Para todo aquel curioso observador musical que se precie y sea un inquieto omnipresente en acudir a un concierto de grupo desconocido, la Sala Costello madrileña viene ofreciendo una programación sumamente atractiva: y atentos a los meses siguientes, porque la oferta persigue el mismo camino. Visitamos la sala en uno de los conciertos programados para principios de agosto. El que nos entregaba las suaves melodías de Boat Beam y el sabio letrista de esos lugares comunes que tanto nos gusta recorrer así de bien. Claro, él es Julio de la Rosa. Dos conciertos muy interesantes.
Le ponen un traje de margaritas a Josephine Ayling, cantante de Boat Beam y parece que a France Gall le ha salido una sobrina que canta folk y pop con la misma suavidad que si a Sarah Cracknell (solista de Saint Etienne) le hubieran propinado tres litros de calmantes y le hubiese dado por cantar el “He’s on the phone” tumbada en la cama.
El trío femenino (cuarteto con la incorporación al final del concierto de batería) calca y pega la ternura de su disco de debut, “Puzzle Shapes“, con una soltura digna de elogio. Lo es porque los acompañamientos de esos instrumentos de cuerda (viola y chelo) hacen que tanto su álbum de estudio como su directo suenen tanto a clásico como a ganas de ofrecer unas canciones que se defienden por sí mismas. Y a eso le suman que le ponen tanta gracia como esfuerzo en tocar bien sus temas. Tienen unas canciones con unas melodías que se pegan enseguida, un disco homogéneo y además suenan bien en directo. Saben defender su primer trabajo, no hay duda. Que no ofrezcan nada nuevo no es óbice para desdeñar su propuesta. Tampoco creo que nadie le pida a Leonard Cohen que haga un remix de “First we take Manhattan” en su actual gira y la gente anda así de contenta; viendo como el maestro salda sus deudas económicas a costa de hacer saltar las lágrimas de sus incondicionales (tanto los que admiran sus canciones como los que agitamos nuestros bolsillos), y además haciendo aullar a aquellos que rezan por la última vez que pueden ver a un mito viviente en vivo.
Si bien es cierto que se podría sacar más jugo a las canciones con esos arreglos de cuerda, me viene la duda en saber si Boat Beam puedan desglosar una canción de Ella Fitzgerald sin salirse de las estructuras folk. Sería una grata sorpresa. Cabría la posibilidad de saber si se atreverían a cambiar la estructura típica de sus canciones en concierto hacia tonos más blues ó el swing, o algún toque más jazz, que las canciones dan para eso y mucho más. Pero lo más seguro es pedir demasiado a un trío que con su primer disco saben dar algo más que folk, algo más que una voz bonita y algo más que unas canciones de ensoñación dramática. Sus baladas me recuerdan a mis añoradas Velocette. Por eso, la simpatía a la hora de tocar y la vehemencia para transmitir eso a su público, tienen un hueco entre los discos de “domingo por la mañana” de este 2009.
Un rato después del concierto, rozando la medianoche, Boat Beam se perdían en la Gran Vía madrileña sin hacer ruido. Como sus canciones. Esperando que, a la mañana siguiente (domingo), queramos despertarnos con estas tres cenicientas del último folk que se hace en nuestro país. Simpáticas y con un disco de debut notable. No es poco. Ya saben, agréguenlas a su lista de amigos.
Lo de Julio de la Rosa suma en otras cuentas. Ya tiene tablas. Por eso, a las primeras de cambio, deja el micro tras de sí y se pasea entre el público para anunciar que quiere una conexión con sus seguidores. No le falta valentía, ni en directo ni en lo que cuenta. Mientras otros letristas cantan al amor una vez, él lo hace tres, cuatro y cinco veces. Diciendo eso de que las sirenas no le dejan dormir y atacando a lo rutinario que puede ser una canción de amor a la cara.
Como compositor no tiene desperdicio porque no hace falta estar atento a las letras, van cayendo como gritos, a veces desesperados, otras sobre la ausencia. Y otras aplastando lo cotidiano con un mensaje que parece sacado de “serie b” (“Kill the mosquito” de El hombre Burbuja). Que su último y tercer álbum en solitario “El espectador” (Everlasting Records, 2008) permanezca olvidado por todos aquellos amantes de los popes de la canción de autor de nuestro país, lo mismo que ocurre con “El hijo” (por cierto, atentos estamos a su nuevo trabajo), es una codicia que olvida a gente como Julio de la Rosa. Un olvido imperdonable de alguien que con dos cosas, el eco de sus voces y de su guitarra, puede y sabe transmitir mucho más que otros que salen al escenario cubiertos de pieles. Grande señor De la Rosa. Se merece usted mucho más que empujar el calor que nos regala en sus canciones y su directo. Ya va siendo hora de que se le haga justicia. Los que no conozcan su música déjense llevar por el tono humilde y ajeno a lo trascendental que transmiten sus letras; porque hablan un poco de nosotros mismos y así de cercanas son las canciones del compositor jerezano.
Texto y fotografía: Ángel Del Olmo