Hay grupos que son capaces de sorprender reinventándose a cada paso de su camino. Necesitan avanzar, arriesgar, con resultados, es obvio, no siempre favorables. Otros, en cambio, apuestan por ofrecer lo que mejor se les da. A veces esto no es suficiente, y la repetición acaba convirtiéndose en su peor enemigo. Pero en ocasiones, como en el caso que nos ocupa, es su virtud, y su mérito la capacidad de, pese a calcar esquemas una y otra vez, lograr crear una magia especial en la cual todo pensamiento racional se desvanece. The Cynics son lo que son y, en realidad, no nos gustarían de otra manera.
Abrían la velada los garageros The Omens ante una sala Boîte inusualmente concurrida. Pese a presentar una propuesta atrayente, lo poco ágil de su puesta en escena, plagada de incómodos silencios y aburridas sesiones de afinación, así como un sonido aberrantemente alto y una distorsión excesiva camuflaron tanto los temas que todo interés se desvaneció, literalmente, en la cercanía del dolor físico. Lo cierto es que venían precedidos por buenas críticas, pero no fueron capaces, a juicio de quien esto suscribe, de convencer a un público lo suficientemente mayorcito como para no ruborizarse a la hora de afirmar que “el sonido estaba demasiado alto“.
Detrás, los estadounidenses The Cynics se arrojaron literalmente a escena, presentando por medio de ese suicida del Rock que es Michael Kastelic un show divertido, intenso y agotador, en el que el peligro supuso una realidad física y donde nadie podía haber jurado que el americano llegaría vivo hasta el final del espectáculo, tal fue su implicación y empeño en lograr una complicidad total. No faltaron tanto las referencias al pasado, imprescindibles “Girl You’re On My Mind“, “Love Me Then Go Away” o “Baby What’s Wrong“, con la que cerrarían, como temas más recientes como “The Warning” o “Here We Are“, pertenecientes a su último trabajo hasta la fecha, el disco “Here We Are” que grabaron en 2007 en los estudios Circo Perrotti de Jorge Explosion. Naturalmente, no podía ser de otra forma, Kastelic y su eterno compañero el guitarrista Gregg Kostelich venían arropados por la fantástica sección rítmica que son los asturianos Pablo González, “Pibli“, a la batería y Ángel Kaplan al bajo.
Durante casi dos horas se produjo lo que definiríamos como un estado de absoluto frenesí, una desquiciada sesión de buena música garagera, deudora del Rock sucio y visceral de unos Sonic o unos Kingsmen, pero también del humor cáustico de los Kinks más primigenios, donde Kastelic, que sólo daba un respiro para refrescar sus cuerdas bocales a base de lingotazos de tequila, desgranó todo su arsenal de muecas, histrionismo y locura, arrancando a cada uno de los asistentes de cualquier tentativa de abstracción que tuviéramos. Después, sudor, agotamiento y un persistente zumbido de oído. Una de dos, o rozaron el umbral del dolor, o muchos de los asistentes tenemos que hacer propia la frase “if it’s too loud, you’re too old“.
Texto y Foto: Almudena Eced