David Crespo, que al frente de su grupo Balago (antes trío, ahora en solitario) creó una obra capital que dio a entender buena muestra de la excelente influencia electrónica en clave post-rock que se hizo en nuestro país con la obra maestra “Erm” (Foehn, 2001), dio pistas, con este primer álbum, de la impaciente creación artística que tenía en mente. Ahora, con la compañía de danza catalana “Erre que erre” y bajo el epígrafe “No pesa el corazón de los veloces” hace física su forma de entender la música y la lleva hasta la pasión que conforman sus paisajes ambientales. Las únicas y extraordinarias notas de calidad estilística y musical llevadas al movimiento corporal de una obra tan interesante como cercana al erotismo y mucho más próxima a lo terrenal que lo que señalan sus estupendos e imprescindibles discos de estudio. Ha sido nominado por los Premios UFI (Unidad Fonográfica Independiente) en la sección de mejor álbum de música de vanguardia, ganándolo Glitter Klinik. Ya sólo con su nominación se demuestra que hay alguien ahí fuera con dos dedos de frente.
Sus cuatro estupendos protagonistas en ese baile tan físico como sensitivo, entrelazaban sus brazos, en una pelea intermitente donde nadie vence y se ven claras las diferencias entre el rechazo y la constante necesidad de no estar sólo.
La música no actuaba como contrapunto sino como acompañante en los silencios, en la falta de luz y en la fogosidad que puede llevarnos a la dependencia del uno con el otro. No hacen distinción entre sexos sino entre cuerpos. Por eso, es tan afectivo el baile, que en clave tango hace una pareja como el que, en tono gay, se realiza en otra escena: la que comienza en el banco y acaba en ruptura.
Todo es vigor en estos movimientos corporales. Y en un momento dado, los músicos se convierten en intérpretes de la obra y los actores en músicos, para realizar una transformación de registros que canibalizan la interpretación. Las máscaras no existen, son todas personas o actores de una misma obra. De ahí se entiende que la música es parte de los cuerpos, de la vida y de los actos de uno mismo, sólo o acompañado. Algo así como una “nivola unamuniana“: los músicos y bailarines se revelan contra sus interpretaciones y cuestionan sus preguntas al público. ¿Qué han visto ustedes?, ¿Hombres y mujeres bailando para vosotros?, ¿un grupo que toca para que otros bailen? Ninguna de las dos opciones. Porque ambas son posibles en este mundo imaginario que nos han explicado. Y el autor, que somos nosotros mismos con nuestra interpretación del mundo, ésta vez no los matamos, como hizo Unamuno con Augusto Pérez, sino que los resucitamos en nuestra mente, para interpretar nuestras diferentes decisiones de una obra doble en su contenido, única en su conjunto, tan apasionante como digna de elogio.
Texto y fotografía: Ángel Del Olmo