No es fácil acercarse a la figura de uno de los artistas más excepcionales que ha dado el siglo XX y los Estados Unidos. Hablar de Tom Waits es hacerlo, sobre todo, del personaje que él mismo ha creado desde sus comienzos. Un tipo bohemio, trasnochador, habitante perfecto de la noche más nostálgica y bien regada de alcohol. Podría ser también un vagabundo que se empapa de todas las historias que ve, le cuentan y vive. Un perdedor que hace de sus derrotas relatos únicos sobre las partes más ignotas del alma. Un cronista, un observador, un vividor o un genio loco. Tom Waits puede ser todo eso, pero lo cierto es que de su vida íntima y personal se sabe más bien poco. Ha sabido conservar y preservar su intimidad intacta e impenetrable, a pesar de los diversos intentos de llevar a las estanterías biografías sobre su vida, lo que indudablemente le ha ayudado a mantener indemne su encantadora aura de misterio.
Sus influencias son conocidas y palpables en su obra. La generación beat por un lado, con Charles Bukowski, Jack Kerouac, Allen Ginsberg y Williams S. Burroughts como referentes ineludibles, y una elegante y cuidada amalgama de blues del delta, jazz, cabaret, una pizca de vodevil y el pop-rock de lo que los americanos llaman “songwriter“. En su música hay algo de Fats Waller, Oscar Levant, Sonny Boy Williamson II, Kurt Weill, Howlin’ Wolf, Thelonius Monk, Screamin’ Jay Hawkins, Captain Beefheart, Louis Armstrong y tantos otros, pero fundamentalmente Waits ha sido capaz de crear a lo largo de los años un estilo único y personalísimo, reinventándose además a sí mismo continuamente.
Tom Waits hace del desencanto un cuento épico, de la amargura una dulce historia y del sarcasmo y el humor un tierno relato. Porque Waits es, sobre todo, un creador de géneros, un auténtico sabio que conoce el alma de la tradición musical americana más profunda. Su trayectoria es también un rechazo continuo a la comodidad, porque su tardío éxito fue debido más a la libertad con la que se enfrentó a sus grabaciones que a la permanencia en un lugar conocido y amable. Escucharle —y leerle- también supone un ejercicio de reflexión y conciencia, porque te aleja de patrones habituales y te sumerge en un mundo incómodo, feo a veces, pero también lleno de ternura y grandes historias.
Los años de Asylum
En esta época la obra de Tom Waits se halla indefectiblemente ligada al sello Elektra-Asylum y al productor Bones Howe. Son los años de crecimiento, en los que el artista se centra en su piano y en temas profundamente románticos, melancólicos, con ese aire noctámbulo y humeante que planea sobre su figura en la portada de Small Change.
Closing Time (1973) es el primer álbum. Un trabajo en el que el piano y su voz tienen todo el protagonismo. Ya desde los comienzos encontramos lo que será más tarde una de sus características más importantes: sus historias y su forma de contarlas, en temas tan bellos como Martha, Ol’55, Grapefruit Moon y Old Shoes. En la gira de este trabajo llega a telonear a Frank Zappa, una experiencia que le valió más de una noche de abucheos.
En The Heart of Saturday Night (1974) seguía en la misma línea melancólica y canalla, quizá con unos pianos algo más jazz por momentos. Pero sobre todo, con una madurez musical y lírica impropia de un muchacho de 25 años. Los temas románticos (San Diego Serenade), juveniles (Heart of Saturday Night) o nocturnos (Drunk on the Moon) empiezan a conformar un hilo conductor fundamental en sus primeros años. En 1975 aparecía Nighthawks at the Diner, un trabajo que recreaba en estudio el ambiente nocturno de un tugurio, con sus charlas, su ruidos, el humo de tabaco… Cada tema lleva una pequeña introducción hablada y aquí empezamos a vislumbrar a ese Waits socarrón y divertido que más tarde explotaría.
Small Change (1976) es su obra más trágica, más amarga, tanto en lo musical como en sus letras, con alguna excepción como Step Right Up. Pero hay canciones como la conocida Tom Traubert’s Blues, The Piano as Been Drinking, la cruda Small Change o I Wish I Was In New Orleans, que son un ejemplo perfecto del sonido del álbum y probablemente el punto álgido de ese Tom Waits de los setenta, ebrio de pesadumbre y noctámbulo.
