Es un mundo extraño este de los conciertos de Rock. Al día siguiente de haber asistido a todo un recital de profesionalidad y buen hacer frente a un público que no llegaba ni a escaso (once personas), de mano de la fantástica Deborah Coleman, encontramos la otra cara de la moneda en el desaire que, de mano de Jim Jones y sus muchachos, recibieron los asistentes que abarrotaban la sala Gruta 77.
Los horarios de la mítica sala Gruta 77 de Madrid son, todo el mundo lo sabe, más que laxos. Al no tener que preocuparse por las ataduras que la doble vida de sala de conciertos / discoteca de moda ha impuesto a otros locales, no existe ni hora de salida ni indeseada mezcla de públicos, por lo que es más que normal que un concierto anunciado a la diez o diez y media no haya comenzado aún una hora después. Esto es así y todos lo sabemos. Lo que ya resulta menos comprensible es que, una vez terminada la actuación de los teloneros, transcurriera cerca de hora y media hasta la aparición del grupo principal. Dado que existen testigos que aseguran haber visto a Jim Jones y a sus muchachos en un bar cercano a la sala poco antes del comienzo de la actuación de los madrileños Moonstones, la excusa que proporcionaron, algo relacionado con un problema de transporte desde el Hotel, resulta poco menos que increíble.
Ciñéndonos a los hechos, diremos que los Moonstones salieron a escena para calentar un ambiente que poco lo necesitaba, puesto que el regreso del antiguo cantante de Thee Hypnotics y Black Moses a los escenarios madrileños era esperado con ansiedad, después de las fantásticas críticas que recogiera el concierto de mayo, en la misma sala y con los mismos teloneros. Con ellos, un repertorio que poco a poco va siendo conocido entre el público habitual de esta sala; si hay algo que estos muchachos posean es tesón. Después comenzó la espera. A la hora, nuestros amigos de la sala comunican por megafonía el retraso y nos dan a conocer la peregrina excusa. El público aguanta, estoico, hambriento de su dosis de energía rockera, de ese afamado espectáculo, directo y visceral, deudor del primer y más salvaje Rock and Roll; nombres como el de Jerry Lee Lewis y Little Richard surgen solos, aunque su sucio sonido es comparado por algunos con la Blues Explosion de Jon Spencer.
Por desgracia, ese milagro que es la completa conexión grupo-público no se produce. Cuando otra media hora después la banda sale a escena como un tiro, actitud no les falta, hay algo que no funciona. Ni tan siquiera con esos himnos que son ya “Fish to Fry” o “Elemental” logran arrancar el espectáculo. La banda se muestra fría, despreocupada, sin necesidad de luchar por la respuesta de un público que venía, sin embargo, entregado de antemano. La magia no se produce, ellos tampoco parecen querer buscarla, y cuando abandonan el escenario, menos de una hora después, cuarenta minutos de espectáculo en total si descontamos salida y entrada del bis (con “Princes and the Frog” y su ya famosa versión del “Good Golly Miss Molly“), en lugar de sudor y agotamiento lo que abunda entre los asistentes es una profunda sensación de decepción.
Texto y Foto: Almudena Eced