La expectación debido al reforzamiento de su nombre gracias al Primavera Club de hace 14 meses y la ausencia de conciertos de folk rock en estas fechas, lograron que Moby Dick se llenara hasta los topes a pesar de ser un martes. Asimismo, si hay ahora mismo un género musical underground que está de moda, es precisamente el que practican Deer Tick, de modo que tenían todas las papeletas para llenar todos los huecos de la sala madrileña, algo que desde luego sucedió para beneplácito de Houston Party, anfitriona del evento. Tras una larga espera en la avenida de Brasil y un ligero retraso que los de Providence aprovecharon para empaparse en cerveza —y nosotros también, claro-, comenzó el concierto con la canción que abre su último trabajo The Black Dirt Sessions, “Choir Of Angels“. Una bonita balada con la que ir acondicionándonos al ambiente y metiéndonosnos en una velada que se presentaba intimista, pero que resultó ser más agitada de lo esperado.
John J. McCauley, líder del combo, es un tipo de lo más peculiar. Tiene todas las trazas de un redneck sureño que disfruta como nadie apoyado en una barra de bar, mientras chascarrea bromas tan chorras como irreverentes. Cuando Deer Tick saltaron a escena hace unos años, como una nueva e interesantísima propuesta de country alternativo, gracias a su soberbio debut, War Elephant, ya nos dimos cuenta de su talento. Gracias a una voz labrada a base de enjuagues de ceniza y bourbon y unas canciones esculpidas con poderoso sentimiento, ha logrado hacerse un hueco, junto a su igualmente eficaz banda, entre grupos como Uncle Tupelo o Bright Eyes. Sin embargo, hay que reconocer que no es un frontman portentoso y nos dimos cuenta cuando el bueno de McCauley comenzó a alternar sus canciones con algún que otro desvarío, desequilibrando ligeramente la balanza entre espectáculo y profesionalidad, hacia el lado de la verbena en exceso desenfadada. Pero bueno, no lo suficiente para que dejara de ser un gran concierto, que sin duda lo fue.
La recta inicial fue la más coherente y en la que nos deleitaron con temas como “These Old Shoes“, “Very Deep” o la maravillosa “Ashamed“. Desgraciadamente, en lugar de quebrarnos el alma con ella, concentrándose en intentar trasladar al público lo que transmite cuando la escuchas en disco, McCauley decidió pasearse entre el público mientras tanto y el teclista Rob Crowell cogió un saxo y entonó unas notas con él, algo que sin duda resultó simpático, pero que en conjunto desvirtuó un poco la esencia de la canción. Pero bueno, aún quedaban deliciosas baladas como “When Se Comes Home“, “Smith Hill” o “Twenty Miles” (posiblemente lo mejor de la noche) para colmar nuestras expectativas.
Sería injusto no reconocer la labor y reconocer su aportación de solidez al grupo, de Ian O’Neill, segundo guitarrista y cantante y que en su día perteneció a Titus Andronicus, que demostró sobrado talento cuando cogió las riendas de varios de los temas del set. Además, lo que está claro es que si hay algo de lo que no se puede acusar a Deer Tick es de no esforzarse por hacer un repertorio de lo más variado. McCauley paseó sus cuerdas vocales, en la onda de Warren Zanes en muchos momentos e incluso de Matthew Pryor en algún otro, en su sonido se vislumbraron retazos country y folk tradicionales, como momentos más rockeros (sesenteros, setenteros e incluso ochenteros), así como ramalazos blues, psicodélicos e incluso faranduleros, como pudimos comprobar al final del concierto. Baladas y guitarreos para todos los gustos, que convirtieron lo que presumíamos como un paseo en barca, en una montaña rusa que llegó a los loopings en el último tercio.
Por no faltar, no faltó ni un guiño a Led Zeppelin (o quizá sería más correcto decir Jake Holmes) gracias al riff de “Dazed and Confused“, aunque como ellos afirmaron, en esta ocasión hubiera sido más oportuno “Moby Dick“. Pero bueno, jugueteos aparte, lo realmente destacable del final fueron los dos grandes momentos que supusieron “Christ Jesus” y “Mange“. La primera, con su grave acorde y el angustioso desgarro de la voz de McCauley, llenó la sala de silencios y emotiva contención. La segunda, arolladoramente intensa y desatada, cerró el set con el vigor de unos jóvenes Stones fuera de sí y dentro de cada una de las estocadas eléctricas con las que nos sacudieron.
Aún quedaba más, puesto que la oscuridad nos confirmó que habría bises. Una oscuridad que, por cierto, recibimos con los brazos abiertos, después de una terrible y cegadora iluminación que duró los 90 minutos de la actuación. Pero bueno, el caso es que Deer Tick ya habían dado lo mejor de sí mismos y la despedida consistió en un poco de farra gamberra para intentar agitar un poco al personal y que nos fuéramos calientes a casa. Fue en balde, en cualquier caso, porque al público madrileño, tan rebosante él de desidia y vacuidad, no hay quien le arranque un aplauso o un coro, y no digamos ya un bailoteo. Así que dos versiones para cerrar el chiringo: la primera, “Bring It on Home to Me” de Sam Cooke, en la que McCauley y el fantástico batería con pinta de leñador, Dennis M. Ryan, decidieron intercambiarse los puestos. A grito pelado y con más pasión que acierto vocal, a pesar de estar apoyado por O’Neill, dio paso al clásico “La Bamba“, popularizada por Richie Valens. Pachanguera pero efectiva siempre en cualquier sarao que se precie, qué duda cabe. Así que nada, de esta forma tan peculiar se despidieron, somos Deer Tick y hacemos lo que nos sale de los huevos. Pues que así sea, mientras nos sigan obsequiando con conciertos tan fantásticos como este, como si les apetece acabar con “Malagueña Salerosa“. De hecho, estaría muy bien…a ver si cae el año que viene.
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