Los últimos años de los 70 se cierran con un par de trabajos que, si bien tenían algún tema interesante, como Burma-Shave o Romeo is Bleeding, no llegaban al nivel de los anteriores: Foreign Affairs, de 1977, y Blue Valentine, del 78. En ambos aparecía la cantante Rickie Lee Jones, en el primero en la portada y en el segundo en la contraportada. Foreign Affairs incluía una colaboración con Bette Midler en el tema I Don’t Talk to Strangers. Aunque no fue un fracaso comercial, Heartattack and Vine (1980), está considerado como el álbum de transición, pero ver en este trabajo señales de lo que vendría más es francamente complicado. Porque aquí, Waits sigue por sus antiguos derroteros, pero menos inspirado, aunque el disco contenía algunos buenos temas, como Jersey Girl, que más tarde Bruce Springsteen convirtió en éxito, o Mr. Siegal.
Los años en Island
En estos años es cuando comienza verdaderamente a tejerse el personaje y la leyenda del Tom Waits que conocemos hoy en día. En 1980 conoce a Kathleen Brennan, lectora y correctora de guiones, durante el rodaje de la película Corazonada. Un año más tarde se casa con ella y su presencia en la música de Waits será fundamental a partir de este momento. Es ella quien le lleva a nuevos límites creativos y con la que coescribe muchos de sus grandes trabajos. Hasta entonces Tom Waits no había pasado de pequeños círculos y, aunque respetado, no había gozado de un éxito mayoritario. Ese éxito llegaría en esta década, que musicalmente se abre en 1983 con Swordfishtrombones, el primer álbum de una nueva etapa y un nuevo sonido. Aunque, como en otras muchas de las anécdotas de su vida, no se sabe con certeza si es real o no, hay quien asegura que Brennan le recomendó Captain Beefheart y le hizo ver que no era necesario buscar en sí mismo -ni vivir- sus desgarradoras historias. El protagonismo ahora no es de Waits, sino de sus relatos y quienes lo habitan. Entre tanto, ha ido depurando, minimizando y afilando el sonido de Kurt Weill para adaptarlo a su sonido. También es el momento en que comienza a cantar con su particular forma de gruñir y recitar, y su primera experiencia como productor. Aún así, persisten retazos de su época anterior en temas como Johnsurg, Illinois o Soldier’s Thing. En Swordfishtrombones se dan cita todas las señales de lo que más tarde sería el epicentro de la explosión de su talento y a partir de aquí Tom Waits aplicará de una forma u otra un tratamiento experimental a su amalgama de sonidos propios de la tradición americana.
En Rain Dogs, de 1985, el mismo Waits explicaba el título de esta forma: “…la lluvia lo limpia todo a su paso, en su dirección. Así que todas las personas del álbum están unidas, por alguna manera corpórea de compartir el dolor y la incomodidad“. En este disco hace un recorrido por todas las calles más correosas y lóbregas de Nueva York, situando la ciudad no sólo como escenario central de las historias, sino como protagonista absoluta. Cuando muchos optaban en aquellos años por la electrónica este señor mostraba que era posible experimentar sin recurrir a ella.
Frank’s Wild Years, de 1987, fue pensado como musical de una obra de teatro del mismo nombre, además de compartir título y estar inspirado en una canción de Swordfishtrombones. Este trabajo es una de las visiones más lúcidas y amargas de la América más sombría, la de los perdedores que pululan por callejones ajados y macilentos. Un disco absolutamente desgarrador en temas como Temptation, la muy versionada Way Down in a Hole, que fue cabecera de The Wire; I’ll be Gone, Cold Cold Ground o la espléndida Innocent When You Dream.
Hubo que esperar algunos años hasta su siguiente lanzamiento de estudio, Bone Machine, de 1992. Un trabajo realmente excepcional en el que todas sus locuras experimentales tienen cabida para arropar unas historias casi siniestras y ferozmente sobrecogedoras. En este disco, probablemente el más compacto de esta época, todo su trabajo de los 80 toma forma en un sonido abrupto, casi primitivo, muy distorsionado y en muchos momentos francamente estremecedor en temas como Dirt in the Ground o Jesus Gonna Be Here.
