Acaba el IN-SONORA y pensamos que este es el tipo de oferta artística que hace a Madrid una ciudad interesante. O mejor dicho, que hace que Madrid siga siendo una ciudad interesante. En la última década la cultura underground se ha visto sacudida de todas las formas posibles, a destacar la estafa económica global, la gentrificación y las políticas conservadoras que han reprimido gran parte del activismo y los movimientos culturales autogestionados y contraculturales. Eso ha desembocado en una lamentable alineación y pérdida de diversidad. No hay más que echar un vistazo a la agenda cultural madrileña del año 2005, por ejemplo, y a la de la actualidad. Hoy Madrid es la capital de las franquicias, los fondos de inversión y el elitismo musical. Pero incluso en las circunstancias más adversas siempre hay un foco de resistencia. Colectivos, promotoras y programadores que se resisten a aceptar el pensamiento del todo está perdido. Y una de ellas se llama IN-SONORA: un ciclo internacional de arte sonoro, música experimental y arte interactivo que este año ha celebrado su decimotercera edición. Su semilla fue plantada precisamente en aquel prolífico año 2005. La mayoría de proyectos de aquella época ya no existen, pero esta conjunción de eventos, performances e instalaciones siguen celebrándose anualmente a pesar de que cada año es más difícil llevar a cabo propuestas así.
El objetivo de esta muestra bienal es ampliar la visibilidad de artistas nacionales e internacionales, apoyando las propuestas contemporáneas experimentales en las que el sonido y la interactividad son elementos plásticos fundamentales. En esta ocasión hubo un total de 42 propuestas de 17 países diferentes, que fueron divididos en los cinco pilares que sustentan el IN-SONORA: eventos, instalaciones, piezas sonoras, audiovisuales y talleres. Cada elemento aporta una perspectiva interesante sobre el arte sonoro contemporáneo, pero lo más interesante resulta es sin duda son las performances y actuaciones en directo.
El festival se inauguró el 6 de marzo en Cruce Contemporáneo, una pequeña sala de arte situada tras el museo Reina Sofía. Los encargados de inaugurarlo fueron el argentino Javier Bustos, con una serie de piezas sonoras audiovisuales, y los italianos Passepartout Duo. Bajo este nombre se encuentran Nicoletta Favari y Christopher Salvito, un dúo especializado en desarrollar ecosistemas especializados a partir de instrumentos hechos a mano a partir de la reutilización de objetos. Desde circuitos electrónicos analógicos a la percusión convencional o instalaciones textiles del tamaño de una habitación. En este caso se trataba de una instalación llamada Aural Record que funcionaba a través de campos electromagnéticos. Passepartout Duo fueron rotando por los diferentes elementos para activar diferentes sonidos cíclicos tanto por oscilación, como por percusión o acoples sonoros. Lo mismo jugaban con la retroalimentación acústica como con el electromagnetismo. Choques de ondas provocados por movimientos pendulares, la introducción de micrófonos en tubos de plomo o un xilófono hecho con objetos industriales.
Dos días después volvimos a encontrarnos con Javier Bustos en Réplika Teatro, uno de nuestros espacios predilectos de Madrid y donde tuvieron lugar el resto de actuaciones de IN-SONORA. Después de haber escuchado su instalación Radio Trios, formada por 3 radios robóticas que fueron hackeadas para buscan las ondas electromagnéticas del espacio expositivo, era la hora de ver de qué trataba su performance BREATH. Su trabajo explora poéticas de la escucha y la producción sonora a través del uso de nuevos medios y tecnologías low tech, operando entre la música experimental, la improvisación libre, la instalación y las artes escénicas-multimediales. En esta ocasión se trataba de un bandoneón electrónico creado por él mismo que estaba conectado a tubos de neón que aumentaban o reducían su intensidad en función del fuelle. El título de la performance no podría ser más certero. Realmente parecíamos estar escuchando a un dragón durmiendo al fondo de una cueva, a punto de despertar y envolvernos a todos en llamas.
Le sucedió Massimiliano Casu, un creador originario de Cerdeña que desarrollado su obra principalmente en torno a la investigación de los procesos de producción colectiva del espacio social urbano, enfocándose principalmente en el repertorio de los rituales populares, sean éstos fiestas rave, verbenas de barrio, bailes de jóvenes por las calles o prácticas mágicas. En Réplika presentó El Fragor (Cencerrada), centrado en imaginar posibles estéticas y políticas del cencerro, entre lo material y lo mágico: como dispositivo relacionado con el éxodo rural, con la ganadería tradicional y con rituales donde el estruendo cumple funciones apotropaicas. Un muro de cencerros de diferentes tamaños dialogaba con una música electrónica conceptual, basada también en esta peculiar percusión, dando como resultado una amalgama tan caótica como la de un enorme rebaño. Creo que sería más interesante una mayor independencia de los distintos cencerros porque daría mucha más versatilidad a la obra, pero aún así resultó cautivadora. El show lo cerró una breve colaboración improvisada entre Bustos y Casu, en la que combinaron el sonido del bandoneón electrónico y el muro de cencerros. No se puede decir que fuera la mezcla perfecta, pero nos permitió disfrutar un rato más de su fascinante manipulación.
