El pasado 18 de febrero tuvo lugar en Madrid uno de los eventos más fascinantes del año. Y es que cuando nos enteramos que Burger Records, el admirable sello californiano de Sean Bogman y Lee Rikard, iba a celebrar su décimo aniversario de existencia tanto en la capital como en Barcelona, supimos que iba a ser memorable. Daba igual el cartel, metieran a quien metieran iba a ser garantía de calidad. Y así fue. Lo llamaron Burger Invasion y contó con grupos tan inspiradores como los Dwarves, Wand, The Garden, Younghusband, The Molochs y Cotillon. Un mini festival dominguero de la mano del Primavera Sound en la sala Joy Eslava.
Partiendo de la base que llevábamos una semana de conciertos bastante mediocres en su ejecución (OMD vino sin banda, Sham69 sin el cantante original y Biznaga tocó con el piloto automático puesto) teníamos mucho mono de ver crudeza, frescura y autenticidad sobre el escenario. Todo el cartel de la Burger Invasion nos dio eso y mucho más. Irónica y absurdamente, los tres grupos mencionados agotaron entradas, pero los seis hamburguesados se quedaron bastante lejos de hacerlo. Aún así hubo un gran ambiente durante toda la tarde y el público no pudo haber salido más satisfecho de allí.
Un público fue de lo más heterogéneo, igual que lo era el cartel de la segunda estocada de la rabia de Fullerton en España, aunque se notaba que todos los compartían varios rasgos: avidez de nuevas tendencias, melomanía incontrolada e innata irreverencia. Por eso, detallitos como el regalo de merchan de Volcom en forma de mecheros, condones y pegatinas, así como de bolsas de tela con la imagen del festival, son una garantía de sonrisas colectivas.
La tarde comenzó tranquila y placentera gracias al sonido indie pop de Younghusband y Cotillon. Los primeros, venidos de Londres y con nombre de explorador británico, desplegaron sus tiernas melodías ante una audiencia tristemente escueta. Abrir un festival a la hora de la siesta siempre es una tarea ingrata, y eso que por estos lares ya les conocíamos gracias al Primavera Sound. Sea como sea, nos regalaron media hora deliciosa gracias a canciones como “Waverly Street” o “Running Water“. Por su parte, Cotillon, el trío liderado por Jordan Corson, continuó con la vertiente lo-fi que derivó en un noise-rock muy apropiado para ir caldeando una sala que poco a poco se iba poblando a ritmo de temas de su disco homónimo como “Before“, “Gloom” o “Convenience“.
The Molochs fueron un grupo de transición, entre ese primer bloque y el más cañero que vendría después y, a título personal, fueron los que menos nos convencieron de todo el line-up. Forman parte de esa ola revival sesentera que, a estas alturas de la vida, hay que hacer muy bien para lograr cautivar a una audiencia difícil de sorprender. Facturan una mezcla de brit pop, RnB y folk rock y la saben ejecutar, pero no resultan ni rupturistas ni complacientes. Sin embargo, resultaron idóneos para que cogiéramos a Wand aún con más ganas.
Probablemente los angelinos psicodélicos fueron la razón por la que se acercara a Joy Eslava la mayoría de los asistentes, aunque la esencia del evento fuera disfrutar de todo el conjunto. A lo largo de casi sesenta minutos bailaron entre la alucinación guitarrera, la progresión y la experimentación. Sobrios, oscuros y sensibles por igual, comenzaron muy ruidistas y acabaron dejando para el final las melodías más depuradas, aunque cada composición rebosó de texturas y matices. Entre cortes como “High rise“, “Plum” o “Melted Rope” tuvieron tiempo incluso para la improvisación, prendiendo fuego a las neuronas con la autenticidad de una jam session de local de ensayo. Son brillantes, no cabe duda.
La mayor sorpresa de la noche corrió a cargo de The Garden, un par de gemelos con pinta de modelos inadaptados (de hecho han posado para Yves Saint Laurent, Hugo Boss, o Balenciaga) procedentes de Orange County. Si hubiera que poner alguna etiqueta a su sonido sería la de electro-punk, pero básicamente hacen lo que les sale de los cojones. Dan rienda suelta a sus delirios y lo mejor es que les sale bien. Con una batería, un bajo y algunos sonidos electrónicos, consiguen meter tanto ruido como si fueran una banda de cinco integrantes. Son como dos esquizos incontrolados que lo mismo se ponen ambientales que metaleros. Realmente cautivadores.
Se podría decir que The Dwarves eran los cabezas de cartel del festival, de hecho fueron los únicos que desplegaron lona, en su caso su famoso logo pirata de una calavera con dos pollas en sustitución de las recurrentes tibias), aunque lo cierto es que nunca han disfrutado de demasiada popularidad en nuestro país, como la práctica totalidad de grupos de punk rock. La última vez que vinieron fue hace siete años a la sala Gruta 77 y no se llegó a las doscientas personas de asistencia.
Aunque residen en San Francisco, los Enanos se formaron a mediados de los ochenta en Chicago. Según salieron al escenario la mayor sorpresa fue ver que se había venido de gira con ellos el emblemático y polémico Nick Oliveri, conocido principalemte por haber formado parte de Queens of The Stone Age y Kyuss. Él y el arrollador frontman Blag Dahlia es todo lo que necesita un concierto para ser una patada en el estómago. Es curioso, pero en estos tiempos de censura ideológica y atentados contra la libertad de expresión, sus letras suenan especialmente controvertidas y da más gusto escucharlas que nunca. “Everybody´s girl“, “Sluts of the USA“, “The Dwarves are still the best band ever” e innumerables fucks para firmar una actuación impecable de cuarenta minutos, que en su caso se puede decir que es hasta larga. Desde luego, tocaran lo que tocaran siempre se haría demasiado corto. Qué más podemos decir, gracias a todos los implicados por hacer esto posible.