¿Qué ocurre cuando se escucha una voz que proviene del espacio exterior, cuya voz baila entre las nubes y que tiene pegados en sus dos últimos discos, junto con su compañero de baile, seis o siete temas, -por no decir diez o doce…-, que son absolutas y absorbentes obras maestras?. ¿Qué se espera de un dúo (en concierto trío) cuyos dos últimos trabajos han acompañado la melancólica puesta en escena del abanderado “dream pop” actual, como contrapartida al “slowcore” del reverso sosegado de unos Low o Mazzy Star más galvánicos?.
No hace falta ser tan complicado para danzar al hula hoop con una rueda de un camión para explicar la atmósfera tan peculiar que han creado los insólitos Beach House, que si bien con su último “Bloom” encaminan sus canciones hacia una continuidad narrativa que ha hecho ponderar de igual manera sus dos celebrados últimos álbumes, han escarbado una trinchera de la que muchos no queremos salir. Para muchos, el año pasado, de esta manera, había trabajos más arriesgados (como el fantástico “Kill for love” de Chromatics). Para otros muchos, esa persistencia en los sonidos de bandas como The XX o Beach House, ha sido igual de agradecida que elogiada.
El concierto de Beach House en Madrid comenzó titubeante. Parecía que a Victoria Legrand no le brillaban los destellos de su voz en los tres o cuatro primeros temas. Enfundada en su americana de lentejuelas plateadas, la saturación del sonido tuvo que ser ajustada para que el público, en principio un tanto frío, comenzara a remontar el vuelo. O mejor, que esas canciones, despejaran el humo que hacía de cortina entre el grupo y el público que llenaba la sala.
Pero llegó “Silver Soul” y el cielo se rasgó. Apareció David Lynch entre visillos donde el Sol se apagó. Todo fue un “Inland Empire” de locura cósmica. Las luces empezaron a parpadear, y salieron enanitos en salones de baile solitarios, pisando suelos de moquetas granates, camas vacías, y nosotros, como si fuéramos almas solitarias clavados sobre la arena de un desierto repetíamos una y otra vez “It is happening again, it is happening again“.
A partir de ahí el que no voló fue porque tenía las alas rotas o no supo utilizarlas. El que no dio al interruptor de “eject” y fue expulsado a kilómetros de allí de un puñetazo galáctico es que quiso esquivar la opulencia en las melodías de un grupo que te deja rápidamente noqueado, aplastado hasta no quedar más que unos centímetros de cuerpo, el único que puede ser capaz de asimilar tal magnitud de belleza. Escuchen “Lazuli” y compruébenlo ustedes mismos. Con sólo los oídos y un poco de corazón, quedaba el cuerpo mermado, reverenciando cada canción que nos ofrece la banda norteamericana desde que nació en el 2004.
Por supuesto, cuando llegó la detonación de “Myth” los que nos habíamos convertido en enanos, menguados por la capacidad brutal de aquella catarata musical, no pudimos más que aplaudir a mitad de la canción, mordiéndonos el labio inferior para no llorar como bebés.
El resto del repertorio (el bucle sonoro de “Irene“, la magia empírea de “Wishes“, el ritmo seudo-discotequero de “Wild“, por poner tres ejemplos más…) fue un suma y sigue hacia esas ganas de sacar cristales de unas esquirlas agrietadas por algo que va más allá de lo puramente terrenal.
¡ Blooooooooooooooom!.
Texto: Ángel Del Olmo