Podríamos decir que Cracker es uno de los grupos más infravalorados del mundo, si no fuera porque cada uno de sus seguidores les amamos con todo nuestro ser. Por eso, cada vez que nos visitan les rendimos la mayor de las pleitesías. Eso sí, como quien va a haber a su mejor amigo después de un tiempo sin verle. Con esa emoción tan característica, propia del placer de compartir los sentimientos más profundos con quien tienes tanto en común, porque sabemos que cada minuto con ellos es todo un privilegio. Y por eso que nos arrebataran un cuarto del concierto al final del mismo fue un soberano varapalo, pero centrémonos primero en todo lo bueno que nos llevamos a casa aquella noche.
Noche de Champions, por cierto. Lo que sin duda fue uno de los motivos de que no se agotaran las entradas (ya se sabe que el fútbol es la criptonita de grupos y promotores), pero no el único, ya que la oferta de conciertos de rock estaba especialmente abultada esa semana. De hecho, el día antes los grandísimos Speedbuggy USA no lograron convocar ni a una treintena de acólitos. Una pena, pero también el pan nuestro de cada día.
De todos modos, el pasado diez de mayo la sala Sol no podía verse más animada y receptiva. Después de que Cracker dieran el mejor concierto del Azkena Rock Festival en 2016, las ganas de volver a verles en sala eran palpables. Más aún tras la crónica que escribió Lowery en su muro de Facebook sobre el concierto que dieron en Bilbao. No estuvimos allí, pero podemos imaginar esa increíble sensación y se nos trenza hasta el vello de la lengua.
Volviendo a Madrid, hay que decir que el comienzo aquí también fue increíble, sorprendente y emocionante a partes iguales. Entre aplausos, Lowery, Hickman y Pistol saltaron al ruedo con sus respectivas guitarras (pedal steel en el caso de este último) y lograron crear un momento de tal perfección, sensibilidad e intimidad, que casi teníamos que acordarnos de respirar. De esta manera tocaron tres temas: “Dr. Bernice“, “Been Around the World” y “Almond Grove“. Prácticamente pudimos acariciar los acordes.
Acto seguido, toda la banda ya llenaba hasta el último hueco de la sala con la impecable ejecución de “The Golden Age” , seguida de la potente “Teen Angst (What the World Needs Now)“. Como siempre, alcanzaron el sonido más cristalino posible. Tocaron con la solvencia de quien se abanica en la playa. La banda está tan cohesionada que parece un único ente, sincronizada con la precisión de un relojero de los Alpes. Es algo tan grandioso que todo el mundo debería verlo al menos una vez en la vida.
“Wedding Day“, “Low“, “Sweet Potato“… Un repertorio soberbio, como solo puede hacer un grupo que no tiene un tema mediocre. Si bien es cierto que en directo las composiciones de Cracker ganan muchísimos enteros, tanto en intensidad, como en emotividad. Por supuesto, la calidez que da el público (a pesar de que en Madrid estuviera un poco adormilado) con su acompañamiento vocal en temas tan coreables como “Euro-Trash Girl” redondeó notablemente la actuación de los californianos.
Pero de pronto, en el momento álgido del concierto, el grupo se despide a toda prisa. Tocarán un bis de media hora, pensamos. Salen medio minuto después y suspiramos aliviados, pero tras “One Fine Day“, vuelven a despedirse. Entonces ya sabemos que algo va mal. Personal de El Sol sube al escenario y se dirigen al técnico para decirle que suba la música, que esto se ha terminado. El técnico blasfema. El público, incrédulo, grita para que Cracker salgan de nuevo. Y eso hacen, para tocar de forma apurada su tema más rápido “Time Machine“. Acto seguido, corriendo al camerino de nuevo. Esta vez de forma definitiva. Ochenta y cinco minutos después, media hora menos que en el resto de fechas de la gira.
Es evidente que no fue una decisión del grupo sino de la sala, pero tampoco sabemos qué es lo que ocurrió. El grupo empezó en hora, no hubo ni retrasos ni telonero y, hasta ahora, esta sala nunca había exigido un curfew así de estricto. Si de pronto lo tiene, es tan sencillo como empezar antes los conciertos y no a las 22’30 hrs. Cuando se pidieron explicaciones a la responsable de programación, no se mostró muy dialogante. Así que no nos queda otra que recordar, con cierto sabor agridulce por la brevedad y el repentino corte, un concierto increíble. Mirémoslo por el lado bueno, ya ardemos en deseos de volver a ver a Cracker en concierto. Claro que eso nos habría pasado de todos modos.