Limp Bizkit al fin saldó su deuda con Madrid. La cancelación de su actuación en el FestiMad de principios de la década fue una de las más sonadas de la historia festivalera de este país. A día de hoy todavía hay rencor hacia Fred Durst y los suyos por aquello. La incompetencia de la organización y la trágica muerte de una joven australiana meses antes fueron los verdaderos responsables, pero bueno, eso es agua pasada. Tres años después del suceso aún no lo era y su regreso a nuestro país por aquel entonces fue un sonado fracaso. ¿Las razones? Una pobre acogida de Results May Vary, la marcha de Wes Borland (al que durante una breve época y hasta que le dieron la patada, suplió Mike Smith) y el desprecio por los que se sintieron estafados en el festival madrileño. Más de un lustro después las cosas han cambiado mucho a todos los niveles y durante todos estos años ha habido de todo en la renqueante trayectoria del grupo. Sacaron otro disco, que era aún peor que el de Fred-Frankestein y por su parte, el señor Durst hizo pinitos en el cine con La Educación de Charlie Banks, continúo con sus sonados affaires sexuales -como el protagonizado con Niki Coyne y su sextape particular- y se paseó por ahí con pinta de vejestorio indigente. Y también resucitó. Wes Borland, oveja descarriada e hijo pródigo de Limp Bizkit volvió al redil. Bien sea por una verdadera reconciliación o la causa más probable, los beneficios que le proporcionaría una gira de reunión, la pieza clave de los de Jacksonville lo hizo posible.
Se han pasado todo el verano encabezando los principales festivales europeos y por fin regresaron a nuestro país. ¿Por última vez? Quien sabe. Quizá su esperado disco Gold Cobra, que va camino de ser el Chinese Democracy del nu-metal, signifique una revitalización del grupo, e incluso del género, aunque a estas alturas es algo que parece poco probable. No obstante, el disco promete y los temas que pudimos escuchar durante el concierto, “Why Try” y “Walking Away” son bastante buenos. Si hay una lanza que se puede romper a favor de Limp Bizkit es su integridad dentro del género. De Fred Durst se puede decir lo que se quiera: es un flipado, un payaso y un gañán. Es algo innegable y además queda bien meterse con él (aunque con Borland, sin embargo, sucede lo contrario). No obstante, de lo que no puede acusársele es de vendido en la onda de sus compatriotas Linkin Park, grupo reconvertido al electro-pop, boy band amante de la radio fórmula que en su época tuvo la forma de grupos como los Backstreet Boys o ‘N Sync y más cerca que nunca de Lady Gaga que de KoЯn. Porque es probable que Limp Bizkit mueran pronto, pero lo harán en chandal y no en pantalones ceñidos de franela. Y con dos cojones.
El nu-metal es posiblemente el género que menos ha durado en la historia de la música, más o menos una década. En la actualidad, las giras de grupos como Deftones, KoЯn o Limp Bizkit son más una reivindicación nostálgica que otra cosa. De hecho, el pasado domingo veías a todos los chandaleros apostados a la orilla del Manzanares y parecía una auténtica regresión al pasado. Las pretensiones del caché millonario de LB y las ilusiones de la promotora ya no se adaptan a la realidad. En primer lugar iban a actuar en el Palacio de los Deportes, después el concierto se pasó a Vistalegre y finalmente la discreta venta de entradas hizo que la organización creyera conveniente pasarlo a la Riviera (El mismo lugar en el que actuó KoЯn el año pasado y en el que actuarán Deftones a finales de este). El resultado fue que muchos chavales lloraran de frustración en la puerta, entrada en la mano, ya que mientras que en Vistalegre pueden entrar menores, en la Riviera no. Lógicamente las 2500 entradas puestas a la venta se agotaron y el techo de la sala madrileña sudó como nunca.
Los encargados de abrir la velada fueron los galeses The Blackout. Ya les conocíamos de su anterior visita junto a Linkin Park en la Cubierta de Leganés y deben de tener muchos amigos dentro de las agencias europeas, porque sino no lo entiendo. Se trata de unos flequilludos que, según dicen, hacen post-hardcore. Nada más lejos de la realidad, obviamente. Básicamente facturan un screamo melódico de postín, repleto de clichés y maquillaje. Y para colmo se ve que se atreven a versionar, para levantar los ánimos, “Fight For Your Right” de los Beastie Boys. Digo “se ve” porque lógicamente no me volvieron a pillar y decidimos que era más interesante quedarse mirando a los patos.
