BIME Live no es solo que sea el festival más importante de cada otoño, es que se ha convertido en uno de nuestros eventos preferidos del año. Por su heterogeneidad, su ambiente, su comodidad, la calidad de su propuesta, el recinto en el que se celebra y un contexto inigualable. Porque más allá de que el BEC! De Barakaldo y la ciudad de Bilbao sean unas ubicaciones perfectas, todas las actividades vinculadas (BIME Pro y BIME City) hacen que se trate de una experiencia como ninguna otra en España.
Este año, un cartel encabezado por el regreso de Jamiroquai y la atractiva propuesta 3D de Krafterwerk, congregaron durante los días 1 y 2 de noviembre a más de 20.000 personas. Una cifra muy similar a las de otras ediciones que responde a la destacable fidelidad de un público que siempre se ve sorprendido por nombres menores. En esta ocasión por los dos grandes triunfadores del festival: Glen Hansard y Brittany Howard. Aunque si hay algo que cada año nos deja más claro el BIME es que los sonidos electrónicos y los riffs de guitarra no podrían maridar mejor. Una fórmula perfecta que esperemos que no se agote nunca.
Viernes
Entramos cuando Enric Montefusco acababa de subirse al escenario. Su buen hacer es innegable. Los vientos y las cuerdas se mezclan con su característico timbre en un directo bastante animado. Sin embargo, por mucho que nos gustara Standstill, su carrera en solitario no consigue tocarnos ni una fibra despistada. Por suerte, nos leyó el pensamiento y decidió tocar “¿Por qué me llamas a estas horas?”.
A esa hora, en el escenario Antzerkia se encontraba ya la triunfita Amaia. Mis disculpas por usar un adjetivo que no le hace justicia pero que facilita eficazmente su identificación. Desde el principio del concurso televisivo ya se vio que era una rara avis. Tiene talento, sabe tocar varios instrumentos y posee una personalidad antagónica a la de sus compañeros. En directo logra plasmar todas estas aptitudes con absoluta solvencia. Toca la guitarra y el piano y demuestra que su voz es todo un regalo. Su inocencia espontánea es irresistible, aunque se hace tanto la tonta que resulta bastante impostado. Por otro lado, puede que su disco no esté a la altura de las desbordadas expectativas que había depositadas en ella, pero eso es porque eran absolutamente desmesuradas. Sus canciones son suaves píldoras de pop naif que cumplen su función: acariciarte los oídos y —levemente- la corteza del alma.
Llegado el momento del directo más destacado del día, nos pusimos las gafas 3D que nos dieron a la entrada y recibimos a esos cuatro androides alemanes llamados Kraftwerk. Creadores del sonido krautrock, pioneros absolutos de la electrónica y uno de los grupos más influyentes de la historia de la música contemporánea (The Observer incluso llegó a decir que ninguna otra banda desde The Beatles ha dado tanto a la cultura pop)… Son tantos los titulares que se pueden dar para definir su carrera que sobra decir cuánto nos emocionaba verlos al fin. Y la espera mereció la pena porque fue un viaje fascinante. En un arranque poderoso, de la mano de “Numbers” y “Computer World“, vimos el sentido de las gafas: un telón de fondo tejido con visuales retrofuturistas que salían de la pantalla para bailar junto a los cuatro integrantes, mientras éstos permanecían hiératicos frente a sus icónicos teclados. No tardó en llegar uno de los mejores temas, “The Man Machine“, seguida de “Spacelab” y la popular “Autobahn“, aunque “Radioactivity” funcionó incluso mejor, a diferencia del set de “Tour de France“, que acabó rallando de más. Soberbio eso sí el bis compuesto por la inmortal y pegadiza “The Robots” seguida de una remezcla de “Boing Boom Tschak“, “Techno Pop” y “Music Non Stop” mientras veíamos en la pantalla un OVNI pasando frente al Guggenheim y aterrizando en el BEC. A destacar que, en los últimos momentos del show, a quienes aplaudíamos era a cuatro maniquís que sustituyeron un rato a los músicos. Magnífica performance distópica de un futuro no tan lejano.
