Su despegue sería un tanto agridulce, ya que Silicon Messiah (2000) se chocó con ciertas vicisitudes. El disco en cuestión fue alabado por la crítica especializada, comprendiendo a la postre que el problema anterior tal vez residía en el hecho de no ser Iron Maiden la agrupación ideal para unos registros como los de Bayley. Pero la cara amarga se materializa es esa mala respuesta en ventas que sufrió el larga duración, ya que tocaba las calles sólo una semana antes del lanzamiento mundial de Brave New World, el esperado regreso de Bruce Dickinson al hogar de Steve Harris y compañía. Pero esto no hizo desistir a Blaze, cantante que no cejó en su empeño de hacerse oír. En 2002, y tras descargar su Silicon Messiah por algunos de los festivales más punteros del mundo, regresa con las baterías cargadas y dispuesto a menear las melenas como el que más. Un plástico, el segundo Tenth Dimension, que sorprendería tanto a los que escuchaban por primera vez a estos Blaze como a los que ya tenían en su discoteca particular la ópera prima del combo.
Sólo con su ‘Kill And Destroy‘ ya tienes todo un tiro mortal, una auténtica carga de dinamita de la que te será difícil escapar. Un tema, como el resto que componen su Tenth Dimension, lleno de un metal cuidado y con un Andy Sneap a la producción que consigue que además suene perfectamente compacto. Blaze está magnífico en su papel de cabecilla, esta vez sin tener que compartir su mandato con recuerdos del pasado, cubierto por cuatro músicos más que no se quedan cortos. ‘End Dream‘ también aporta ese toquecito futurista que va como anillo al dedo a un redondo con tan significativo título. Los riffs de las guitarras crean un constante e infranqueable cinturón sonoro, tras el que se esconde el señor Bayley. Este vocalista deja entrecortar sus estrofas por unas bases rítmicas de sonido mecánico brillante, de ello bien se encargan Roba Naylor y Jeff Singer. El disco sigue unas pautas muy claras, unos caminos sencillos de seguir y disfrutar; aunque, claro está, nos depara alguna sorpresa que otra.
Un buen ejemplo es su quinto ‘Nothing Will Stop Me‘, composición lenta y que puede llevar a engaños por su línea baladística. Pues no, poco a poco las guitarras, batería y bajo van despertando de su letargo y tras pasar los primeros minutos ya están en plena forma para calentar tus oídos a golpes de potente heavy metal. También está el corto ‘The Truth Revealed‘, de menos de dos minutos de duración, en el que su carácter lento deja que Blaze juegue con su faceta más melódica. Y aunque este cantante no es de los que pueden alardear de gritar en estrofas interminables, sí sabe lo que es imprimir sentimiento a una tonada; tal vez por esta razón, decida seguir bajo este registro en su siguiente ‘Meant To Be‘, una auténtica joyita en la que los solos de guitarra nos devuelven a los grandes tiempos del heavy más clásico. Y hasta deja un pequeño espacio —bueno, realmente son casi siete minutos— para un corte “semiprogresivo” en el que, siguiendo los términos del medio tiempo, da los últimos momentos de gloria a una garganta que merece ser valorada dentro de este género. Tal vez no sea la más poderosa, pero una cosa sí es cierta: lo que hace, lo hace bien.
Antes de pasar a un futuro asalto que cuente cual su tercer redondo en estudio, Blaze quiere obsequiar a sus seguidores con una grabación en directo, el As Live As It Gets de 2003, dieciocho canciones repartidas a lo largo de dos intensos redondos. En esta obra nos encontramos de todo, y es que Bayley tampoco olvida los buenos momentos. Durante los minutos que llenan cada CD, el oyente puede toparse con recuerdos a sus Wolfsbane (‘Steel‘), guiños a los que disfrutamos con su estancia en Iron Maiden (‘Futureal‘ o ‘Sign Of The Cross‘), repasos a su nueva vida (‘Speed Of Light‘, ‘Ghost In The Machine‘ o ‘Tenth Dimension‘), por no citar ese desempolvar clásicos de la leyenda zeppeliniana (‘Dazed And Confused‘). Todo un completísimo artefacto que, además de tener a un Bayley desvivido por su público y entregado en cada pieza, cuenta con una banda de auténticos licenciados en artes metálicas. Tanto la maestría de los mástiles de Steve Wray y John Slater, al igual que la compenetración exacta de la base rítmica formada por Rob Naylor y Jeff Singer, cierran una agrupación que puede dejar clavado en el sitio a más de uno.
En definitiva, el disco ideal para todos los públicos del rock duro: los acólitos y ciegamente entregados a la gorra de Blaze, los que todavía no sabían nada de él y, por supuesto, los que no podían perdonarle sus pecados con Iron Maiden. Un doble trabajo copado por canciones que tienen un sitio y un lugar justo, sin sobrar ninguna —aunque la versión de Led Zeppelin podría tener otras lecturas que no la que ellos han tomado—. Además, si a todo esto le juntamos el tema de la calidad de sonido que posee el plástico, el resultado se redondea.
Esta claro que al hablar de Blaze Bayley, y aunque fuera vocalista de los hardrockeros Wolfsbane, siempre tiraremos del latiguillo “el ex Iron Maiden“. Sin duda alguna ese momento fue el punto de inflexión en su carrera, dos álbumes que le acabaron metiendo dentro de la historia de la Doncella. Aun así, Blaze ha sabido chocar con ese muro de contención y seguir adelante. De esta forma, y ya con tres trabajos en su haber, Bayley nos presentaba en 2004 un nuevo álbum dispuesto a ser la piedra que afianzase una carrera que en cinco años ya ha sabido callar muchas bocas.
Y es que, mientras Silicon Messiah era el golpecito en la puerta y Tenth Dimension la carta de recomendación, con Blood And Belief llega el acomodo en el sillón más confortable del rock. Blaze, sin miedo a represalias, recupera la esencia de los mejores estribillos de los 90 de Maiden y los fusiona con composiciones cargadas de guiños sonoros último modelo o de bases metálicas que le ponen por encima de todos aquellos que lo único que quieren es jugar a ser modernos. Las diez canciones, y los cincuenta minutos que dura esta obra, nos devuelven a un cantante que ya se puede sentir líder, que no se deja colgar carteles estilísticos y que recrea en Blood And Belief todas las ganas contenidas en un pasado de esclavitud compositiva. Momentos en los que términos como pasión o energía cobran un fresco significado que los separan de planteamientos caducos.
En definitiva, otro disco remarcable en una carrera que dejó un poso difícil de borrar, un vocalista que seguía demostrando a golpe de heavy metal lo que hay por destapar y que otros no se atreven por miedo a la etiqueta de poco comercial. ¿Qué importa eso cuando tienes entre tus manos un redondo cargado con los sonidos que ya se echaban en falta en la corriente? Para novedosos metálicos de postín ya tenemos a otros. En cualquier caso, y aunque pareciese esperanzador dicho tránsito por las altas esferas de la escena, lo cierto es que el artista finalmente opta por dejar descansar el proyecto para firmar ya en 2008, y para el CD The Man Who Would Not Die, con su nombre y apellido artístico, subrayando así la hegemonía pretendida.
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