Adam Green está como un cencerro; eso ya lo sabíamos. No nos sorprendía demasiado su alocada puesta en escena a los que ya le habíamos visto un par de veces en directo; viendo como no para quieto, utilizando el pie del micro como bastón para sujetar sus idas y venidas en una escena que él sabe crear, con esa mezcla de ironía e insolencia que ya quisieran para sí muchos de los llamados “frescos grupos de rock actuales” (véanse los aburridos a su lado The pains of being pure at heart, gran disco, no tan buenos en directo).
Si se llega a caer hubiera dado lo mismo. Se hubiese levantado y hubiera seguido brincando como si el escenario fuera una cama elástica, que en eso lo convirtió en pocos segundos. Saltando sin venir a cuento, bailando aún peor que mi sobrino de cuatro años; lanzándose por tres veces al público y….divirtiendo, divirtiendo mucho al público que tiene en frente. Adam Green es un canalla que nos encanta y en hora y media puede provocar el delirio, la simpatía y la cara más entrañable de sus canciones más sosegadas. Fachada que vemos en su último disco y que se traduce en directo en una serie de cañonazos que el cantante refleja con ese esplendor de cara dura que tanto nos gusta.
Si estuvo quieto tres minutos, fue para cantar “Jessica“, transformándola en su final en un griterío donde apareció nada menos que Bryan Adams y su “(Everything I do) I do it for you“. Impresionante el chico. Te ríes a rabiar con él, bailas, coreas sus canciones y observas cómo disfruta de la brevedad de sus temas (¿para qué alargarlos más?), con esas ganas de saber contagiar lo vibrante que puede extraer de sus canciones; de ahí lo bien que supo cambiar, desde el pop más vibrante hacia el punk más dislocado, su magnífica “Emily“, que viene siendo una de sus banderas más aplaudidas de su repertorio. Porque la excusa para muchos de nosotros era que presentaba nuevo disco; la reconciliación de su lado más afectuoso nos llega con éste “Minor love“, que son otro puñado de concisas (por lo breve y sobrio del conjunto) llamaradas de Indie-folk, que Adam Green viste con esplendor en directo y dispara a nuestros oídos al calor de una imagen más rockera que lo enaltece para conseguir que sea uno de nuestros héroes favoritos; le das una capa y te juro que se hubiese puesto a volar por toda la sala sin ningún reparo. A saber si algún día termina alguna de sus canciones coreando a Bonnie Tyler. Al tiempo.
Pues eso. Da la vuelta al carácter diletante de sus grandes canciones de estudio para mostrar su lado punk, dando rabia a través de lo exaltado de sus meneos en concierto que se hace inmensamente corto, entre la enorme e infecciosa muestra de talento que más que tratarle como un joven y aventajado revelador de imágenes áridas y sucias en vivo, nos hace justificarle como un sacrílego profanador de sonidos que ha madurado, adherido y ha sabido (sobre todo esto último) entregar en directo a su público. Más grande que Bono. Vuelva señor Green, que la próxima vez llenamos el Palacio de Deportes. Vuelva pronto a visitarnos. Ni que decir tiene que es un firme candidato a concierto divertido del año.
Texto: Ángel Del Olmo
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