En el tramo final de una gira europea de 29 fechas, el repertorio se basó en su reciente Ozarker, que copó la mitad del setlist. Este nuevo lanzamiento ha supuesto una vuelta de tuerca en su viaje por las melodías y las historias que marcaron su infancia, ya que fue en la región de Ozark, concretamente en un pequeño pueblo de Missouri, donde nació y se crió.
Tras una introducción distópica con teclados de inspiración sci-fi (Nash siempre impacta en sus directos con sorpresivas texturas) llegaron las primeras muestras del nuevo disco: ‘Can’t Stop’, ‘Ozarker’ o ‘Roman Candle’ nos remiten sónicamente a los referentes del rock americano del medio oeste. Un heartland rock que podemos ejemplificar en Bob Seger o Bruce Springsteen, y que se hace carne en temas con el ritmo bien marcado, estribillos tipo shalalá y teclados que podría firmar The Professor Bittan.
Con estos arreglos uno podría pensar que las historias versarían sobre blue collar men de incierto futuro, pero la propuesta lírica de Nash es muy diferente, con textos que remiten a las vivencias y recuerdos del compositor durante su infancia. Historias familiares de todo pelaje que presenta con solemnidad “las que brotan de las fotos antiguas” y grandes dosis de misticismo “todos somos historias y conectamos con la tierra, los árboles, el espíritu…”
El artista ofreció muchos minutos de homilía con soporte musical, donde animó a “cantar todos con el espíritu del pasado y del futuro” o relató con todo lujo de detalles la historia de su tocayo Nash -un amigo que volvió de la guerra y ya nunca fue el mismo- al que dedica ‘Lost In America’. Esta apuesta por la didáctica, por sumar una suerte de comentarios del director a sus cinematográficas crónicas, fue respetada -faltaría más- durante el recital. Pero en el postconcierto, ay, no se hablaba de otra cosa: “cada vez que mencione a los espíritus chupito!!”, “más que storyteller es turrateller”… Digamos que su propuesta de soliloquio en público no terminó de cuajar.
Su pasado en la onda Neil Young también estuvo presente en ‘Woman at the Well’ o la maravillosa ‘Baltimore’, donde tres guitarras al tiempo navegan hasta el éxtasis en un momento de comunión que ya nos enamoró en 2013. La onda ritual continuaría en ‘Rolling On’, un medio tiempo con toda la banda haciendo armonías vocales y un gran contraste entre pedal steel y guitarra que nos envuelve y transporta a la vida de cualquier antihéroe.
En vivo ganan protagonismo los teclados de Eric Swanson (también al pedal steel) y los solos de guitarra de Curtis Roush -intérprete de una elegancia sobrenatural- así como los abundantes y creativos fills del baterista Alex Marrero, perfectamente secundado por el bajista Jesse Ebaugh.
Israel deja para la despedida varios temas de su grandioso álbum Rain Plans, como una ‘Mansions’ con fenomenal relleno de toms y dinámicas marca de la casa, con sensacionales apuntes Gilmourianos de un Roush contenido en un doble solo de psicodelia rosa. Este concierto no podría tener mejor epílogo que ‘Rain Plans’, varios desarrollos circulares con iteraciones tanto de suciedad elegante como de páramos etéreos donde la cosmovisión floydiana emerge.
Hasta hace unos meses, Ozark era una meseta desconocida para nosotros más allá de la serie del mismo nombre o que en ella se localice la Springfield -¿residencia de los Simpsons?- más poblada de los EEUU. A partir de ahora Ozark en nuestra memoria será la localización donde Israel Nash buceó en su pasado y, en un acto de autoconocimiento, pintó con pasión los paisajes humanos y orográficos de su infancia.