Foals nos interesan más cuando revisten su pop vitamínico con riffs post-rockeros más que cuando se ponen “matemáticos”, pero en general todos sus conciertos destacan por ser muy dinámicos. Este no iba a ser menos, aprovechando que Yannis Filipakis se había puesto en plan hawaiano. Los que sí que volvieron a robarnos el corazón fueron Morgan. Su actitud es tan sincera y su sonido tan perfecto que es inevitable rendirse a sus bellas canciones. Y qué podemos decir de la voz de Nina que no hayamos dicho ya mil veces, es la mejor que tenemos en España y debería ser declarada bien de interés nacional. Cerraron con “Marry You” y respondimos que sí, que hasta que la muerte nos separe.
Floating Points, el nombre artístico de Sam Shepherd, dejó claro que es uno de los mejores lives de electrónica vanguardista que puedes ver en la actualidad. Combinó tanto sonidos experimentales con techno pistero, en una tormenta de IDM que hizo que los sets de Pional y Daphni que vinieron después en el espacio Gaua nos supieran un poco insípidos, a pesar de que el primero lo hiciera muy bien pese a que no estuvo tan ecléctico como otras veces.
Por lo demás, el Goxo (espacio dedicado a la “música urbana”) tenía un escenario tan bajo que no se veía a los artistas, solo se les escuchaba y, dado que dio la impresión de que lo único que hacían era reggaetton, no se nos vio mucho por allí. De donde no no nos movimos fue del escenario en el que Röyksopp hicieron su dj set. Cuando les confirmaron en lo alto del cartel nos pareció incluso ofensivo dado que, al fin y al cabo, no se trató más que de una selección de temas que podría haber pinchado cualquiera. Pues bien, tuvimos que tragarnos las palabras porque hicieron la mejor sesión de todo el festival. Puro baile electro pop y progresivo. Tan lleno de gusto como de diversión gracias a fantásticos remixes de sus propios temas y de otros artistas como la maravillosa Robyn. Eso sí, la próxima vez sería genial que tocaran en formato live porque lo estamos deseando.
Sábado
Entre unos festivales y otros, este año nos hemos visto obligados a ver a Carolina Durante muchas veces de las deseadas. Concretamente todas. Así que en esta ocasión nos permitimos el lujo de entrar directamente a ver a The Divine Comedy. Dado que no somos excesivamente fans de su faceta más barroca, fue de agradecer que hicieran un setlist muy variado, desde temas más bailables a otros más intimistas. En general, altas dosis de languidez y elegancia que acabaron con “A Lady of a Certain Age“, “Absent Friends” y “Tonight We Fly
Aunque claro, si hablamos de sobriedad y elegancia, Mark Lanegan es el rey. El sonido del Antzerkia no le favoreció del todo, especialmente en el foso, pero no quedaba más remedio que bajar si querías huir de la omnipresente cháchara de la grada. Aun sin un sonido pulcro, sonó tan poderoso como siempre. Más sombrío quizás. Costaba creer por su semblante que quisiera estar ahí, pero la verdad es que hacía juego a la perfección con el estricto luto de la banda y la oscuridad de sus emocionantes canciones. Empezó con “Disbelief Suspension” y acabó trece temas después con “Death Trip to Tulsa“. Se hizo demasiado corto pero le dio tiempo incluso a versionar a los Twilight Singers con “Deepest Shade“.
Y de un grande a otra grande: Brittany Howard, cantante y guitarrista de Alabama Shakes. Es un animal de escenario y la responsable de que un mayor número de gente que no tenía ni idea de quien era se quedara embobada viéndola en acción. La gran sorpresa para muchos. Y es que es imposible que te deje indiferente su despliegue de fuerza en una amalgama explosiva de góspel, funk y rock and roll. Arropada por una banda tan excéntrica como brillante, deslumbraron tanto en los temas propios como en versiones realmente personales de canciones como “The Breakdown” de Prince, “Higher and higher” de Jackie Wilson o “Revolution” de los Beatles en un bis cuya guinda fue “History Repeats“. Si el concierto hubiera durado tres horas habríamos seguido queriendo más.