De modo que la noche dominguera comenzó con la intro de “Pure Imagination” poniendo banda sonora a un sobrio escenario vacío de atrezo, a excepción de una bandera española puesta en la mesa de los platos (en el País Vasco y Cataluña también pusieron sus respectivas enseñas). En escena, dj Lethal, Sam Rivers, John Otto, Fred Durst y Wes Borland, como si no hubiera pasado el tiempo. Este último ataviado con pantalones y pistolas de forajido del Oeste, el torso desnudo, pintado de negro hasta la altura de los ojos, y de blanco de ahí para arriba. Vistoso e impertérrito como siempre y por fin rasgando los riffs con los que crecimos cabeceando. Aunque hubo que esperar un poco, porque el primer corte fue “Why Try” de su presunto nuevo trabajo. Aunque no tardó en caer la tempestad sobre nosotros y tras los tres cañonazos “Show Me What You Got“, “My Generation” y “Livin’ It Up” ya teníamos la garganta desgarrada, la ropa empapada en sudor y el cuello maltrecho del headbanging. La primera ha aparecido hasta en los Simpsons, la segunda es uno de sus grandes himnos y posee uno de los subidotes más espectaculares que yo puedo recordar y la tercera es una de esas joyas que siempre había querido escuchar. Recuerdo haberla rimado íntimamente con Fred Durst en los bajos de la Cubierta tras su concierto del 2004. Y ahora, un recuerdo más.
En clave de greatest hits, supieron construir un repertorio que satisficiera a todos los fans. Un exhaustivo repaso a lo mejor del disco que convirtió a Limp Bizkit en uno de los grupos más grandes del planeta, Chocolate Starfish and the Hot Dog Flavored, gracias a temas como los citados y otros como “My Way“, “Rollin’” o el soberbio “Take a Look Around” combinado con cinco temas del genial Significant Other, la mentada “Show Me What You Got“, “Break Stuff“, “9 teen 90 nine“, “I’m Broke” y “Nookie” consiguieron que todo el mundo saliera de la Riviera con una sonrisa bobalicona.
Claro que también hubo unas cuantas taras en el producto, no nos vayamos a obnubilar con nuestro gozo adolescente. Para empezar, aunque el bueno de Freddy siga siendo un chaval en sus chorradas de malote de Starbucks y aún le encante bromear sobre pollas, maricas y cosas así, está viejuno. Él y el resto de la comandita, aunque Wes sigue dándole caña y su arrollador carisma sigue intacto. No consiguieron facturar dos canciones seguidas y unos parones demasiado prolongados rompieron un poco el ritmo del concierto. Rellenaron los huecos con samplers de temas de Guns N’ Roses, Metallica y Pearl Jam, y algún que otro corte cachondo como Ghostbusters y Beverly Hills Cop. Por otro lado, dentro del setlist también hubo morralla totalmente prescindible y “Counterfeit” hubiera estado mejor en su versión original. En cuanto a las canciones que estuvieron de más, básicamente dos de los tres covers que tocaron: “Behind Blue Eyes” y “Yellow“. El primero, de los Who, Durst se encargó de cantarlo sobre una base de guitarras puesta por Lethal. Al menos antes se tomaba la molestia de tocar la acústica y no resultaba demasiado lamentable. El segundo, el popular hit de Coldplay, simplemente no tiene ni pies ni cabeza y lo único que consigue es remarcar las carencias vocales de Fred. Si quería tocar algún tema lento ¿por qué no, por ejemplo, “Build a Bridge“? En fin, menos mal que lo arregló con la mejor versión que nunca nadie ha hecho de una canción de George Michael, “Faith“. El broche final de un concierto que nos dio incluso más de lo que esperábamos; que nos devolvió a los noventa y a la época en la que nuestras expectativas estaban teñidas de color, ajenos a todo lo que vendría después. Si nos ponemos exquisitos, el nu-metal no será nunca sinónimo de calidad lírica o musical, pero rebosaba pasión, que es el sentimiento que mueve el mundo. Hace ya tiempo que dejó de ser una moda y ahora ya sólo es un puñado de retazos en la memoria de la vieja escuela. Si Limp Bizkit están acabados o no, es algo que ya importa más bien poco. Las 2500 almas que saltamos el otro día como si nos fuera la vida en ello demostramos que aún vibra la llama. Aunque ahora es el momento de volver a meter la gorra de los Yankees en la caja en el trastero. Keep on rollin’, claro que sí.
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