Náufragos como somos, sin barco ni rumbo fijo y a merced del sistema corporativista en el que encallamos hace tanto tiempo, hay veces que uno necesita dejar de remar y simplemente sentarse en la balsa a contemplar un poco la calma. El pasado 26 de septiembre, con el verano ya la memoria, Madrid ardía a golpe de porra de antidistubio y gritos que clamaban contra la mentira y la injusticia. La plaza de Neptuno bullía y a unos metros de allí, en la céntrica sala Joy Eslava, unos cuantos nos dábamos un respiro para desconectar por unas horas a través de la canciones de los Jayhawks.
Con el pretexto de presentarnos su último trabajo, el mediocre Mockingbird Time, publicado el año pasado tras ocho largo años sin nuevo material desde el Rainy Day Music y el primero en tres lustros con los dos cantantes fundadores reunidos de nuevo, Mark Olson y Gary Louris se entregaron comedidos ante una sala llena hasta la bandera por última vez en, presumimos, bastante tiempo.
Las primeras guitarras sonaron de la mano de los madrileños The Dirty Browns y sonaron realmente bien. Rock sureño con una instrumentación fascinante con el que repasaron los principales sonidos de la tradición rockera norteamericana, desde el country al blues, pasando por el hard rockabilly. Eso sí, con un cantante de voz rota bien orquestada, pero tan sobreactuado en sus gestos que corrió sin pretenderlo una impostada cortina que tapó la impresión general del directo de su banda. El público reacción con absoluta frialdad, si bien es cierto que no mostró mucha calidez en toda la noche, pero está claro que dejaron un buen sabor de boca entre los que les prestaron la atención que merecían.
Es inevitable posicionarse frente a un escenario en el que van a actuar los Jayhawks sin un sentimiento compuesto de jirones de nostalgia, amor por su música y un debate interno surgido a raíz de la trayectoria del grupo sin Olson y las presuntas desavenencias de éste con Louris. Muchos fuimos al concierto siendo conscientes de que no saldríamos de allí cautivados como lo hicimos en el Azkena Rock de hace cuatro años. Aunque las voces y guitarras de ambos cantantes sigan ensamblándose como si estuvieran hechas las unas para las otras, ya no son capaces de expresar una química suficiente como para llegar a emocionar con su ejecución. Básicamente porque no la hay. Porque Mark Olson parece encontrarse desubicado y a veces incluso da la impresión de que Louris disfrutaba más girando sin él, una época en cuyos directos acababan él y Keith Jarret Johnson poseídos por sus guitarras al ritmo de canciones de Big Star o Neil Young. Es más, incluso creo que la desilusión por su carrera, tanto con la banda como en solitario, va cada vez a más desde la partida de Kraig Johnson. Obviamente sus canciones son tan maravillosas que es imposible no disfrutarlas, pero en cierto modo es como si estuvieras viendo una película con actores interpretando sin alma un bellísimo guión.
Como de costumbre, la hermosa “Wichita” fue el punto de partida al que siguió a las joyas folk “Cinnamon Love” y “Red’s Song“, del merecidamente idolatrado Tomorrow the Green Grass. Aunque también tuvo su sitio el pop con las irregulares “Closer to your Side” y “She Walks in so Many Ways” del último disco, el country de la balada “Angelyne“, el rock americano de “Miss Williams´s Guitar” o incluso el góspel gracias a la versión de Rosetta Tharpe “Up Above My Head“. En definitiva, un set list muy variado y en el que incluso hubo lugar para canciones de la carrera en solitario de Olson, como “Clifton Bridge” y “How Can I Send Tonight“, y que aún chocan más con la decisión del grupo de dejar prácticamente fuera del repertorio los temas de la brillante triada Smile-Sound-Rainy, de la que él no formó parte. De todos modos y aunque echemos en falta tanto, es inevitable resistirse al encanto de los discos Hollywood Town Hall y el citado Tomorrow The Green Glass, sobre los que gravitó casi todo el concierto.
Lo que está claro es que para disfrutar de un directo de Jayhawks en la actualidad hay que olvidarse del pasado y dejar al margen cualquier comparación o anhelo. Entregarse a la armonía, coros y melodías de genialidades como “Blue“, “Two Angels“, “Bad Time” (de Grand Funk Railroad), o “Tampa to Tulsa” en el bis y con el batera Norm Rogers como voz protagonista, es una experiencia a la que uno cae rendido irremediablemente. Porque el conformismo a veces también puede ser algo agradable, siempre y cuando se hable de arte y no de lo que nos esperaba en la calle cuando salimos de ahí. El sueño había terminado y era el momento de volver a lanzarse al mar de los tiburones.