La vida es eso que pasa entre un concierto de Steven Wilson y el siguiente. Eso es lo que uno piensa mientras estás frente al escenario flotando con los temas de este genio contemporáneo. Porque en ese momento el tiempo se detiene para que puedas fundirte con los acordes y todo lo demás deja de importar. Es muy sencillo que eso ocurra en un concierto como el que dio hace dos años en la capital, el Hotel Auditorium, pero no tanto en La Riviera, conocida, entre otras cosas, por su mediocre acústica. Sin embargo, Wilson ya demostró en 2009 junto a Porcupine Tree que eso no es un impedimento para él, sobre todo cuando se trae su propio equipo. Una vez más volvió a lograr que la sala madrileña casi sonara como el Palacio de la Ópera. Afuera, lluvia y oscuridad. Dentro, la luz más melancólica. Tres quintas partes del aforo aguardando expectantes la ejecución de su último trabajo, Hand.Cannot.Erase. Desde el primer momento, unas cuidadas proyecciones vaticinan lo que nos aguarda, el parpadeo de las luces de un edificio, quizá uno como el de aquella mujer a la que homenajea el disco, Joyce Carol Vincent, quien falleció en su piso londinense sin que nadie notificara su muerte hasta pasados tres años. Llegada la hora, “First Regret” es la primera canción en romper el murmullo del público. Comenzaba así el viaje de dos horas a lo largo de una veintena de temas que, sin necesidad de movernos, nos hacen levantar los pies del suelo.
Cuando un nutrido grupo de fans coreó su apellido, Steven les llamó la atención diciendo que llamar a alguien así es de mala educación en el Reino Unido, y que solo lo hacen los maestros en la escuela, de modo que a partir de ahora le llamaremos Steven. El caso es que Steven pareció flanqueado por una gran banda: el guitarrista Dave Kilminster, que acompañó a Roger Waters en la gira de “The Wall”, el batería Craig Blundell, el bajista y encargado de los coros, Nick Beggs, y el teclista Adam Holzman. Hicieron tan buen trabajo que no echamos de menos a los imbatibles Guthrie Govan y Marco Minneman. No mucho, al menos. Por otro lado, lo primero que llamaba la atención es que el foso estaba vacío de fotógrafos dado que no acreditaron a ninguno por expreso deseo del artista. Igualmente, todos aquellos que se aventuraban inmortalizar el momento con su móvil, era reprendidos a golpe de linterna y advertencia por los seguratas. Según explicó el cantante un rato después, esta prohibición no era por él, sino por el público. Dado lo molesto que es ver un concierto a través del teléfono del tipo que tienes delante, nos vemos obligados a darle la razón, aunque seguro que lo de que tienda a tocar temas inéditos también tiene algo que ver en esta medida.
Lo cierto es que Steven dijo muchas cosas, ya que se mostró muy comunicativo e inusualmente gracioso. Por ejemplo, habló del frustrante concierto que tuvieron que dar Porcupine Tree en el Sonisphere de hace cinco años como sustitutos de Black Sabbath (aunque en realidad fue Heaven & Hell), tras la muerte de Ronnie James Dio. Algunos fans no se lo perdonaron, a pesar de que no tuvieran ninguna culpa, y alguno se pasó los 45 minutos de repertorio mandándoles a la mierda con explícitos gestos. Por ello nos rogó irónicamente que no hiciéramos lo mismo. En esta ocasión no tuvo que preocuparse, la solemnidad y respeto de los asistentes pocas veces ha sido tan notable.
Volviendo al repertorio, durante el primer bloque del setlist interpretó casi de forma íntegra (a excepción de una canción: “Transience“) su nuevo álbum. A juzgar por como eran recibidas cada una de ellas, desde “Home Invasion“, a “Regret #9“, “Ancestral” o “Happy Returns“, está claro que los fans han quedado más que satisfechos con Hand.Cannot.Erase. La canción más aplaudida por su emotividad, fue sin duda “Routine“. Si bien es cierto que Steven se ocupó de allanar el terreno comentando que, si habíamos seguido su carrera y escuchado este último disco, ya nos habremos dado cuenta de que hace música bastante tristona. Desde luego, pero ahí reside esencialmente su belleza. Pues bien, según dijo, esta es la más triste que nunca ha escrito y la que más le gusta de todo el álbum. Acompañada de la proyección de un precioso corto animado, sonó realmente emotiva, sobre todo tras descubrir su significado: la soledad de una mujer a la que un tiroteo le arrebató a su familia.
Además, también cayeron cortes de otros discos, como la canción de los chasquidos, “Index“, o las aplaudidísimas “Harmony Korine” y “Lazarus“, de Porcupine Tree. Esta última, una de las más bonitas del repertorio, se la dedicó a una chica de la primera fila porque llevaba tatuado el nombre de la canción y, como era de esperar, acabó lagrimeando. Con “Ascendant Here On” se acabó el primer acto. Fue entonces cuando cayó un telón semi trasparente tras un descanso de cinco minutos. Algo así como una mosquitera sobre la que poder proyectar imágenes conceptuales y, ya de paso, permitir al grupo descansar un rato del público.
Primero, la introducción “Bass Communion” dio paso a “The Watchmaker“, un tema de más de diez minutos, y la también extensa “Sleep Together“. Tras esta cayó el telón y de nuevo un breve parón que precedió a un bis protagonizado por alguna perla más de su grupo: la magnífica “The Sound of Muzak” y “Open Car“, uno de los temas más cañeros de la noche que introdujo con su último speech. En él contó que antes del concierto le habían entrevistado cinco medios en el backstage y que cuatro de ellos tenían la palabra “metal” en su nombre. Eso le dio pie a preguntarse en tono jocoso: No somos un grupo metalero, ¿verdad?. Por un lado admitió sentirse halagado por suscitar interés en este tipo de audiencia y por otro sentenció lo deprimente que resulta que las únicas revistas que han sobrevivido sean las de metal. Tras esta canción calificada con sorna como “gay metal”, llegó el broche final de la velada: “The Raven That Refused To Sing” acompañado por una proyección de Jess Cope. Qué más podemos añadir. Nos sumamos una vez más al aplauso de quienes logran evocar semejantes emociones en el público. Por ello, una vez más Steven Wilson vuelve a figurar en dos de los clásicos rankings de diciembre: el de mejores discos y el de mejores conciertos del año.