Leo que vuelve Mike Farris a España y en mi cabeza se graba a fuego la fecha de Madrid. Echemos la vista atrás, año 2004, tiene lugar un concierto histórico dentro de nuestras fronteras: Screaming Cheetah Wheelies en el Azkena Rock Festival 2004. Un Farris destruido por los excesos y la química es un muerto viviente que recobra el sentido cuando se sube al escenario y entonces se transforma en un huracán de rock and roll. Año 2010, dieciséis meses después de arrasar en el Azkena Rock con su proyecto en solitario, The Roseland Rhythm Revue, vuelve a nuestro país y se marca nada menos que siete fechas con nueva compañía, las McCrary Sisters y su delicioso combo soul rockero, para presentar su nuevo trabajo, Salvation In Lights.
A pesar de que la organización anunció el comienzo del concierto a las ocho y media, hasta una hora después Mike Farris y su banda no se subieron al escenario. Mientras tanto, tuvimos dos opciones para amenizar la espera, consumir un mini de cerveza aguada a 12 euros o mirar al techo. Escogimos la segunda opción, claro. De hecho, en vista de lo que aconteció en el concierto del que disfrutamos, cualquiera podría haber pensado que Farris iba a descender del cielo, cuán ángel del rock and roll para bendecirnos a todos con su fuerza animalizada. Con gafas ahumadas, gorro polvoriento y camiseta de la Motown hizo aparición en escena junto a la Roseland y las dos rollizas cantantes de góspel.
Una vez sumergidos en la elegante atmósfera que el grupo dispuso en la sala Heineken y metidos en cintura con la soberbia “Oh, Mary don’t you weep“, comenzamos a comprender el espíritu del show. Una maravillosa combinación de rock and roll, R&B, blues y góspel como pocas veces pueden verse en la vida. Mike Farris totalmente pletórico y rebosante de carisma, expresividad y sentimiento, no cesó de animar al público en ningún momento. Tensó las cuerdas de la emotividad con su voz inigualable y su capacidad interpretativa hasta que logró caldearnos el alma. Gracias a canciones como “Precious Lord, take my hand“, “Power of Love” o “Take me (I’ll take you there)” nos demostró que debajo de su piel fluye un espíritu comparable al de Marvin Gaye o al de Curtis Mayfield. El impresionante chorro de voz que brota de sus pulmones, acompañado de la fuerza de las dos coristas que le acompañaban en cada uno de sus salmos, consiguieron crear un torrente incendiario que fijó nuestros párpados durante todo el concierto.
Unas veces más bailongo e in crescendo, otras más soul, con las prologanciones improvisadas y momentos de trance que eso supone, como por ejemplo con la fantástica versión, “Everybody needs somebody to love“, de Solomon Burke, que brindó al maestro recientemente fallecido. Precisamente fue en estos tramos del concierto en los que los que ansiaban ver en directo a los Wheelies acabaron bostezando ante su ligera linealidad. Pero no son los Wheelies, es Mike Farris y su banda acompañados de dos cantantes de góspel. Y lo que vinieron a hacer lo hicieron muy bien, porque si Farris ha visto la luz al final del túnel y ha renacido clamando “Dios te ama”, pues que lo haga. Con su prodigiosa voz vomita espiritualmente tanto amor como viejos fantasmas pero, de una forma u otra, te consigue emocionar. Le ves cantando con ese ímpetu “Change is gonna come” y en verdad te convences de que este hombre ha nacido para hacer exactamente eso. Y si le diera por cantar boleros o por los gitanos como a Howe Gelb, también iría a verlo, por supuesto.
Hubo grandes momentos durante todo el concierto, tanto musicales como odas a los Stones —”Jumpin’ Jack Flash“- y a Mahalia Jackson —”Troubled of the world-” como propios del espectáculo, como el apoteósico solo de pandereta de una de las coristas o la complicidad de Farris con el público, como cuando cogió un par de cámaras y él mismo ejerció de director. Sin embargo, puede que porque fue algo distinto dentro de todo el repertorio o puede simplemente porque es un tema increíble, en el bis tuvo lugar el momento más álgido y ovacionado de toda la noche: “Gypsy lullaby“, de Screaming Cheetah Wheelies, tocada en acústico por Mike Farris. Una chica de lo más hormonada se excitó tanto con el primer verso que sus chillidos interrumpieron al cantante, pero el resto de la sala guardó un silencio que me costará olvidar. Más de medio millar de personas con un nudo en la garganta y el chasquido de los mecheros recordándonos que se nos había olvidado seguir respirando.
Tras la balada que empañó nuestras miradas, “Selah! Selah!” y “I’m gonna get there” fueron las escogidas para cerrar una noche histórica. Y durante la interpretación de las mismas, los gorilas de la sala abriéndose paso entre el público, las camareras poligoneras llamando al timbre de la puerta de atrás y paseando su silicona de un lado a otro y nosotros rogando al personal que se estuviera un rato quieto, que en breve podrían echarnos a todos para que comenzara el bakalao. Y es que así es este mundo, el cielo y el infierno están pegados como dos hermanos siameses. Suerte que aún quedan ángeles que vienen a vernos de vez en cuando.
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