Nos dejó encendidísimos de cara al cabeza de cartel del festival, Jamiroquai, aunque el subidón se nos cortó de golpe cuando leímos en la pantalla que Jay Kay había sido diagnosticado de laringitis esa mañana pero que aun así trataría de dar lo mejor de sí. Tras década y media de espera era lo último que el público quería leer. Sin embargo, los temores se esfumaron con la misma rapidez con la que habían venido cuando salió al escenario y empezó a cantar con una voz perfecta. Ya querría yo que todas mis laringitis fueran así. Los fans, casi en su totalidad de la época en la que el londinense alcanzó la cima, estaban de lo más receptivos y celebraron cada canción con bastante entusiasmo, pero hay que admitir que ha envejecido bastante mal. Su música, no él. Bueno, él está bastante más redondo y el chándal maradoniano no le favorece, pero eso nos da igual porque la voz la conserva impecable a pesar de las circunstancias. Echamos de menos sus bailecitos infalibles, pero qué le vamos a hacer.
El caso es que su disco funk heredero de los setenta no suena fresco como sonaba cuando vendía millones de discos, sino más bien a revival ligeramente trasnochado. Además, el hecho de que alargara cada canción hasta la extenuación no ayudaba a hacerlo más ligero. Y por si no fuera poco, los visuales eran tan cutres que el conjunto no te daba la impresión de estar viviendo precisamente un regreso histórico. Como al quinto tema vimos por donde iban a ir los tiros todo el concierto, optamos por ir a Glen Hansard y fue la mejor decisión que tomamos en todo el fin de semana. Antes de explayarnos, decir que nos dio tiempo a ver un rato más de Jamiroquai cuando acabó el otro concierto. El repertorio que tocó podéis verlo en la lista de sus canciones más escuchadas de Spotify. Un greatest hits festivalero que era lo que demandaban las circunstancias. La recta final, por todo lo alto con “Cosmic Girl“, “Travelling Without Moving”, “Canned Heat” y “Love Foolosophy“. Sobra decir que, a pesar de todo, nos hizo bailar. Con esa música es imposible no hacerlo.
La actuación de Glen Hansard fue, básicamente, la mejor de todo el festival. La más brillante, emotiva y sobrecogedora de todas. Siete músicos excepcionales con varios instrumentos cada uno hasta sumar casi la veintena. Un escenario tenuemente iluminado para que nos concentráramos únicamente en su música. Un folk rock intimista y al mismo tiempo explosivo que hizo que en algunos momentos tuviéramos que acordarnos de seguir respirando. Además, como toda la masa a esas horas estaba meneando las caderas con Jamiroquai, si algo se respiró en el auditorio fue respeto e introspección. El repertorio comenzó con dos covers de The Swell Season para proseguir con las emotivas “Bird of Sorrow” y “Winning Streak” con Glen en solitario. Aunque el culmen lo alcanzó cantando a capella y sin micro “Grace Beneath the Pines” arropado por un silencio sepulcral. Hubo otros dos grandes versiones, “Fitzcarraldo” de The Frames y “Dream Baby Dream” de Suicide, pero el éxtasis absoluto lo alcanzó, y nosotros de su mano, con “Fool’s Game” y un final apoteósico en el que todos los músicos se entregaron a sus instrumentos logrando un muro de sonido realmente apabullante. Fue un concierto increíble.
Otra que dio un gran concierto fue Róisín Murphy, mucho mejor que la última vez que pudimos verla en el Paraíso Festival. Completamente entregada a la audiencia, se dedicó eminentemente a repasar sus dos primeros discos en solitario, además de su último single “Incapable” y una de las canciones que le hizo famosa con Moloko: “Forever More“. La otra, “Sing It Back“, simplemente la cantó de refilón mientras alargaba el final de “Exploitation“. Cerró con la gran “Overpowered” y una “Flash of Light” que parecía que no iba a acabar nunca. Para nuestro deleite, porque da gusto ver a Róisín probarse modelitos futuristas y agitarse por el escenario como si tuviera veinte años. En cierto modo, los tiene. Sin duda es alguien a quien imitar.
La fiesta terminó con el techno de corte purista de Pearson Sound y la contundencia ácida e industrial de Helena Hauff en el Gaua. No fue un cierre tan apoteósico como el de Nina Kravitz el año anterior, pero desde luego sí lo suficiente para terminar de exprimir nuestras fuerzas. Una vez más y en todos los aspectos, un BIME fantástico.
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