Son casi las siete y media de la tarde de un lunes y no tengo nada mejor que hacer. No soy de esa clase de tipos fiesteros y extrovertidos que adoran salir cada una de las noches de sus vidas. Vale, lo hice durante un tiempo, pero no soy Mister Simpatía, así que prefiero encerrarme lejos del alcohol barato y los meados de las esquinas.
Tampoco soy muy amigo de los “saraos” que se montan de vez en cuando (y para siempre). Todo es demasiado impostado, como de plástico. Rápidamente me doy cuenta de lo poco que pinto ahí (porque seguramente haya ido por obligación). Alguna vez te topas con una cara conocida de tu entorno que también se alegra de verte por allí. En realidad esa persona también se encontraba sola entre tanta gente y encontró en ti algo a lo que agarrarse en mitad de todo aquello. Y es curioso, hace no mucho tiempo yo era un tipejo que escribía en un fanzine bilbaíno al que hoy sigo agradeciendo la oportunidad. Nadie me conocía y compaginaba aquella afición con otro trabajo no tan gratificante. Al poco fiché por Efe Eme y la cosa se transformó. Aquello era más serio. De repente empezaba a ser recibido de otra manera más “amable”. Me veían en un concierto y se acercaban a saludarme o a comentarme algo del grupo de unos amigos suyos. Los sellos y oficinas de prensa hacían lo propio. Todo era ligero y fácil. Muy embaucadores todos. Copas gratis, invitaciones a showcases, discos, drogas… incluso se generaba una especie de erótica del poder.
Pero no pasó mucho tiempo (diría que menos de cuatro meses) hasta que me di cuenta del circo que había montado alrededor de algo que era —supuestamente- un arte. Me volví más desconfiado y menos amable. No veía amigos, sino compañeros o conocidos. Algunos querían amistad o sexo y otros aprovecharse de mi situación (¡soy un jodido plumilla musical insignificante!), pero pasaba. Allí, en las fiestas, costaba aparentar lo que otros hacían con mucha facilidad. No podía (ni puedo) ser falso con la gente a la que no trago, y eso se me nota. Me ha causado problemas y lo sé, pero por eso evito tener tratos tan cercanos con algunas personas del que es ahora mi trabajo (sí, lo es).
Veo a jóvenes compañeros empezar y me veo reflejado en su ingenuidad. Me dan ganas de advertirles de la falsedad del cotarro, pero prefiero que sean ellos mismos los que lo descubran. De todas formas… sois unos falsos.
No tengo nada más que decir al respecto, así que a veces las palabras sin excesos pueden ser más grandes que muchos párrafos. Ya está bien de tanta fiesta y de tanto peloteo. Si un disco funciona, funciona porque es bueno, no porque el sello/agencia/mánager monte un “convite”, sino porque el artista lo merece. Pero en fin, vivimos en España, país de apariencias, y eso del “postureo” y del “mamoneo” se lleva mucho. ¡Sin querer olvidarme de la hipocresía y de los besos de Judas!
Qué asco todo y qué puta repugnancia aguantarlos. Que se vayan, que se vayan a tomar por saco y nos dejen trabajar. Sí, sois unos falsos y no os quiero ver ni en pintura.
Texto: Carlos H. Vázquez.
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