Cada vez que me dirijo a un concierto de Millencolin no puedo evitar recordar mi primera vez. Fue en el 2002 y venían presentando uno de sus mejores discos: el ‘Home from Home‘. Dado que en aquella época estaba castigado en relación a un incidente relacionado con una barricada de contenedores en una carretera, no me quedó más remedio que escaparme y coger un autobús a Madrid. Sobra decir lo memorable que fue aquella noche. Y eso a pesar de que en Barcelona tocaban junto a Anti-Flag y Donots y en la capital tuvimos que “conformarnos” con GAS Drummers, y entrecomillo el verbo porque significó el descubrimiento del que desde ese momento se convirtió en uno de nuestros grupos estatales preferidos. Volviendo a los suecos, a partir de ese momento comenzó su innegable declive compositivo, pero aún así cada uno de sus conciertos, tanto en sala como en festival, siempre han sido algo especial. Desde luego la razón no es que tengan un gran directo (de hecho habitualmente es más bien errático), sino que, para aquellos que amamos el hardcore melódico desde los noventa, Millencolin es uno de los grupos de nuestra vida. Nuestro grupo de punk rock preferido de todo el continente, con el permiso de Satanic Surfers y No Fun At All, y aquel que ha puesto la banda sonora a demasiados momentos relevantes de nuestra vida. Es por este motivo que creemos que uno no debe ir a criticar un concierto de Millencolin, sino simplemente a pasárselo bien. Y técnicamente no van sobrados, pero si algo saben hacer es que la gente se lo pase bien. En esta ocasión por supuesto volvieron a hacerlo posible.
Decía al principio que hace tiempo que no atinan demasiado con sus discos. Pues bien, su último trabajo, ‘True Brew‘ ha roto sobradamente esa racha, convirtiéndose en uno de los mejores álbumes internacionales del género en 2015. El concierto empezó de la misma forma que lo hace éste, con la magnífica “Egocentric Man“. No sería la única que trajeron para presentarlo ya que otras cinco canciones perfectamente escogidas salpicaron el setlist. No sobró ninguna y estuvieron genialmente integradas en el repertorio. Y es que, por un lado han sido muy listos a la hora de componer este disco porque son capaces de defenderlo en directo con muchísima dignidad, y por otro es un disco realmente bueno que ha recuperado parte de la frescura de antaño.
De todos modos fue en el segundo tema cuando el público estalló realmente. El motivo: “Penguins & Polarbears“. De hecho, a partir de ahí empezaron a caer himnos imprescindibles de la talla de “Fox“, “Bullion” o “Man or Mouse” y otros que no esperábamos como “Dance Craze“, “Lozin’ Must” o “Twenty Two“. Como comentaba antes, el directo del cuartero patinetero tiene sus más y sus menos. Ni es tan efectivo como el de otros colegas como Bad Religion o Strung Out, ni tan desastroso como muchos dicen. Por hablar de citas recientes, lo mismo nos regalan un concierto mediocre como en el Resurrection Fest, que uno espectacular como en el Groezrock. Si bien es cierto que hay que ser muy malo para sonar mal en el festival belga. En cualquier caso y pese a la acústica sin duda mejorable de la sala Penélope, en esta ocasión hay que reconocer que dieron un concierto notable al que realmente solo se le puede reprochar que como siempre se limitaran a tocar una hora justita. En cualquier caso confesaron que estaban todos resfriados porque Mattias se había contagiado y dedicado a esparcir el virus al resto de la banda (deliberadamente chupando sus cepillos de dientes, como bromearon sobre el escenario), así que hasta podemos hacer la vista gorda en esta ocasión.
Una soberbia “Mr Clean” dio paso a un bis de cinco temas que comenzó con la siempre arrolladora “Black Eye” entre ecos de solemnidad y concluyó con la coreable “No Cigar“. Sonrisa infinita. Es imposible irse insatisfecho cuando vives cada verso con la misma intensidad que cuando tenías quince años. Y es que si hay algo que nunca debería cambiar, es básicamente eso.
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