Noche de grandes conciertos en Barcelona. Me gustaría poder escribir aquello de 2 por el precio de 1 pero en realidad se trataba de 2 por el precio de 8 o, para aquellos que gusten de títulos más cinéfilos: ‘La noche de los sombreros‘. Los había más elegantes, de tocado masculino norteamericano años 20 con descendencia flamenca, y los había fronterizos, con esencia a cantina, tequila y desierto. Y entre tanta tela sobre la cabeza otra tanta en las taquillas pues, ante los malos tiempos para la lírica, los artistas de grandes masas siguen colgando los letreros de sold out pese a que lo realmente out son los precios de sus entradas.
Con lo integrantes de El Barrio sonorizando el espacio abierto del Palau Sant Jordi, Enrique Bunbury aguardaba entre los bastidores del hermano menor del recinto: el Sant Jordi Club. Algún sombrero despistado había equivocado su ubicación realzando aquello de la música fusión, aunque todas las miradas se perdieron entre las cabezas de los más madrugadores cuando la música de espera cesó y la oscuridad apareció para volver a desaparecer entre proyectores y luces de colores. Primero salieron los integrantes de Los Santos Inocentes quienes escudaron la próxima aparición de Bunbury entre las notas de “El Mar, el cielo y tú“.
A partir de ese momento reconozco que, personalmente, mi preocupación por las estadísticas y la economía desapareció con la rapidez con la que se vacía un vaso de tequila. Luciendo un elegante, a la par que rockero, traje negro con llamas de fuego (y admito la contradicción entre elegante y llamas de fuego), el Licenciado Cantinas se puso a currar cómo el gran artista que se sabe. Para aquellos que pudieron acudir al estreno en la ciudad condal del documental sobre el rodaje de su flamante disco, estrenado esta misma semana en uno de los FNAC, el directo se convertía sin duda en esa guinda que dicen siempre decora el pastel.
La enfermedad que obligó al zaragozano a suspender los conciertos de Valencia y Almería parecía totalmente superada. Con viaje directo desde su ciudad natal, en la que había presentado el disco la noche anterior, Bunbury se metió de lleno en su papel de gran estrella del rock, dejándose querer por el público sin olvidarse de quererse el mismo. Entre su repertorio, cómo no, varios de los temas que conforman Licenciado Cantinas así cómo las canciones más populares de sus Hellville de Luxe y Flamingos. Cómo era de prever cayeron: “Sácame de aquí“, “El extranjero” y “El tiempo de las cerezas” entre otros muchos.
Con esa forma tan particular de actuar, a caballo entre Tom Jones y Raphael, con estudiados movimientos y vocalización extrema, Enrique ofreció un directo lleno de fuerza, calidad musical y grandes momentos para la conexión con el público. Para el bis dejó su discurso social, un discurso que, tal cómo él mismo indicó, deberían emplear aquellos artistas con capacidad de llegar a las masas y hacerles plantearse dudas pero, sobretodo, hacerles replantearse la (in)justicia política y social actual. Algo que nunca está de más agradecer a artistas comprometidos porque la cultura no sólo no ha de estar reñida con la realidad existencial sino que ha de focalizar su potencial para denunciarla o plasmarla.
“Al final” puso punto e ídem a algo más de hora y media de un directo que brilló auditiva y visualmente, no sólo gracias a la perfecta actuación de Enrique Bunbury sino a la calidad de los músicos que le rodean. Fuera, continuaba sonando El Barrio mientras que a los pies de la montaña mágica de Montjuïc decenas de salas ofrecían numerosos conciertos de grandes artistas desconocidos a precios que no alcanzaban los 15€. Y cuenta la leyenda que algunos incluso tenían entrada libre.
Fotos: Señora Candy Killer