Antonio Vega tenía entre otros muchos proyectos, un libro pendiente.
Junto a Juan Bosco, que ya había sacado otra publicación sobre Ketama, iba a desvelar ‘la cara b’ de su universo musical. Ese libro se ha convertido tras su muerte en el recién publicado ‘Antonio Vega, Mis Cuatro Estaciones’, una amalgama de conversaciones con el artista y un repaso por su vida que ayuda a conocerle más íntimamente, así como un buen número de fotografías de sus 51 años.
La primavera de Antonio fue su lucha contra el cáncer que en un principio se creía neumonía. Una etapa en la que a pesar del sufrimiento, no dejó de vivir de la única manera que supo, envuelto de canciones. A Vega los que le trataban no le juzgaban por su enfermedad más larga, la de su adicción: su forma de hablar de su pasión por el buen uso del castellano, su ilimitada entrega por la maestría en las afinaciones, dejan claro el motivo.
Antonio Vega era un artesano, le encantaban los trabajos manuales. El caos de su vida se recomponía cuando se convertía en canción y eso se puede leer de su puño y letra en los múltiples textos que aparecen en el libro.
Pero quizá lo más atractivo del libro sea poder descubrir las dos etapas artísticas por las que pasó, Nacha Pop y su carrera en solitario. Y las dos etapas vitales, marcados por Teresa y Marga, las dos grandes mujeres de su vida.
En ‘Antonio Vega, Mis Cuatro Estaciones’ se pueden descubrir anécdotas como su interés por Leonardo Davinci le llevó a intentar seguir su teoría de que sólo era necesario dormir 15 minutos cada 4 horas, o que se vió envuelto en Bilbao en un tiroteo del que salió ileso. Pero lo más importante del libro es su capacidad para sacar de la leyenda que envuelve a Antonio Vega, el artista.