Menores expectativas que en anteriores ocasiones despertaba esta vez la visita de los de Athens, una banda que, aun manteniendo una notable y leal base de seguidores y una indudable fidelidad a sus propios postulados, ha venido rebajando progresivamente su perfil en los últimos años respecto a lo que de sí mismos dieron en la primera mitad de la pasada década, merced a una errática carrera discográfica que ha acusado falta tanto de continuidad (no presentaban mayor novedad que un directo registrado en París en el 98 que sólo se puede adquirir a través de su web) como de regularidad (pese a albergar detalles interesantes y un nivel medio aceptable, Get Some y From Hell To Texas quedan muy por debajo de sus tres primeros discos).
Aun con todo, registró la sala madrileña un lleno casi completo para sorpresa de escépticos y regocijo de fieles, siempre hambrientos de una buena ración de rock n’ roll cazurro, bronco y calenturiento. Se la brindaron, como no podía ser de otro modo, Blaine, Ruyter y compañía, si bien no puede decirse que la cosa fuese de ovación y vuelta al ruedo, tanto por la elección de un set list de dudosa eficacia en el que casi pesaron más las ausencias que las presencias (a un concierto de Nashville Pussy sin ‘Piece of Ass’, ‘Snake Eyes’ o ‘Keep On Fuckin” le falta algo que ‘From Hell To Texas’, ‘Ain’t Your Business’ o ‘Hate And Whiskey’ jamás podrán suplir), como por lo desastroso de un sonido que escasa justicia les hizo. Muy a duras penas pudo percibirse algo de los coros del sector femenino y aún menos de buena parte de los riffs y los solos de Ruyter, pieza clave de un combo que basa un gran porcentaje de su poderío en su abrasivo ataque guitarrero. Cayó todo ello bajo el yugo del omnipresente bajo de Karen Cuda, tan voluntariosa como ineficaz en su por otra parte imposible misión de hacernos olvidar a sus predecesoras en el puesto (desgraciadamente para ella, no alcanza ni de lejos ni la salvaje y arrolladora presencia de Corey Parks ni la sensualidad y el dominio de las cuatro cuerdas de Katie Lynn Campbell).
Salvaron la papeleta la convulsa y endemoniada actitud y la siempre generosa entrega física de Ruyter, pilares de un concierto que en líneas generales resultó correcto y consistente, pero al mismo tiempo evidenció una palpable merma en la capacidad de generar tensión y excitación de un grupo cuyo bullicio y procacidad parecen domesticados en exceso. Superficialmente pueden parecer aferrados al piñón fijo de antaño, pero en el fondo lo mismo ya no es igual y no siempre es suficiente.
Texto y Fotos: Raúl Ranz