Y es que el álbum de debut de los Arctic Monkeys ‘Whatever people say am I, that’s what I’m not’ (2006) fue puro nervio e inmediatez irresistible, punk-rock con aire fresco. Hoy ya son himnos al sonar en directo “I bet you look down on the dancefloor”, “The view from afternoon” o “Where the sun goes down”, Alex Turner (voz y guitarra) se quedó perplejo y encantado cuando el pabellón coreó al unísono las estrofas de la canción bajo los primeros acordes de su guitarra. Detalle del calado de la banda y un tanto para la audiencia madrileña, pletórica como siempre. El lleno del Palacio Vistalegre, cerca de 10.000 personas, confirmó el tirón popular de los de Sheffield entre el público más joven, muchos adolescentes de no más de 14 o 15 años acompañados de sus padres, y una mayoría de veinteañeros. Pude vivir dos momentos intensos del concierto en diferentes ubicaciones; por un lado una primera parte en el agobio de la pista, cerca de la mesa de sonido, resistí hasta que empezó a faltarme aire y mi espacio se iba reduciendo considerablemente. Ya en la grada disfruté del esplendor de la puesta en escena y de un sonido robusto que no perdía enteros desde la lejanía, y hasta pude bailar. Los teloneros Mistery Jets sonaron dentro de la medianía de bandas británicas que quieren sonar a algo ya manido, entre Travis y The Beta Band, rollo entre britpop, pop sesentero psicodélico y folk. Nada del otro mundo vamos.
El repertorio, casi una veintena de canciones, se amoldó al guión del último disco (tocaron siete de las diez canciones), pero no decepcionó en modo alguno: media docena de canciones de ‘Favourite worst nightmare’ (2007) y cuatro temas del primer disco. Hasta sorprendió su versión del “Red right hand” de Nick Cave, una cara B. El cuarteto mostró una solidez escénica pasmosa, brillando notablemente su batería Matt Helders, con un Alex Turner con savoir faire, y con la banda sobria (preciso y en un segundo plano el bajista Nick O’Malley, brillante Jamie Cook a la guitarra) pero eficaz y efectista. El músico John Ashton aportaba riqueza con una tercera guitarra y teclados al cuarteto. “Secret Door” con algo de esa leve y purpúrea psicodelia de gran relieve, sirvió de cierre para el final. Vistoso ese golpe de efecto con el estallido de varios cañones de confetti. Me recordó al “Champagne Supernova” de Oasis pero con otros matices. Y los bises que sirvieron para cerrar su éxito en Madrid, fueron su super sencillo “Fluorescent Adolescent”, uno de los pepinazos pop del grupo, y “505” que se inicia con ese teclado tétrico, casi fúnebre, para acabar subiendo y ascendiendo entre una maraña de guitarras. Conciertazo en toda regla.
Texto: Andrés Castaño
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