El concierto comenzó con God Save The Jungle, de su último disco. A partir de ese momento, combinó canciones de su primer disco, como Winston Churchill’s Boy, Adios o su Condolence, con la que muchos llegamos a él y a raíz de la cual durante el concierto organizó un auténtico coro en el público, que él mismo dirigía, con otras de I Tell A Fly, como Phantom Of Aleppoville, By The Ports Of Europe o Jupiter, que comienza diciendo «Ben is an alien with extra ability». Esta primera frase de Jupiter, como el músico explicó en una entrevista, es la que escribieron en su visado para viajar a Estados Unidos.
Pero esta es tan sólo una de las insólitas historias que rodean la vida de este cantante y multinstrumentista. Desde la infancia, ha tenido que atravesar situaciones difíciles: sufrió bullying en el colegio, tuvo que aprender a tocar el piano a escondidas porque sus padres se lo prohibieron y se vio obligado a vivir durante un tiempo en la calle porque no tenía dinero. Sin embargo, hace poco el músico ha declarado en una entrevista con el diario ABC que lamenta que la gente esté fascinada por su vida personal en vez de por su música y ha asegurado que «esa historia está ahí, pero no es la razón por la que hago música y he llegado hasta aquí».
No nos queda ninguna duda. Si ha llegado hasta aquí, a pesar de todas las dificultades, es por su talento, por su increíble voz y por su capacidad para componer obras únicas, además de por la perseverancia con la que ha luchado por sacar su proyecto adelante. Y, como corresponde a alguien de su talento, ha sabido rodearse de los mejores músicos, como los que le acompañaban anoche, lo que le permite llevar a cabo actuaciones como la que disfrutamos los asistentes de la Sala del Palacio Vistalegre. La música se acompañó de teatralidad, de humor y de acciones y comentarios que criticaban de una manera sutil nuestra sociedad, con la elegancia y el ingenio que caracterizan a este músico londinense.
Para terminar, tengo que decir que asocio desde hace tiempo la figura de Benjamin Clementine con las de otros dos músicos a los que admiro profundamente: David Bowie y Franco Battiato. No tienen nada que ver, realmente, pero mi mente los asocia y los admira de una misma manera porque los tres han hecho toda la vida lo que han querido, probando lo que les apetecía y experimentando con su música, gustase o no a su público. Clementine podría haber aprovechado el éxito de su primer disco para relajarse o para ofrecer un álbum más sencillo con el objetivo de llegar a un número mayor de gente; sin embargo, no se conformó con algo así y siguió experimentando. Su segundo disco no es una copia del anterior, ni una creación mediocre para salir del paso. Es, como algunas obras de los otros dos artistas que menciono, una auténtica locura, con canciones que se alejan del patrón estrofa-estribillo-estrofa-estribillo al que la industria nos tiene acostumbrados y singles de más de seis minutos de duración. Y, a pesar de lo arriesgado de este proyecto, parece que todo va sobre ruedas. Sus seguidores no podemos más que alegrarnos. Y estar agradecidos.
Texto: Ana Martínez Bautista
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