El último verano de la década ya ha ardido y de él solo quedan las cenizas que son nuestros recuerdos. El frío empieza a arañar la calidez de las fachadas y las sillas de terrazas yacen como un esqueleto gris. Y bajo este oscuro cielo de finales de septiembre, un riff sucio y acelerado, acompañado de un desgarrado y atronador grito, parte por la mitad la noche del martes. Son Nine Pound Hammer, que dicen que se van y que esta vez las botas sí que cogerán polvo de verdad. Como traca final, una gira mundial —más o menos- con la que sacudir por última vez las mentes de sus seguidores más acérrimos. Un buen alarido para que el eco resuene para los restos y puedo atestiguar de que aún retumba, a pesar de los pesares.
La última gira, 25 años después de que comenzaran su polvorienta andadura. Y ya de paso, el tour presentación de su último disco, “Country Classics“. La escisión definitiva está básicamente fundamentada por el agotamiento de las pilas y el querer entregarse un poco más a otros proyectos como Buzzard, tal y como nos contó Blaine Cartwright en la entrevista que le hicimos hace poco. Así que nada, a cuna del género en Madrid, Gruta 77, para gritar una vez más al gordo que corra. Eso sí, lo hicimos con cierta reserva tras conocer que Scott Luallen, frontman del grupo, tuviera que volver a casa debido a ciertas complicaciones en el embarazo de su mujer. Así que nada, fue a Blaine al que le tocó coger las riendas y darle el toque Nashville Pussy a los de Kentucky, la tierra del pollo frito, los paletos de frondoso bigote y Nine Pound Hammer.
A pesar de tratarse de la última oportunidad de ver a los reyes del cowpunk, la asistencia fue bastante pobre, tal y como últimamente estamos viendo en muchos conciertos de Rock and Roll (el pasado viernes, sin ir más lejos, Far From Finished y Kick Out no consiguieron aunar ni siquiera a 50 personas). En este caso se mezclaron varios factores: tratarse de un martes, coincidir con la última jornada del TurboRock y la ausencia de Scott. Pero bueno, casi un centenar de personas nos congregamos allí para despedirnos del martillo rockero. Entre ellas, músicos, promotores de Rock, unos cuantos redactores y fotógrafos y hasta la actriz Teté Delgado. Ah, y por supuesto no olvidarnos tampoco de dos infraseres con pinta de tener el cerebro más arrugado que el hígado de Shane MacGowan. Se dedicaron a bautizar con cerveza caliente a Nine Pound Hammer durante toda la actuación. Incluso después de que Blane les mirara con cara de “por qué no os vais a mataros por ahí un rato” siguieron haciéndolo de forma compulsiva, ante su exasperación y la de los que contemplábamos la escena. No es un dato muy trascendental, pero bueno, era para recrear un poco el ambiente y rendir tributo a su retraso.
Pero bueno, vayamos al lío. Sin ningún tipo de preámbulo, los cuatro macarras se subieron al escenario y comenzaron descargar su artillería punk bluegrass. Todavía más sucios gracias —y que en otras circunstancias sería “por culpa”- a la voz de Blaine sonaron arrolladores desde el primer momento. Una mezcla perfecta de hardrock y hillbilly, todo ello rebozado del punk rock más gamberro. Rock con dos cojones, cabrón y peligroso, la materialización más exacta de la expresión “patear culos”. Es evidente que el resultado no es el mismo que con Scott al frente de la Harley, pero más que porque es a eso a lo que estamos acostumbrados porque Blaine logró que la maquinaria sonara arrolladora.
Además, dieron un genial repaso a su carrera, dejándose muy poca tralla en el tintero.
Todos y cada uno de los temas sonaron arrolladores: “Drunk Tired & Mean“, “Dead Dog Highway“, “Everybody’s Drunk“… Homenajes sin tregua al arte de la melopea y la vida de tirado. El bajista, Mark Hendricks, dio una lección de buen hacer cuando adquirió el protagonismo vocal en la genial “Drinkin´ my Baby Goodbye“, original de la Charlie Daniels Band y “One Long Saturday Night“, ambas incluidas en su último trabajo. Y hablando de versiones, la que se marcaron de los Stones, “Dead Flowers“, fue sin duda alguna uno de los momentos álgidos de toda la actuación. Claro que siempre es fácil ganarse el corazón del público con una buena versión de los Stones. Aunque lo que todos estábamos esperando era poder terminar de destrozar nuestra garganta con “Run Fat Boy Run” y así lo hicimos.
Esta fue la gran noche de Rock salvaje con la que nos despedimos de Nine Pound Hammer. Todo apunta a que ha sido la última, pero quién sabe. Al fin y al cabo, hoy en día lo único que te asegura que un grupo no vuelva a reunirse es que poco a poco vayan palmando. Pero bueno, pase lo que pase, esta fue la noche en la que Blaine logró que los de Kentucky salieran por la puerta grande. Salud.