Arcade Fire — 13/7/2011 — Explanada del Guggenheim (Bilbao)

El verano es una época del año en la que parece que no existen grandes eventos musicales fuera de los festivales y las fiestas patronales, pero siempre se cuelan citas a las que hay que prestar atención. Y esta vez había que ver si Arcade Fire siguen siendo “la banda en mejor forma del momento“, como nos lo venía vendiendo desde hace meses la publicidad de Spotify.

Los primeros en salir al escenario situado frente al Guggenheim fueron los mallorquines L.A., que dieron un concierto correcto ante un público escaso y que todavía estaba accediendo al recinto. Sobre las 9 se presentaron The Walkmen, quienes sirven para confirmar que Arcade Fire tienen buen ojo para elegir a sus acompañantes; si en sus conciertos del año pasado presentaban a los magníficos Fucked Up, esta vez tocaba a estos neoyorkinos, un grupo con una sólida discografía pero todavía muy lejos de ser reconocidos por el gran público. Su propuesta aúna country y rock&roll clásico, la revisión de estos estilos que hacen contemporáneos como Richard Hawley, y el tono épico que pueden tener los mismos Arcade Fire. Fue una lástima que un sonido bajo y poco claro les restara definición y contundencia e hiciera que gran parte del público se olvidara rápidamente de la estimable actuación que alguien estaba dando sobre el escenario.

Por desgracia, uno de los culpables de que el sonido pobre se convirtiera en el principal punto negativo de la noche fue el edificio diseñado por el también canadiense Frank Gehry: los rebotes contra la fachada del museo hacían que todo resultara ligeramente incómodo de escuchar.

Pero, en cierto modo, parecía que la explanada del Guggenheim es el sitio donde debía hacerse el concierto de Arcade Fire. Este recinto lo estrenaron en 1997 Smashing Pumpkins, un grupo que entonces gozaba de un status similar al que hoy ocupan Arcade Fire: el de una banda de orígenes minoritarios pero que ha crecido hasta encandilar a grandes audiencias, que están en su mejor momento y demuestran que todavía cuentan con argumentos para deslumbrar. El de la banda que hay que ver aquí y ahora.

Sobre las 10 de la noche, mientras se ponía el sol, arrancó el video que da prólogo a la actuación. A partir de ahí interpretaron un repertorio que repasó de forma equilibrada lo mejor de sus tres LPs. Por desgracia, el sonido embarulló gran parte del concierto, e hizo que el grupo sonara flojo en los momentos más introspectivos (como en la primera parte de “Rococo“) y que los crescendos perdieran potencia. Pero, con todo, si alguien no se emocionó cuando encadenaron la melancolía de “The Suburbs“, el estallido eléctrico de “Month of May” y la comunión casi religiosa de “Rebellion (lies)” es que no tiene corazón. Y lo mismo puede decirse del que no se pusiera a corear como un hooligan “No Cars Go” o “Wake Up“. O el que no quisiera echarse unos bailecitos en el cierre con “The Sprawl II“, en la que Régine parecía una discípula aventajada de Björk (quien, por cierto, también actuó hace unos veranos junto al Guggenheim).

Habrá quien alegue que “Intervention” no suena igual sin el órgano de iglesia que llevaban en la gira de “Neon Bible“. Pero que no nos engañen: ninguna canción de Arcade Fire impresiona en directo menos que en disco. Aquí alcanzan una nueva dimensión, empujadas por el espectáculo que prestan unas proyecciones sencillas pero terriblemente acertadas, y sobre todo contemplar a estos ocho musicazos trabajando al mismo tiempo para construir canciones como catedrales: pocos en la actualidad son capaces de transmitir la libertad que los de Montreal muestran al intercambiar una y otra vez sus instrumentos y sus roles sobre el escenario. Y también por la catarsis que se alcanza al sentir a miles de gargantas coreando los estribillos, como si estuviéramos en una enorme celebración más cercana al gospel que al rock.

Esa épica a la que apelan casi se les va de las manos en algunos momentos (habría que intentar poner freno a lo de los coros futboleros del público, a ratos resulta poco serio), pero si uno araña la superficie verá que en el núcleo de su música hay mucha más enjundia, sofisticación, sentimiento y sinceridad que en cualquiera de los demás grupos que en la actualidad compiten por el trono del mejor grupo de rock de estadios del mundo. Y ante todo demuestran que solo dependen de sí mismos: no necesitan dejarse llevar por nada ni por nadie, porque a día de hoy son ellos los que marcan la tendencia a seguir.

Sobre las 11 y media terminó todo. A algunos nos quedaron ganas de un poco más. Y no es porque faltara ninguna canción esencial, o que ninguna de las que tocaron merece ser considerada como obra menor. Es que una vez que te das cuenta de que realmente estás ante la banda en mejor forma del momento, deseas que ese concierto no se termine nunca.


Texto: Carlos Caneda
Imágenes: archivo

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