O al menos una buena parte de sus fieles, porque días antes ya estaba colgado el cartel de “no hay localidades” en la taquilla de la Sala Mao Mao Beach y más de uno se quedó en la calle a última hora. Se vendieron cerca de dos mil entradas, que no es poco para una ciudad como Santander en la que cada vez parece más difícil llenar recintos de este tamaño.
Pocos minutos antes de las diez de la noche los altavoces empezaron a emitir las notas de un tango, y a continuación saltaban al escenario La Contrabanda y Rulo para arrancar con “No sé“. Un par de canciones más tarde la sala se había convertido en un mar de brazos alzados, una olla a presión de sudor y gargantas vociferantes.
El hilo conductor de la noche lo llevaron los temas de Señales de humo, un disco en el que las letras quedan marcadas por el cansancio de Rulo los excesos de la fama y del rock&roll (como se adivina en “Fauna rara“) y por los sentimientos de ausencia, soledad e incertidumbre que siguieron a su abandono de La Fuga hace poco más de un año (lo que sale a la luz en “Venecia sin agua” o “Heridas de rock&roll“, una de las pocas canciones que interpretaron en acústico). No hubo en esta ocasión mensajes de rencor hacia su antiguo grupo, y lejos de la rabia que desató en algunas de sus primeras intervenciones durante esta gira, decidió afrontar este concierto como una celebración del reencuentro con sus “amigos de siempre“, el público del norte que se ha mantenido fiel pese a los malos momentos.
“Durante un tiempo pensé que me había quedado solo. Os pido disculpas por no recordar que vosotros seguíais ahí“. Durante toda la actuación Rulo no paró de lanzar mensajes como este a la multitud. Frente al escenario ondeaban banderas de Reinosa (“Un tercio de los que están aquí esta noche son de mi pueblo“, dijo Rulo), lábarus cántabros, ikurriñas, banderas de Asturias e incluso de Zamora. Y también mostró su gratitud a sus otros amigos, los miembros de la Contrabanda: Fito (guitarrista, el único miembro de La Fuga que le ha seguido en su apuesta en solitario) y Paty a las guitarras; Quique Mavilla al bajo; y Txarli Arancegui a la batería.
Rulo sigue empuñando el bajo y la guitarra, pero durante casi todo el concierto cede la responsabilidad del sonido eléctrico a su Contrabanda; una única vez se quedó solo con su guitarra, y lo hizo para interpretar “Primavera del 87“, otro guiño más a sus paisanos de Reinosa, ya que este clásico no forma parte de su repertorio habitual en esta gira. Así, ahora ha adoptado el rol de cantante solista con más libertad de la que nunca tuvo en La Fuga: con las manos libres, puede centrarse en cantar, gesticular y retorcerse, para dar con ello a sus canciones un tono más teatral del que conseguía cuando además se ocupaba de las cuatro cuerdas. Fue esa actitud, unida a que durante todo el concierto se dirigió al público con la voz quebrada, mitad por el cansancio y mitad por la emoción, y a los mensajes positivos que no paró de lanzar durante todo el concierto, la que hizo que mostrara una imagen casi mesiánica, como un predicador que exhortara a sus devotos a seguir su mensaje.
Durante todo el concierto se mantuvo el ambiente rocanrolero, golfo y borrachuzo del que siempre ha hecho gala, aunque el mayor protagonismo del que ahora gozan la voz cansada de Rulo y el tono melancólico y reflexivo de las canciones de su último LP le dan un matiz más reposado a su concierto. Incluso los temas que rescató del repertorio de La Fuga (que no fueron pocos: sonaron “P’aquí P’allá“, “Por verte sonreír“, “Baja por diversión“, “Buscando en la basura“, “No solo respirar“…) sonaron ligeramente más relajados que como estamos acostumbrados a escucharlos. Todo esto ayuda a que terminemos de perfilar esa nueva personalidad con la que Rulo trata de apartarse de su carrera anterior. No es difícil imaginar a un Rulo cada vez más cerca de la figura del cantautor; incluso al escuchar “Mi Cenicienta” es difícil evitar que venga a la cabeza la música de Melendi… ¿Será este el camino que emprenda a partir de ahora? Solo el tiempo nos lo aclarará.
Al arrancar la noche Rulo había dicho que quería “que al final del concierto no le quede a nadie ni un poco de voz“. Dos horas después, cuando tras terminar con “Mi cabecita loca” los miembros de la Contrabanda dejaron sus instrumentos y se despidieron mientras sonaba “En el último trago” de Chavela Vargas, pocas gargantas tenían fuerzas para seguir gritando. Había sido un concierto extenuante, un continuo subidón (solo pareció haber un pequeño bajón hacia mitad del set, y la cosa remontó bastante rápido). Todos quedaron satisfechos. Prueba superada para Rulo.
Texto: Carlos Caneda
Imágenes: Patricia Susvilla