Hace seis años estaba de camino a Moby Dick para asistir al concierto de Red Sparrowes cuando me topé con un póster pegado en la pared que anunciaba el concierto que The Album Leaf iban a dar en La Boite. El subidón de júbilo duró un segundo, justo hasta el momento en el que leí la fecha: era ese mismo día. No me quedó otro remedio que hacer de tripas corazón y seguir mi camino para ir a ver al grupo del cual tenía una entrada en el bolsillo. Recuerdo que fue una turra de concierto y, por lo que leí, el de Album Leaf fue maravilloso. He tenido que esperar más de un lustro para enmendar mi error y, no lo voy a negar, ha sido bastante duro. Después de -por fin- haber podido asistir a esa experiencia (el término concierto se queda bastante corto) debo decir fue, tal y como lo imaginé una y mil veces, algo verdaderamente mágico. Pero también bastante agridulce. Agrio porque los que fuimos a volar con The Album Leaf tuvimos que compartir el viaje con el público más irrespetuoso concebible. Dulce porque la banda nos enseñó toda su alma en forma de un repertorio inolvidable.
La formación de Jimmy LaValle regresó a nuestro país para hacer dos fechas y presentar así su último trabajo, ‘Between Waves‘, uno de los mejores discos del 2016, así sin subjetividad de por medio. La primera cita fue en el fantástico AMFest de Barcelona. Pese a que en la [2] estuvieron arropados por un cartel de gran calidad, el hecho de que tocaran justo después de los cabezas, God Is An Astronaut, no les benefició, sobre todo al tratarse la suya de una propuesta mucho más calmada e intimista. En Madrid sin embargo tuvimos la suerte de poder disfrutar de su directo en un entorno más recogido, el nuevo Café Berlín, aunque a una hora, pasadas las 11 de la noche, que no les benefició lo más mínimo como comprobaríamos poco después. Desconozco si fue por el horario tardío, el desenfreno etílico, el azar de asistir a ese concierto sin saber muy bien por qué, o todo ello, pero la sala se llenó de gente que no fue a ver a The Album Leaf, sino a charlar como si de pronto hubieran recuperado el habla tras años de mutismo. No fue un caso aislado, sino que hasta hubo un grupo de cotorras situadas en la primera fila que se pasó todo el concierto levantando la voz a un par de metros de los músicos. De hecho, fue tan clamorosa la falta de silencio durante todo el set, que hasta LaValle tuvo que usar el micro para pedir a aquellos que quisieran parlotear que se fueran al fondo de la sala. Nadie le hizo caso y un molesto murmullo persistió hasta el final. La cara de todos los miembros del grupo era un agrio poema. Desde luego no fue la mejor forma de acabar su gira europea.
En cualquier caso, su música es tan increíble, su puesta en escena tan etérea y su ejecución tan perfecta, que lograron que nos abstrajéramos casi por completo desde la interpretación de su primer tema: “False Dawn“. Tras lo que vino después, “Glimmering Lights” y la deliciosa “New Soul“, ya pudimos confirmar que siempre será nuestro grupo preferido de post rock electrónico. Aunque reducir a esa etiqueta su música es quedarse muy corto. Hay tantos matices dentro de ella, desde los sonidos más clásicos al soft pop más evocador, que resulta imposible describirla. Lo mejor que puedes hacer para tal propósito es decir “escucha esto” al pinchar un corte como “Brennivin“, tan sobrecogedor en su delicadeza que directamente hizo que nos rompiéramos por dentro. De principio a fin, todo fue luz y oscuridad, fuerza y fragilidad, nostalgia y esperanza. Un viaje sensorial en el que sus soberbias canciones y los discretos visuales que deshacían la penumbra, se fundieron en la fantasía y la ensoñación que solo ellos son capaces de crear. Cuesta mucho creer que hubiera personas que decidieran ir a este concierto y aún así permanecieran insensibles ante lo que estaba ocurriendo en el escenario. Pero a veces todo lo que rodea al arte también resulta muy difícil de comprender. Los californianos, por su parte, finalizaron del mejor modo del que lo podían haber hecho: “The Outer Banks“, “Lost in the Fog” y la perfección melancólica más absoluta que supone “The Light“. En cada una de los instantes sabiamente escogidos, el violín, la trompeta y el piano se coordinaron para proyectarse en nuestras miradas y removernos hasta lo más profundo. The Album Leaf lograron lo que muy pocos libros, películas o discos logran: arañarnos el alma, sacudirnos los sentimientos y devastarnos con su belleza.
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