Con la actitud que forman las curvas del neo-soul y los ojos más brillantes y preciosos que una diva pueda ofrecer a los más ardientes modales que una virtuosa de los ritmos deleiten a su público, Erica Abi Wright se presenta en escena como si hubiera robado la ropa a un jinete de Deadwood y unas pulseras a cualquier personaje de Galactica. Se queda parada diez segundos a milímetros del borde del escenario mirando al cielo, los justos para que su público se deshaga en aplausos y desde ahí congele las aristas, y funda la concavidad de hip-hop y la convexidad del soul eléctrico. El globo que forma es de una riqueza sonora impecable y vuela hacia el espacio del R&B con sus letras traídas de las raíces afroamericanas sin que su voz suba el tono, sólo lo justo para endulzar el contenido.
Erykah Badu puede traer a nuestra época la influencia de la que para muchos es la mejor década de la música de todos los tiempos; la que va desde 1966 a 1975 y podría levantar de su tumba sin alzar demasiado la voz al mismísimo Arthur Conley para que cantara su célebre obra maestra “Sweet soul music“.
Acompañada de once músicos (cuatro voces negras, flauta travesera, dos guitarras, batería, teclados…) más su líder, formaban un conjunto de apóstoles mágico que fue creciendo a medida que las canciones iban cogiendo forma. El único artista de raza blanca, era su “Judas guitarrista” que marcaba en segunda fila su camiseta con un explícito “Token White guitarrist”. Todos impecables y siguiendo el dogma de la cantante de Dallas. Y tres días después la resurrección de su música se hace de una realidad que convierte su concierto en indispensable. Si, fe en su música.
En los primeros momentos del concierto, por esa distancia que la separa de su público y la pose que la ha hecho popular, Erykah Badu apenas esbozaba una sonrisa y mirando al fondo de la sala, parecía soltar su parafernalia mística, sabiendo que los excelentes músicos que tenía detrás no la iban a dejar sola. Pero a partir de la media hora de concierto, quitándose su capa y dejando ver su peluca cosida a un lado de su cabeza y una camiseta sin mangas donde se leía la consigna “Out of mind“, empezó a arder la sala hasta el delirio. Desde ahí el concierto subió tantos enteros que su imagen de diva se deshizo en pos de acercar su música y hacerla palpable hasta incluso lanzarse a su público, cosa que muchos ni nos imaginábamos. Frotándonos los ojos no hacíamos otra cosa que disfrutar de la sorpresa y el encanto de la fiesta. Desde ahí, quedamos hipnotizados hasta el final. Lástima que no durara quince minutos más el concierto. Hubiese sido perfecto. Y ella repitiendo varias veces “Madrid, we love you”, se convirtió en igual de humana que todos los que a dos metros del suelo disfrutamos de su música. Ni que decir tiene que la prefiero en vivo que en estudio, pero estas son cosas de los gustos personales de cada cual.
Cuando Erykah Badu dio una vuelta de sentido al sello Motown, añadiendo el hip-hop que la ha diferenciado de sus coetáneas, muchos podrían pensar que su música podría tratarse de algo un poco más que añadir letras sobre el amor y la realidad social salpicadas de ese soul suave que pueda esquivar la dispersión de unos cánones clásicos llevados a la modernidad. Pero ha sabido crecer y hacer de una misma clase a muchas de sus queridas influencias y crear, sobre todo, un estilo propio. Insisto, sobre todo en vivo.
Si sus discos, véase el último “New Amerikah part two (return of the Ankh)“, corren por la senda de la suavidad soul más que querer romper el ritmo, en directo, el grupo quiebra, paraliza y congela las melodías, muchas veces a base de golpes de bajo eléctrico y otras muchas haciendo explotar sus tambores y guitarras, demostrando que su música es mucho más que unas letras con conciencia.
Con mucho “love”, “put your hands on”, y demostrando que su música es igual de universal que la de cualquiera, obligó a los presentes más de una vez a alzar los brazos, dibujar corazones con las manos y explicar a sus seguidores la universalidad de su mensaje: “We are one”, exclamaba.
Seis discos y marchamo de clásico. Erykah Badu demuestra que su madurez no es cosa de un par de canciones con gancho. Ya sabe que si vuelve a Madrid, muchos irán en romería a verla; de rodillas.
Texto: Ángel Del Olmo