Ya llevaba unos cuantos años componiendo música, cuando en 2005 “I’m wide awake, it’s morning” le encumbró como uno de los jóvenes promesas de la música popular contemporánea de los últimos años (sobre todo en el ámbito del rock norteamericano). Ahora, con The Mystic Valley Band , Conor Oberst vuelve a hacer lo mismo: fabricar clásicos, que al chico se le dan muy bien.
Sí que es cierto que no todo lo que ha hecho es igual de bueno. En el mismo año, publicó un “Digital ash in a digital urn” que tendía a la dispersión. Pero el niño bonito del country-rock norteamericano es un joven muy inteligente y ha sabido fundir en su último (y excelente) álbum lo más destacado del rock enraizado en las mejores costumbres de la música folk norteamericana. De esta manera, construye pegadizos temas de rock con solera (“Slowly (Oh, so slowly)“), o se acerca al country-pop que le ha dado fama (“To all the lights in the Windows” ó “Cabbage Town“). Cambien el pop por el rock y la ecuación resuelve la incógnita que descongela el folk en mil pedazos, elevándola a la enésima potencia (“Big Black nothing“). Una indeterminación que no lo es tal y que le hace apostar por la diversión (“Air Mattress“) para invertir los términos y volverse serio (“Ten women“).
Esa voz, a veces pueril pero que se rasga en discursos rotos de melodías candorosas, como la que luce en “White shoes“; que parece haber salido del caminar en el desierto de otro protagonista con alma solitaria de la sombra que dejaran las imágenes de la película “París-Texas“. Y aún se crecen más las melodías, dejando un poso de tanta inocencia en las letras como imperecederos sus resultados (“Difference is time“).
Así es. Otro gran disco de un joven con un talento indiscutible para acumular diversas influencias y hacerlas suyas. Consiguiendo así ser tan identificable como esencial. Guárdenlo en su memoria en el recuento de 2009, junto a clásicos, como The Leisure Society (¡qué disco más maravilloso!), Bill Callahan ó Bonnie “Prince” Billy, entre otros. Sí, gran año para el folk, en todas sus vertientes.
Texto. Ángel Del Olmo
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