Los años en ANTI- Records
Un año después de la fundación del sello ANTI- bajo el paraguas de Epitaph, aparece Mule Variations, el álbum que daría el pistoletazo de salida para que otros grandes artistas dejaran sus grandes compañías y se mudaran, como Solomon Burke o Marianne Faithful. Un trabajo repleto de buenos músicos, como Marc Ribot, Charlie Musselwhite o Les Claypool y que fue grabado en un rancho. Desde la portada al ambiente general casi se palpa el polvo en el aire y los rayos de sol sobre las copas de los árboles, porque desde la inicial Big in Japan, que es toda una declaración de intenciones (“I got the style but not the grace/ I got the clothes but not the face/ I got the bread but not the butter/ I got the winda but not the shutter/ But I’m big in Japan/ I’m big in Japan/ But heh I’m big in Japan“) hasta la bellísima Come on up to the House todo el disco parece estar imbuido de un bellísimo paisaje rural. Es complicado olvidar cualquier canción de aquel disco: la emotiva Hold On, la muy de carretera Get Behind the Mule, el enorme estribillo de Cold Water, las geniales percusiones de The Eyeball Kid, ese personaje de cómic creado por Eddie Campbell; o la incomensurable Chocolate Jesus. Esta última, con una de las letras más sarcásticas y geniales de la historia: “Don’t go to church on Sunday/ Don’t get on my knees to pray/ Don’t memorize the books of the Bible/ I got my own special way/ Bit I know Jesus loves me/ Maybe just a little bit more/ I fall on my knees every Sunday/ At Zerelda Lee’s candy store/ Well it’s got to be a chocolate Jesus/ Make me feel good inside/ Got to be a chocolate Jesus/ Keep me satisfied“.
En 2002 Tom Waits decide sacar dos álbumes al mismo tiempo: Alice y Blood Money, ambos basados en dos producciones teatrales de mediados de los 90. El primero en un montaje teatral de Robert Wison sobre las supuestas obsesiones de Lewis Carroll con la niña que le inspiró su Alicia en el país de las maravillas. En I’m Still Here cuenta una de ellas: durante una celebración en la Universidad de Oxford se le pide a Alicia, que en ese momento tiene más ochenta años, que diga unas palabras. Con esfuerzo llega al escenario, prueba el micrófono con unos golpecitos suaves y comienza a hablar… Este surrealismo lírico tiene también su reflejo en lo musical, como en el curioso experimento vocal de Kommienezuspadt, que tiene una gran cantidad de sonidos sin sentido. Y es que el señor Waits es muy aficionado a inventar palabras y sonidos… Blood Money está basado en el Woyzeck de Georg Büchner, que parte de una historia de 1837 en la que un soldado alemán que ha vivido varios conflictos bélicos se presta a sucesivos experimentos médicos a cambio de dinero. Las consecuencias serán devastadoras y la música va a ser el condimento perfecto de esta intensa historia, oscura y violenta. Todo lo que de terrible y cruel tiene en demasiadas ocasiones la vida tiene cabida aquí. Un trabajo duro, que te revuelve las entrañas.
Con Real Gone, de 2004, Waits recupera gran parte de la crudeza y tosquedad de Bone Machine. Para este trabajo grabó horas de ritmos, gruñidos y todo tipo de sonidos realizados con su propia voz; material que usaría como elemento percusivo en la mayor parte de las canciones. En Hoist That Rag, Ribot desliza sus pegadizas melodías con sabor afrocubano, mientras Waits se desgañita y masculla. No es el disco ideal para empezar a escucharle, no, pero para quienes están familiarizados con su discografía es una profunda y deliciosa inmersión en su universo.
Y si a muchos les pareció excesivo el lanzamiento en 2002 de dos discos simultáneamente, con Orphans: Brawlers, Bawlers & Bastards, tan sólo cuatro años más tarde, debieron padecer hasta migrañas. Porque este es un trabajo desmesurado: tres discos, 56 canciones y más de tres horas de duración en total. Un paraíso para el devoto y una pesadilla para muchos neófitos.Orphans construye un nuevo edificio sobre las bases de sus muchas y distintas facetas: en Brawlers retoma y reinventa el sonido de discos como Rain Dogs o Mule Variations, en Bawlers aparecen las baladas y el romanticismo de primeros discos, y en Bastards encontramos la parte más vanguardista en los cinco temas originales y un buen puñado de versiones de diversos autores, como Daniel Johnston, Kerouac o Bukowski. Si Orphans empezó siendo una colección de caras B, rarezas y descartes lo cierto es que ha acabado siendo una auténtica biografía musical.
