aires, incluso una guitarra que acabó en el foso ante el cabreo mayúsculo de los pipas. Buena clausura de un Azkena que deja buenas cifras de asistencia y un buen recuerdo. No podemos sino desear que el año que viene, en su 15ª aniversario, sea todavía más inolvidable.