«El triunfo ajeno recuerda el fracaso propio. En este país, cuando a una persona le van bien las cosas, en vez de alabar e imitar su esfuerzo, se le amarga la vida», pudo leerse en el acertado texto de Igor Paskual titulado “Cristales Rotos”.
Será de las primeras veces que este servidor de ustedes vuelva a escribir en primera persona, rompiendo así una regla de oro del periodismo. Aunque es curioso que, mientras las normas marquen la pauta, los más veteranos e intocables del oficio se permiten el “lujo” de hablar en primera persona, narrando vivencias y experiencias fuera de lugar. ¡Oiga usted! Si va a hablar sobre los últimos acordes de Gary Moore sea conciso y profesional. A nadie (bueno…) le interesa saber cuántas veces ha estado en Londres, Nueva York o Dublín de fiesta en fiesta (VIP, por supuesto) codeándose con la fauna más selecta y coqueta. Masculle —entre dientes y tinta- sus mejores relatos profesionales y déjese de chismorreos alimentados por el ego que todavía le obliga a seguir ocupando el lugar de alguien que refrescaría, sin duda, ese puesto.
España… esta España, mismo país de Picasso, Cervantes, Dalí, Juan de Balmaceda, Miguel Hernández, Juan de la Cierva… y el mismo país que persiguió, encarceló e incluso fusiló a sus más altos representantes de la cultura, como fue el caso de Federico García Lorca. E incluso la misma nación que aúna la picaresca como carácter único e inamovible de sus habitantes. Atrás quedaron Rinconete y Cortadillo, protagonistas memorables de las “Novelas ejemplares” de Miguel de Cervantes. Pero no tan lejos ha quedado esa maña del hurto y el engaño que tanto ensancha el pecho de algún que otro gerifalte del escarnio.
No son buenos tiempos para los honestos ni es país para profesionales. La chapuza manda, y eso, damas y caballeros, ha crecido hasta límites inimaginables. Sangrantes son los casos de compañeros de profesión que uno se encuentra en entrevistas, ruedas de prensa, presentaciones y otros actos del estilo. Redactores y fotógrafos se saludan. Nunca falta la pregunta de rigor para conocer los últimos trabajos de uno y otro, como también se hace necesaria la palmadita en el hombro para clamar al cielo y espetar —negativamente- los múltiples tropiezos del camino. Los hay que se alegran del mal ajeno y otros se animan mutuamente, sabedores de que este oficio es una carrera de ratas.
¿Y cual viene siendo el problema central? Pues viene siendo la falta de reconocimiento profesional y económico, y el exceso de autoridad reinante. Ustedes, que me leen y me odian, sin ninguna duda conocerán al simpático plumilla que malvende sus artículos allá donde puede sin que le cambien parcial o íntegramente el texto. Al fotero ataviado con su equipo (muy costoso y pesado, por cierto) que resopla tras haber cobrado una cantidad irrisoria por un buen puñado de fotos que cierta revista le ha comprado como si de un favor se tratara. «Es increíble. Pido doscientos euros y les parece caro», solloza para exclamar seguidamente; «¡pero en cambio, me pagaron cuatro mil euros por otras instantáneas que me compraron en Estados Unidos! En fin». Este es un pequeño ejemplo que a buen seguro será muy extendido entre el gremio. Ciertas publicaciones deciden prescindir de material fotográfico de calidad para mandar al propio redactor al evento armado con una cámara compacta y así ahorrarse parte del dinero que sería destinado para el compañero gráfico, a pesar de la abismal diferencia de calidad. «Pero, ¿qué más da?», pensarán. Pues no da igual. Fotos mal enfocadas, con mucho ruido y poca definición pueblan algunas revistas y medios. ¿No hay un poco de amor propio? Si quieren calidad, ¡págenla! Un fotógrafo (sobre)vive de esto, aunque parezca extraño. Eso si cobra, claro. Otras veces, los directores o responsables, sueltan eso de «esto es experiencia para tu currículum, hombre». ¡Y después duermen a pierna suelta!
El arte del mangoneo es tal que una práctica común es la de encargar un reportaje fotográfico sobre tal concierto de repercusión en la ciudad para luego embargar ese material y publicar otro. «¿Por qué no se han publicado mis fotos?». Preguntaría el afectado. «Verás, es que nos han llegado otras y hemos decidido publicar esas en lugar de las tuyas», le responderían. Ante tal capotazo sería de menester reclamar lo que es de uno. «Vale, entonces devolvedme mi trabajo para que pueda vendérselo a otro medio». Es aquí donde el confeti y globos de colores inundan la estancia para anunciar la respuesta del responsable del medio. «No puede ser. Ahora ese material es nuestro y no puedes publicarlo en otro sitio». ¡¡Con un par!!