El siguiente fin de semana, de nuevo embargados por la cámara de humo artificial en la que transformaban el Réplika, nos encontramos con la chilena Ce Pams y su obra Oleajes Eléctricos. Su investigacioÌn sonora es espontaÌnea, experimental e intuitiva, rescatando el sonido de la cotidianidad y de fenoÌmenos naturales como el viento y el agua, pensados como sistemas autoÌnomos que interactuÌan con procesos tecnoloÌgicos y los humanos. A medio camino entre la instalación y la performance, dos hilos tensionados que conectaban el techo y el suelo del teatro proyectaban el sonido gracias unos transductores con los que Ce Pams iba recorriéndolos. Todo giraba en torno al feedback convertido en un oleaje de señal electroacústica que fluía y se desarrollaba por medio -y a través- de sí misma. Los cantos microtonales recordaban a veces a una tormenta en el mar y otras a un coro de ballenas. En conjunto poco versátil, pero ciertamente bastante hipnótico. Además, acabada la performance, la artista dejó a todo el que quiso acercarse a experimentarlo por si mismo.
Tras ella se dispuso el set de un artista madrileño al que conocemos bien: Verbose y su brillante proyecto CyÌra. Carlos Bravo, que así se llama, es un artista sonoro y visual salido del Centro de Residencias Artísticas de Matadero. Físico de formación y metalero por devoción acabó entrado en la electrónica más técnica, porque no solo compone y programa la iluminación de su performance, sino que también desarrolla el hardware para construir hipnóticas sensaciones visuales. Éstas responden a los estímulos sonoros en tiempo real y es un viaje alucinante costruido a partir de electroacústica, grabación de campo, síntesis modular, pixel mapping y entornos digitales programables. Además, la música es buena y eso también se agradece enormemente en la experimentación sonora, porque hace que generes un vínculo emocional con ella y cala mucho más profundo. Creo que nunca me cansaría de CyÌra.
Morfia, de Macarena Bielski y Manuel Pita, fue el proyecto escogido por IN-SONORA de entre las decenas de propuestas enviadas para ser la residencia de esta edición. Un desafío a la máquina para capturar la esencia del cuerpo humano mediante la deformación deliberada, en palabras del dúo. La puesta en escena consistió en cuatro proyectores dispuestos en cada lado de un rectángulo delimitado por cintas y un techo de plástico. El espacio se llenó de una densa niebla y lo que es más importante: el público. Todo el conjunto tenía como objetivo Visibilizar un imaginario corporal distorsionado por roturas sonoras en directo para fusionar la dicotomía entre lo real y la manipulación. Una combinación onírica de haces de luz que recortaban las siluetas de los asistentes e iba alternando diferentes pasajes musicales, a veces cercanos a una rave, a veces a una performance lírica. El último tramo lo experimentamos sentados, como si nos cobijáramos de las ráfagas lumínicas. El final llegó con Macarena bailando en mitad de la sala como quien se sacude del cuerpo todo aquello que le sobra. Se hizo corto y echamos en falta un cierre más vibrante, pero hay que reconocer su excelencia. Sospecho que vamos a ver buenas performances en un futuro que lleven su firma.
Diez días después del primer espectáculo llegó la última jornada. En primer lugar de la mano de los también chilenos Sofía Balbontin y Mauricio Lacrampette. El trabajo de ella se centra en la práctica estética de escucha de la arquitectura, desarrollando a partir de ahí propuestas experimentales en torno a la música, el vídeo, la performance y la instalación. Él tiende a utilizar máquinas-médium que interactúan con su entorno produciendo nuevos encuentros e imágenes, y abriendo preguntas sobre el espacio-tiempo, el caos y la ontología de la materia en una era post-natural. Solo podía salir algo bueno de aquí. Una instalación en la que colgaron varios altavoces del techo para convertirlos en péndulos y, con su oscilación, generar loops de índole ambient que, en teoría, interactuaban con un láser colocado detrás, que iba atravesando una serie de sábanas colgadas en paralelo que se encargaban de diluir su potencia progresivamente. Más relajante que estimulante pero, en conjunto, visualmente efectivo.
El último directo fue la traca final, literalmente. Laura Netz, con su pseudónimo Medial Ages, nos presentó su proyecto más Dark. Una propuesta AV construida en base a un ruido de potencia electromagnética experimental con circuitos eléctricos y un sintetizador hecho a mano. Y si el sonido era extremo, el apartado visual no se quedaba atrás ya que una potente luz estroboscópica controla los circuitos que modulan la señal. El resultado es una máquina sónica autogenerada que crea un pitido sincopado, agudo y ruidoso. Es básicamente como estar en una celda de Guantánamo. Termina siendo tan insoportable que no queda otro remedio que taparse los oídos y cerrar los ojos para llegar hasta el final. Extremo y muy interesante el efecto que produce en tu cerebro, completamente desbordado por ese brutal estímulo.