Desde aquel inmenso trabajo hemos tenido la oportunidad de escucharle en directo, con Glitter & Doom Live, y en pocas semanas tendremos por fin la oportunidad de escuchar un nuevo trabajo de estudio que llevará por título Bad as me, el mismo título de la canción que se ha dado a conocer como adelanto.
Las bandas sonoras y su relación con el cine
Las canciones de Tom Waits han tenido casi desde sus comienzos un hueco en el mundo del cine. Muchas han aparecido en películas como La cocina del infierno, Léolo, Smoke, Doce monos y unas cuantas más. Pero como compositor de bandas sonoras también ha tenido su hueco. La primera, de 1982, es One from the Heart (Corazonada), de Coppola, una película que no tuvo el éxito que se esperaba, pero que sirvió para que Waits grabara un trabajo en la línea de los crooners de los años 50 y contó además con la réplica de Crystal Gayle. La siguiente fue Night on Earth, para la película de Jim Jarmush del mismo título, en 1992. Es aquí cuando su devoción por Kurt Weill se hace más palpable. En 1993 se publica The Black Rider, que forma parte de un proyecto en el que también se encontraban el director de teatro Robert Wilson y el escritor William S. Burroughts. Considerado como unos de sus álbumes menores, no dejaba de incluir unos cuantos temas magníficos, como Just the Right Bullets o Russian Dance.
Aunque antes ya había tenido algún papelito pequeño en algunas películas como Corazonada, Rebeldes, La ley de la calle o Cotton Club, es a partir de su interpretación en Bajo el peso de la ley de Jim Jarmusch en 1986 cuando empieza a tener la oportunidad de trabajar esporádicamente con personajes, a veces con más y otras con menos presencia. En 1992 aparece en el Drácula de Coppola, interpretando a Renfield, aquel demente que está preso en una especie de manicomio insalubre y maloliente. En 1993 aparece en Vidas Cruzadas de Robert Altman y desde entonces hace un parón hasta 2003, cuando trabaja en Coffe & Cigarretes, de Jim Jarmush, junto con Iggy Pop. A partir de aquí parece que le llegan unas cuantas buenas ofertas, porque en los siguientes años tenemos la oportunidad de verle cantando en El tigre y la nieve y en Domino. Pero es en 2009 cuando interpreta uno de los papeles más cercanos a su propio personaje: el del diablo en El imaginario del Dr. Parnassus, la onírica y problemática película de Terry Gillian. Al año siguiente aparece en El libro de Eli y en 2011 en The Monster of Nix, un corto en el que vuelve a trabajar con el genial Gillian.
Tom Waits en el cine
A pesar de la poca información que existe acerca de la vida privada de Tom Waits, la verdad es que sería posible escribir cientos de páginas en torno a muchos aspectos más que los aquí mencionados: sus letras, sus peleas con el mundo de la publicidad, su maravillosa fotogenia, su amistad con gente como Paul Auster o Keith Richards, su talento a la hora de elegir a los músicos, su deslumbrante capacidad narrativa, la libertad con la que afronta cada nuevo disco, su relación con las vanguardias y tantas otras cuestiones más que, ciertamente, consiguen que no nos importe nada cómo lleva su vida diaria mientras nos siga deleitando con el carismático personaje que ha construido a lo largo de los últimos cuarenta años.
“If I just wanted to make money, there are a lot of other ways to do it.” Tom Waits (1987). Cita extraída de Tom Waits Library.
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Tom Waits
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Texto: Juan Manuel Vilches
Repasando la discografía de… Tom Waits24 thoughts on “”
Fantástico artículo-introducción a quien no conozca a Tom Waits y resumen preciso del trabajo de alguien, por defición, indefinible. No es nada fácil escucharlo, no es nada fácil seguir sus mutaciones y cambios de piel, no es nada fácil entrar en su mundo… pero a algunas sí nos deslumbran los chicos que brillan como monedas nuevas, (aunque sean de sólo 10 centavos) en las noches en que la luna amarilla perfora la noche…