Por otro lado estarían los redactores. Sufridos lacayos de la información que pelean cada día por no ser pisados por otros compañeros envidiosos y procurar hacerse un camino en esto. Textos editados sin permiso del autor que se publican sin más miramientos. Recortes desmesurados sobre el número de caracteres. Edición del trabajo tan justamente cambiados como para que sea otro el que los firme… y así, sucesivamente, se desarrolla este circo. Los pobres becarios, jóvenes universitarios con vocación, terminan dando con sus huesos en la tirana redacción de una famosa revista. Todo funciona perfectamente y “mola” escribir bajo la mano de ese gran nombre, hasta que comienzan los problemas. Empiezan los primeros tonteos del abuso: críticas de concierto totalmente editadas y sin firmar. Entrevistas manipuladas donde el marrón se lo come el redactor. Cambios inesperados de “última hora”… ¿Qué puede hacer ante ese atropello el becario que sufre por terminar la carrera? Pues nada, a cerrar la boca, pues a la que salga uno por la puerta ya habrá otro ocupando su lugar para ser explotado. Y al igual que con los fotógrafos habría que dar gracias si se recibe una remuneración. ¿Hasta que punto un director puede permitirse el lujo de exigir cuando no paga a sus trabajadores?
Otra vicisitud de la que se aprovechan algunos mandamases es de la inocencia de sus “asalariados”. Un buen día, la entrevista de un redactor ha creado polémica y eso ha provocado una avalancha de visitas al texto. Mientras la cantidad monetaria llega en forma de publicidad para el “boss”, el vapuleado periodista no verá nada de ese dinero. Eso sí, ha logrado un pico de popularidad que se irá tan pronto como vino. Tampoco habría que pasar por alto los teje-manejes de oficinas de prensa o management que terminan minando la paciencia al hacer cribas de los cuestionarios o solicitudes de entrevista. «Prefiero que hagan promoción del disco en Sálvame antes que este blogger me haga una entrevista». Mientras tanto, oficinas internacionales que buscan promocionar a sus artistas en España hacen un rastreo de TODOS los medios, sean grandes, medianos o pequeños (¡¡incluso freelance!!) para ofrecer reviews, entrevistas e invitaciones a los conciertos. Aunque afortunadamente hay suficientes excepciones como para continuar trabajando en este país.
Sin olvidar las envidias y rivalidades. «Si vas a trabajar en “esa revista” ya puedes ir despidiéndote de aparecer más por aquí». Pero vamos a ver… ¡Señores! Uno necesita comer y cobrar de su trabajo. ¿¿Qué demonios me importan a mí sus rivalidades?? Luchen a muerte al borde de un acantilado y dejen de meter a los demás en sus riñas de patio de colegio.
No puede faltar el tema estrella: la no-respuesta a los e-mails. Cierto medio se interesa por un trabajo bastante interesante. Quiere verlo, pero no asegura su publicación. Hasta ahí correcto. Tras ser revisado exponen:«no me lo voy a leer si es tan largo. Déjalo en tres páginas en lugar de diez». Bueno, se puede hacer un esfuerzo. Aunque no cuesta nada leer, amigo. Una vez desmembrado el artículo se vuelve a enviar. Empieza, entonces, la falta de comunicación. Nada. Aquél artículo mutilado ahora está en manos de alguien que, tras un mes, no contesta ni a los correos ni a las llamadas. ¿Le habrá gustado? ¿Lo publicará? Son preguntas que surgen ante la espera. ¡¡No cuesta absolutamente nada responder: SI o NO!! Finalmente, no hay respuesta y ha pasado el tiempo suficiente como para que el artículo perdiera mucha de su frescura. ¿Y quién lo va a querer ahora?
El apartado de las puñaladas traperas entre compañeros requeriría otra entrada. Pero se puede despachar de manera resumida culpando a los egos y envidias. «Este es un cabrón. No le envíes nada». «Si te llama no le contestes. Sus entrevistas son pesadas y va a hacer daño». «¿Ese? Ese es un hijo de mala madre que debe de tener las rodillas peladas para llegar a donde ha llegado»… Pues estamos apañados. Lo último que necesitamos son encontronazos y divisiones, pero está claro que la mediocridad es un vehículo demasiado “español”, por lo que se puede aplicar el afamado dicho: mal de muchos, consuelo de tontos.
El resultado es una extraordinaria sangría de gente muy válida que acaba por emigrar (en el mejor de los casos) y otros por cambiar de oficio (en el peor). ¿Queda algo después? Pues sí. Otros seguirán trabajando gratis o malvendiendo su trabajo porque (recuerden) “esto le vendrá bien para su currículum”.
http://www.youtube.com/watch?v=RS3WZy6IVek&feature=endscreen&NR=1
Conclusión: Tú, joven que quieres dedicarte al periodismo o a esto de ser crítico de Rock. Cómele el miembro viril a un torero o entra en Gran Hermano para vivir del cuento. No quieras sufrir un fallo cardiaco tan joven. En todos lados cuecen habas, pero es muy lamentable como el hedor a mierda es cada vez más masivo en España. Sube a lo más alto y escupe un sonoro «¡que os follen».
Texto: Charly Hernández