Hace poco menos de un año, los españoles Lüger se recorrieron la Costa Este norteamericana, como beats en la carretera, quince días arriba y abajo. De la experiencia quedaron miles de anécdotas: conciertos en restaurantes italianos, bandas de country, señoras de sesenta años, señores nostálgicos… Cada noche era diferente, una vivencia única. En España el fenómeno se repite; lo mismo se mueven por festivales o circuitos indies que se meten en una discoteca latina, como en su anterior visita a Valencia. Demasiado ruidosos para las principales salas de la ciudad, en esta ocasión se alejaron a las afueras de Valencia donde nadie pudiera oírles. Y allí les acogió La Residencia, un centro social autogestionado, asambleario, comunitario… mucho podría decirse pero probablemente nada podría describir aquel lugar único. Entre esas cuatro paredes el tiempo no importaba; no había ninguna hora límite, ninguna sesión de noche a la espera, y las horas, con calma, pasaban.
Dos bandas valencianas iban a preceder a Lüger. Primero, Traummaschine, que en trinidad desarrollaba su sesión, rodeando una bola de discoteca que giraba al ritmo de su psicodelia. A base de improvisación, acoples y efectos, su música sólo parecía encontrar un rumbo en momentos puntuales. Traummaschine propuso un viaje cósmico en el que probablemente sólo estuvieron dispuestos a embarcarse unos pocos. Mientras, otros cenaban en la planta de arriba: plato combinado, 5 euros. Los segundos fueron Siesta!, con una propuesta musical más definida en canciones. Sus dos integrantes, con linternas de mineros en medio de la oscuridad de la sala, se entretenían con guitarras, baterías electrónicas, loops y demás cachivaches, con ocasionales voces punk y sintetizadores de bases. Dentro de unas semanas tocarán con Za! en el CRIV, el ciclo instrumental que justo esa noche celebraba su primer concierto.
Ya de madrugada, Lüger empezó a crear sus paisajes sonoros, esas reminiscencias de kraut y psicodelia que ya han hecho suyas, y entre ellas pronto se hicieron un hueco las melodías del sitar de “Zwischenspiel/Quiquid latet apparebit”, que Dani tocaba sentado en el borde del escenario. La sala estaba a rebosar y el público casi se le echaba encima. Allí se vieron pogos esa noche, incluso crowdsurfers a pocos palmos del techo. Ante la euforia de la multitud, Lüger repasó Concrete Light al completo, ese segundo disco que les ha llevado a aparecer en tantas listas de lo mejor del año.
La chapa metálica del que esa noche sustituía a Lopin, baja por enfermedad, daba comienzo a “Dracula’s Chauffer Wants More” o a “Hot Stuff”; la batería de Rulo en conjunción, una línea de bajo de Dani, las guitarras llenas de delay de Edu… Abundaban las partes instrumentales y entre todos los sonidos destacaban los órganos y los sintetizadores de Mario, que le dan a Lüger ese toque de space rock tan cercano por momentos a Hawkwind. Por supuesto, también se acordaron de gran parte de su primer disco y el final, con “Swastika Sweetheart” y “Portrait of a Distant Look”, fue explosivo. Reflejo de la contundencia y la agitación de la noche fue la manera de cantar de Dani en muchas de las partes vocales, en el monosilábico estribillo de esa última canción por ejemplo, mucho más agresivo que de costumbre.
Lüger recibió un apoyo descomunal y el grupo se creció ante la energía liberada. El sudor estaba por todas partes, incluso por las paredes. Un cambio absoluto respecto a su anterior visita. ¿Cómo se reinventará la próxima vez la experiencia? Las posibilidades parecen infinitas.
Texto: Miguel E. Rebagliato