Si se pisa la sombra de muchas cantantes del nuevo folk, nacido de las raíces eminentemente norteamericanas, se descubrirán nuevas figuras emergentes, cuyo labrado musical asoma en diferentes esquemas musicales. El cuadro que compone la californiana Alela Diane y su excelente grupo está formado por un conjunto de “sis” condicionales que casi siempre se cumplen. Y tratar de identificar su música con la de su paisana Joanna Newsom no hace otra cosa que enriquecer la autonomía de sus melodías, que se distancia de aquella y muchos la emparentamos, quizá, con una Natalie Merchant igual de apasionada, pero sin necesidad de subrayar sus semejanzas. Guitarras, mención especial para su baterista y el insustituible banjo, esencia irreemplazable (al igual que el violoncelo) en el folk contemporáneo, formaron un quinteto soberbio. A la que nos ocupa no le hace falta ningún arpa para embellecer lo que pintan sus versos. Y lo que pisa crece igual de rápido que lo que empapan sus compañeras de reparto.
Así, los cinco miembros del grupo que engrandecieron el álbum del mismo nombre, vestidos de negro, hilvanaron con su música un magnífico concierto, cosiendo unas canciones de no más de cuatro minutos, para tejer una música grabada a fuego lento bajo el manto suave y casi místico de la voz de ese country-folk que debería hacer célebre a esta aventajada artista. El hilo conductor de la noche quedaba marcada desde las primeras notas; desde ahí, nada ensombrecería la órbita donde circularían voces, instrumentos y canciones en un todo casi apabullante de calidez y calidad, que hacía presagiar una velada al borde de lo inolvidable, ni más ni menos.
Hay que agradecer a SON Estrella Galicia el lugar, el grupo y la exquisitez de la propuesta, al margen de querer dar a conocer a una artista que supo desenvolverse a las mil maravillas en su escenario, agradecida a su público y el entorno donde se dibujaban esas canciones que parecen hechas con tanta parsimonia como dulzura.
Una y otra vez dando las gracias, a su derecha a su marido Tom McGee Bevitori al bajo y la izquierda cubierta por su padre Tom Menig, introducían los temas por las notas sosegadas de la guitarra, donde las voces masculinas sirven de contrapunto melódico a los versos de Alela Diane, los coros, para dar preferencia a ese tono permanente de apreciado conjunto a lo que quiere contar. Y ese baterista, dominando a golpe de escobillas y baquetas unos golpes de bajo que acentuaban el tono sombrío y enormemente brillante, sin cabida para el abatimiento y sí para una idea visionaria desde el Nashville de los cincuenta hasta dejar a una Emmylou Harris cariacontecida. Por eso, “Suzanne” dejó el poso de los clásicos, arrastrada por el halo de un rastro que había dejado a los allí presentes con dos palmos de narices. En su estilo, o no, uno de nuestros conciertos del año. Y, en breve, la visita en las mismas cuatro paredes, del rey del pop crepuscular: John Grant, que volverá a presentar en Madrid el 9 de noviembre,(un día antes en Barcelona), tras su paso por el Día de la Música hace unos meses, su obra maestra “Queen of Denmark” y dejarnos noqueados. Eso denlo por seguro.
Texto: Ángel Del Olmo
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