En 2010 Judas Priest ya anunciaron que en 2011 tendría lugar su última gira y tuvimos oportunidad de verles en nuestro país excelentemente acompañados de Motörhead y Saxon. Hace un año se despedían de los escenarios por todo lo alto, pero a los pocos meses decidieron que sería una buena idea alargar un poco más esa gira y vuelven a caer unas pocas fechas en España, esta vez acompañados de U.D.O. y Blind Guardian. Una ocasión que no podíamos dejar escapar para verlos en una ciudad que, afortunadamente, cada vez cobija más eventos de este calibre.
Puntual aparece U.D.O. en el escenario del auditorio, aún con luz natural y, por ende, con pocas oportunidades de ver un buen trabajo de luces. Desde el comienzo de la actuación se hizo patente la entrega del público, incluso ante unos primeros temas sacados de los discos más recientes, como Rev-Raptor, Animal House, Leatherhead o Vendetta. La banda es muy consciente de lo que gran parte de su público quiere escuchar y se lo da en una segunda parte con un puñado de clásicos de Accept: Princess Of The Dawn, Metal Heart, Balls To The Wall y Fast As A Shark para cerrar una hora de actuación en la que el respetable ya había mostrado que habían llegado con muchas ganas de ver un cartel como este.
Los siguientes, Blind Guardian, llegaban con un espectáculo menos llamativo que al que suelen estar acostumbrados sus aficionados. No eran los protagonistas de la noche, así que asumieron su papel con humildad y, aunque dieron comienzo con un tema reciente, Sacred Worlds, pronto comenzaron a sacar clásicos como Welcome To Dying, Nightfall, Majesty o Lost In The Twilight Hall. Si bien hace ya años que la banda se presenta en el escenario de esta forma, lo cierto es que aún resulta extraño ver a Hansi Kürsh sin su bajo, sobre todo porque no ha desarrollado mucho sus capacidades como frontman. Claramente el protagonismo lo tienen él y los dos guitarristas, André Olbrich y Marcus Siepen, mientras que el teclista, el bajista y el batería quedan en algunos momentos casi como meros espectadores. Pero esto no tuvo mayor importancia ante un final repleto de más clásicos, como Bright Eyes, que sonó especialmente bien, Valhalla, Imaginations From The Other Side, The Bard’s Song — In The Forest y la frenética Mirror, Mirror para terminar una actuación más que entretenida.
Ahora sí, con un poco de retraso, se encendieron los focos para iluminar el cartel de la gira de Epitaph mientras sonaba War Pigs y Battle Hymn. Cae el telón y suena Rapid Fire ante un público enfervorecido. A partir de aquí el repertorio no tiene una sola variación sobre el del año pasado: Metal Gods, Heading Out The Highway, Judas Rising, Starbreaker, Victim Of Changes y Never Satisfied. Exactamente en el mismo orden incluso y todas ellas acompañadas de las portadas de los discos a los que pertenecen. El escenario también es prácticamente el mismo que en la gira anterior: un par de chimeneas a los lados y cadenas en cantidad en clara referencia a su ciudad natal, Birmingham, a la que por cierto hicieron mención recordando a la otra grandísima banda de la ciudad y del rock de todos los tiempos: Black Sabbath.
A continuación, su magnífica versión del tema de Joan Baez, Diamonds & Rust, que comienza acústica para engarzar con su reinterpretación más guitarrera. Una fórmula a medias entre la completamente acústica que realizaban con Tim ‘Ripper’ Owens y la versión primera de Judas Priest. Después de la introducción de Dawn Of Creation, una sola concesión a los trabajos más recientes con Prophecy y llega la muy esperada y coreada Nightcrawler, que sonó excelente teniendo en cuenta la ausencia de K.K. Downing. Y es que el nuevo chaval, Richie Faulkner, hace su papel a la perfección e incluso tiene una imagen hecha a medida para parecerse a Downing, a pesar de que casi se asemeja más a Randy Rhoads en muchas ocasiones.
Los años se notan y Rob Halford, con 61 a sus espaldas, obviamente no está en las mismas condiciones que hace un tiempo, pero lo cierto es que demuestra aún que sus ganas están intactas y defiende con soltura la mayor parte de las canciones. Sus movimientos son más lentos ahora, en ocasiones se apoya en un bastón y en la mayor parte de los solos se ausenta del escenario. Pedirle más a un señor que lleva cuarenta años en los escenarios sería como mínimo de muy mala educación, además de una estupidez. A los demás se les ve bastante mejor: Glenn Tipton está enorme en todo momento, Ian Hill en su esquina a lo suyo, como siempre, haciendo un trabajo menos reconocido de lo que debiera estar, y Scott Travis, aunque técnicamente perfecto, casi parece aburrirse en ciertos fragmentos en los que parece más estar más entretenido lanzando baquetas al aire que con su propio instrumento. Aunque lo cierto es que un músico como él puede permitirse hacer lo que le venga en gana mientras siga con su magnífica labor en la banda. No hay nada que demostrar a estas alturas.
La segunda mitad vuelve a ser exactamente lo mismo que en la gira anterior: Turbo Lover, Beyond The Realms Of Death, The Sentinel, Blood Red Skies, la version de Fleetwood Mac Green Manalishi y la inevitable Breaking The Law, en la que dejan cantar al público durante toda la canción. Llega entonces el momento de Scott Travis, que comienza con un solo en el que va incluyendo pequeños retazos de la introducción de Painkiller a modo de aperitivo para la que se avecinaba. Painkiller, de los temas más emblemáticos, no decepciona y suena como debe, aunque con un Halford ayudado por diversos efectos en ciertos fragmentos. Nada que no pueda escucharse en la grabación original por cierto, independientemente de que su capacidad vocal haya disminuido de forma lógica y natural con los años.
Después de un breve retiro, los británicos reaparecen con The Hellion y Electric Eye, unos de los momentos álgidos de la noche, Hell Bent For Leather y You’ve Got Another Thing Comin’, en la que el joven guitarrista Faulkner tiene su momento de lucimiento personal ante el beneplácito del señor Tipton que le señala en varias ocasiones. Este podría haber sido el final, pero Travis conmina al público a pedir una más y reaparecen con Living After Midnight, un clásico del final de sus conciertos y magnífica elección para dejarse la garganta en los últimos minutos. La banda desaparece mientras suena de fondo el We Are The Champions, en lo que podría parecer una desacertada elección para muchos, aunque nada comparado con la manía de Halford de enfundarse en la bandera del país en el que se encuentre. Habrá que perdonárselo.
Con más de quince discos a sus espaldas no debe ser fácil seleccionar un repertorio que contente a todo el mundo. El elegido en esta gira tiene algo de casi todos sus discos, aunque bien podrían haber incluido alguna que otra variación que seguro hubiera contentado -aún más- a quienes ya los vieron el año pasado. Se echan en falta ciertos clásicos que podríamos considerar casi indispensables, como Freewheel Burning, A Touch Of Evil o la enorme The Ripper y, ya que la gira lleva el nombre de Epitaph, hubiera sido un detalle incluir -y podría haber quedado bastante bien al final- el tema del mismo nombre del Sad Wings Of Destiny. Eso, por decir algo, porque difícilmente se le puede achacar algo a una de las formaciones más legendarias de la historia de la música reciente.
Más fotos del concierto en el blog del fotógrafo Cristo Ramírez.
Texto: Juan Manuel Vilches. Fotografías: Cristo Ramírez