Como os comentamos hace unas semanas, los chicos de Panasonic nos invitaron a participar en El Reto Bloguero, enmarcado dentro de la acción Changing Photography. Para ello nos dejaron probar la nueva Lumix G5 y nos retaron a escoger una temática alejada de aquella a la que estamos acostumbrados, en nuestro caso la música, para desarrollar nuestra propuesta. Decidimos decantarnos por ‘La Generación Perdida’ y para reflejarla retratamos a varios jóvenes que ilustraran el concepto. En primer lugar, debo admitir que la Lumix G5 me lo puso bastante fácil gracias a sus filtros incorporados y la multitud de opciones que te ofrece. Los distintos enfoques me permitieron expresar lo que quería en cada situación y he de reconocer que me dio lo que buscaba. Pero bueno, sin más dilación, aquí está…
Somos la Generación Perdida. La nueva, la que está hecha de cenizas de oro falso. La que hereda el desconcierto de Hemingway, Fitzgerald y Steinbeck, pero que está pintada con tonos marrones. Esa que nació en la Transición y creció en un país que decían que formaba parte de la cabeza de Europa. Una generación cultivada con ilusión y ganas de entrar en los libros de Historia.
Estábamos preparados para enfrentarnos a cualquier reto que el mundo pudiera ofrecernos. Seguimos estándolo. La diferencia es que ahora sabemos que las oportunidades no están ahí, sino que son algo que también tenemos que construir. Esforzarnos el doble para obtener la mitad.
En batalla constante con la angustia y la incertidumbre, atravesamos la Castellana con los ojos cerrados, como decía Ray Loriga. Y como Dios cuida de los tontos, aquí estamos. Consolados únicamente con el abrazo de nuestros propios brazos.
Más que perdidos lo que estamos es olvidados. Por eso muchos de nosotros no hemos contemplado otra salida que meter la esperanza en la maleta y despedirnos amargamente de las calles por las que paseábamos cuando el sol iluminaba nuestros pasos. Aquellos que nos empujásteis fuera de la línea recordad esto: no nos encontraréis.
A veces arrastramos los pies desesperanzados, con el pecho hundido y la cabeza baja, y nos embarga esa ese susurro maldito que dice que ya no hay túneles ni puentes con los que salvar este obstáculo. Pero si de algo ha servido todo esto es para cosernos alas en la espalda que nos hagan soñar con volar tanto como lo hace nuestra imaginación.
No sabemos donde vamos porque no nos están esperando en ningún sitio, pero sí que sabemos hacia donde queremos ir: hacia delante.
Texto y fotos: Javi JB