Bruce Springsteen es uno de esos pocos músicos que, después de tantos años de carrera, goza de un prestigio prácticamente inalterable. Haga lo que haga, toque lo que toque, diga lo que diga, casi siempre es considerado digno de elogio y, para qué nos vamos a engañar, la mayoría de las veces ciertamente ha sido así con motivos. Sin embargo esta ocasión, en el comienzo de su gira española y europea en Sevilla, lamentablemente no está entre ellas. Podríamos haber elegido sumarnos al beneplácito general o informar del evento lo más objetivamente posible, pero no va a ser así. No fue un gran concierto o, al menos, no uno de esos que se recuerdan durante años, y hay unas cuantas razones para afirmar esto:
El sonido fue de pena. Cierto es que el recinto elegido es de los pocos capaces de albergar ese número de personas en Sevilla, pero también es posiblemente uno de los lugares con peor acústica que existen en muchos kilómetros a la redonda. El sonido reverbera de forma monstruosa provocando una bola de sonido que hace prácticamente inaudible cualquier cosa en gran parte del estadio. La opción si uno quiere escuchar algo es acercarse lo más posible al escenario de forma que, por saturación de volumen, no te llegue apenas el rebote. No es culpa de la banda claro, pero desde luego tampoco del público que ha pagado religiosamente su entrada.
Con respecto al repertorio elegido siempre hay gustos para todo, pero quizá hubo cierta predilección por alargar algunos demasiado, especialmente algunos del último disco, que provocó una sensación de estar escuchando muchas canciones muy parecidas entre sí. Además de éstos, cayeron canciones como The Ties That Bind, Out in the Street, She’s the One, Darlington County, The Promised Land, el estupendo Apollo Medley y Because the Night, entre otras. Para los bises algo más de Wrecking Ball y algún clásicos más, como I’m Going Down, que fue de las que mejor sonó en toda la noche, Born to Run, Dancing in the Dark y Tenth Avenue Freeze-out acompañada de imágenes del fallecido Clarence Clemons. Unas tres horas en las que el ritmo decayó en varias ocasiones, dejando a gran parte del público a la espera de algún tema que les volviera a animar y a otros tantos más pendientes de los chavales que vendían cerveza que del escenario.
Aún más: una iluminación bastante pobre. En Sevilla vimos un montaje de luces aburrido y poco favorecedor para los músicos. Vamos, nada que ver con lo que pudieron ver los americanos en la Superbowl de 2009 o en la gira de este año por su país. Cierto es que Springsteen siempre ha sido bastante sobrio en cuanto al despliegue escénico, pero no parece complicado para un artista que tiene un caché de más de un millón de euros por actuación dedicar algo más para mejorar la visibilidad del concierto.
Sí que hubo varios detalles reseñables, como en Waiting For A Sunny Day, cuando sacó a una niña para cantar el estribillo. Un momento precioso y entrañable que seguro los más aficionados ya conocen, puesto que es prácticamente una costumbre desde hace años. Otro fue la mención a los indignados españoles, mucho más un día después de la manifestación del 12M y a escasos días del aniversario del 15M, movimiento que inspiró, entre otros, el de Occupy Wall Street, que Springsteen ha apoyado en numerosas ocasiones. Lástima que muchísimas de esas personas que están sufriendo esta gravísima situación económica, y que movimientos como los citados representan, no pudieran pagarse una entrada de 70 euros…
Desde luego muchísimos fans seguro que lo pasaron magníficamente y siempre es una experiencia ver a un artista de estas dimensiones en directo, pero precisamente por eso, porque es un músico enorme, otros muchos aficionados se quedaron con las ganas de ver un espectáculo como el que se prometía. Un espectáculo que podría haber sido mucho, pero mucho más memorable.
Texto: Juan Manuel Vilches
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