Tarde para revisitar las nuevas fronteras que adopta el pop en el caleidoscopio que pueden abrazar las formas y colores de lo naif, esas letras de amor cotidiano y la candidez de la gramática musical en estado puro. Todo esto empeñaría el agradable Teatro Maravillas, donde podríamos encontrar las claves de los dos conciertos ofrecidos.
La francesa y hermana del genial músico y actor Benjamin Biolay (ojo a su pose “crooner pasado de rosca” en la película Stella, estrenada en el Festival de Cine de Gijón último), Coralie Clèment, se dejó ver en el escenario para demostrar el poder que puede dar de sí la nueva chanson francesa. Presentaba su tercer álbum de estudio, “Toystore“.
Atreve a acercarse con agrado preciosista a la bossa nova, le birla una canción a su hermanísimo y se pasea con flauta y su acompañante a la guitarra entre canciones que no pasan de tres minutos; piezas que van sucediéndose entre el agrado, la simpatía de su voz y la dulzura de sus letras. Ni más ni menos. Escuchas una canción y aciertas el secreto del resto; no hay sorpresas en el balanceo de Coralie sobre el escenario. Si gritara caeríamos del asiento del susto, pero como sabemos que eso no va a pasar, nos dejamos embelesar por el conjunto de su primaveral repertorio. Y tan contentos.
Lo de La Buena Vida, sin embargo, estaba más cerca de “la cuerda floja” que de la seguridad que puede darte un bombero de dos metros abriendo una puerta a martillazos. Y así lo hicieron. Destrozando los tópicos.
A pesar de que la voz de Mikel sonaba demasiado grave y baja de volumen (pidiendo varias veces subirlo), La Buena Vida poseen las armas para poder disparar sin gatillo: su voz femenina. Fueron listos. A las primeras de cambio, sonaba “Vapor de carga“, un tema a reivindicar una y mil veces en su álbum de mejores canciones de los donostiarras, esos que han deshecho el “sanbenito” del ¨donostisound” para apadrinar las mejores melodías que ha dado el pop independiente español en su último decenio. El grupo pocas veces ha tocado tan bien. Y esos más de diez años de experiencia les han servido para entregar en directo unas canciones que suenan homogéneas. Hasta las más flojas de sus discos (“Deja las tiendas desiertas“, por ejemplo) sonaron igual de impecables, y eso lo hace una banda que sabe lo que se hace con su público. Escondiendo un as en la manga; por eso, no regalaron “Qué nos va a pasar”. Para que los seguidores de siempre no se dejaran engañar por el nuevo rumbo que, sospechamos, adoptará el grupo. El de trabajar cada canción en su conjunto, para que suenen a clásicos, no a “algo viejo”, como decía Mikel cuando presentaba las canciones pasadas. Y ahí estaban “Ayer te vi”, “Desenfocada” y otras muchas. Canciones que han hecho del recuerdo un futuro prometedor. Haciendo de lo sencillo algo memorable.
Hasta cuando ellos quieran. Surcando un cielo entero y ocultando sus canciones entre chisteras donde esconden buenas cosas pero no mal dispuestas. Quedamos atentos a su nuevo trabajo, para intentar surcar esos mundos plagados de países pequeños. Sí, es magia.
Texto y fotografía: Ángel Del Olmo
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