«¿Quiénes son los sordos?». La pregunta y duda embadurnó la sala semivacía durante el recital de cierta cantante. La joven, en el escenario, venía de Estados Unidos siendo allí un referente de la canción. ¿Da eso garantías de algo? Las mismas que una carrera universitaria en España, o sea, ninguna… al menos viendo el panorama y la facundia bella vista que se le otorga al pueblo. La muchacha terminó (sin perder la sonrisa) y agradeció su atención a los pocos que allí se encontraban.
Hace unas largas semanas se celebraba el Record Store Day, que es algo así como el día de las tiendas de discos pero sin descuentos aparentes. Un certero ejemplo pudo vivirse en Madrid. Varias tiendas programaron actividades y pequeños shows en sus calles, algo muy necesario en los tiempos que corren. En el Espacio UFI concurrían, desde primera hora de la mañana, bandas y músicos de diverso pelaje. Es una zona con bares y terrazas, por lo que la situación estratégica iba a funcionar a las mil maravillas. Y así fue, no sólo aglutinaron una gran cantidad de asistentes a eso de la hora del vermouth sino que además doblaron el número cuando las cinco de la tarde llegaba a los relojes. Los músicos no eran grandes estrellas, pero desbordaban talento, cosa que los hace todavía más estrellas, por cierto.
La organización perfecta, controlando a cada momento los tiempos que había entre las bandas para no pisarse las unas a las otras. Y al igual que en otros espacios, en su interior albergaba una rica oferta en material sonoro, del mismo modo que también sucede en otros establecimientos como Radio City, por ejemplo. Uno podía estar escuchando una canción en directo y después preguntar en la tienda por el disco del compositor y/o cantante de turno. Un bonito encuentro en donde todos salían ganando. Incluso los hosteleros de los aledaños. ¿Se le dio bombo a aquella proeza (porque lo es)? Poco o nada. Alguna cadena estuvo allí, pero es como si uno tiene tos y se rasca sus partes pudendas.
Una verdadera lástima, puesto que estos eventos forman parte de la cultura. Pero ya se sabe, la cultura hispanistaní consiste en ir de lado a lado de la sala de turno con dos vasos hasta arriba de cerveza (mojando a su paso) sin parar de hablar, importunando así a los asistentes y grupo que toca en el escenario. ¡Muchachada, estar callado en los conciertos es mainstream, lo que mola es incordiar siempre que uno tenga la más mínima oportunidad!
La ignorancia encubierta se rearma en esos instantes. Ese grupo que antes era obviado por los más versados es ahora alzado por esos mismos. Como es de esperar, sus respectivos adláteres empiezan a hablar, conocedores ellos, de lo mucho que suena ese chorus o de cómo el cantante enarbola la voz rozando lo (atención: palabra odiosa) sublime. Todos son muy guapos y muy bonitos. Sus giras logran llenos donde antes no iba ni la abuela del batería y logran grabar un honroso long-play producido por el “manitas” de moda. Para alegría de la inteligencia y del arte, ese conjunto que ha trabajado a pico y a pala al fin ve recompensado su duro esfuerzo. El problema es -como antes se ha explicado con las enfermedades venéreas- que tendrán fans que más que fans son verdaderas gonorreas. Amén de sus odiosas grupies, las cuales también ostentan unas dilatadas cavidades íntimas por las que han pasado desde técnicos hasta pipas. Si esta pútrida mentira no fuese una azucarada función de pacotilla, se podría decir que los chavales han entrado en eso que los especialistas en marketing llaman “sexo, drogas y rock and roll”. Los enterados que aplauden (tarde) a la ya explotada banda serían como estos progres de salón que sonríen a las glorias de la multiculturalidad sin reparar en los ghettos de los barrios obreros que, evidentemente, no disfrutan ellos, reliables pusilánimes.
Pero pasará el tiempo, y aunque un segundo y prometedor disco sea doble platino, aquellos que se enorgullecían hipócritamente de
¿Por qué esa falta de criterio en aquellos infraseres que creen poseerlo? A decir verdad no se sabe para qué existen ciertas radiofórmulas y ni mucho menos se entenderá por los siglos de los siglos lo que suelen pinchar. Unos, los que van de líderes del pedantismo, sientan cátedra desvirtuando el objetivo de difundir músicos y artistas desconocidos. Otros, los que van de modernos, emborrachan (¡bendita payola!) a los “escuchantes” de auténtico garrafón sonoro. Éstos y éstas (no se me enfaden, feminazis), claro, mueven el delantal y las zapatillas de felpa al son de la aflamencada y recauchutada gritona de turno.
¿El objetivo de las radios y demás medios musicales es la de educar? Pues hombre, podría ser, pero también la duda de si la gente escucha lo que les ponen o si ponen lo que demandan deja en jaque cualquier cabeza pensante.
La poesía es de quién la siente. O, como dijo el poeta mexicano Octavio Paz, la poesía no se siente: se dice. Tal vez con la música ocurra lo mismo… se supone.
Ignorance is strength!
Texto: Charly Hernández
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