Para muchos Wacken es la tierra prometida. Dicen que es el lugar más heavy del planeta y probablemente tengan razón. Quien acude por primera vez no puede contener su asombro, ni tampoco su entusiasmo; ya sea por las constantes referencias metálicas del festival -Highway to Hell y Acacia Avenue son algunos nombres de los caminos de la acampada-, por la megalomanía de sus proporciones o por ese pueblo de dos mil habitantes que se entrega totalmente ante semejante explosión demográfica. Pero después de estar allí varios años ese fervor casi religioso desaparece y lo que queda es la oportunidad de pasar unos días con amigos disfrutando de la música. Eso sí, con una organización y unas instalaciones que rozan la perfección.
El miércoles es el día de llegada. A mediodía comienza la Metal Battle, el concurso de bandas entre países, que se alarga hasta el jueves. También hay algún que otro concierto folk de poca importancia y, sobre todo, muchas actividades fuera de lo musical. Porque desde el año pasado Wacken ha empezado a convertirse en algo así como un parque temático para heavies, y en especial para ese absurda gran cantidad de aspirantes a vikingo que pueblan los festivales. Pero entre toda la paja -no la del poblado medieval, sino la de las peleas de caballeros y demás actividades- a veces hay algo interesante. Ya el jueves, después de haber pasado la noche de rigor en el animado Biergarden, actuaba el cómico estadounidense Jim Breuer. Durante tres cuartos de hora hizo reír sin parar a una carpa repleta con sus monólogos sobre el metal y el alcohol, y por supuesto con sus acertadas imitaciones de Hetfield, Angus, Ozzy y Halford -probada eficacia, no hay más que verlo en vídeo-.
Helloween
Lo musicalmente relevante empezó a media tarde con Helloween. Pero su concierto se derrumbó a base de momentos anticlimáticos. Primero cuando dos veces intentaron abrir con ‘Are You Metal?‘ y dos veces se fue el sonido de todo el festival, hasta que consiguieron seguir con ‘Eagle Fly Free’.
No obstante, por irónico que parezca, el mayor anticlímax llegó con dos de sus canciones más veneradas, cuando alargaron hasta la saciedad ‘Future World’ y ‘I Want Out’ a base de incomprensibles parloteos en alemán sobre un monótono ritmo de batería. Al menos en parte supieron darle al público lo que quería, con un setlist centrado mayoritariamente en los ‘Keepers’.
Blind Guardian
Blind Guardian tuvieron mejor fortuna que Helloween, aunque también, como a ellos, el bombo les sonaba demasiado fuerte, y tratándose de grupos de Power Metal, esto es algo cercano a la más absoluta condena. Al rato el problema se arregló y los de Hansi Kürsch pudieron dar un buen concierto que supo conjugar lo viejo (‘Nightfall’, ‘Valhalla’) y lo nuevo (‘Sacred Worlds’, ‘Fly’).
Pero su actuación no se pudo disfrutar tanto por la masificación del público -¡y pensar que los alemanes no tienen nada claro esto del espacio vital!-, una constante durante toda la jornada. De todas formas, ver cerrar a Blind Guardian con ‘The Bard’s Song’ y ‘Mirror Mirror’ es siempre algo emocionante, y así lo fue en Wacken.
Ozzy Osbourne
Probablemente la definición del verbo balbucir se escribió pensando en Ozzy Osbourne, cabeza de cartel de aquella noche. Así, balbuceo a balbuceo, el Madman ofreció un concierto que se salvó por lo mítico de su propuesta. Ozzy se ha convertido a estas alturas en una caricatura de sí mismo, pero a nadie se le escapa que es una leyenda andante -aunque lo de andante sea algo cada vez más dudoso, por sus tremendas dificultades para moverse-. Disfruta más que nadie en el escenario y también consigue hacer disfrutar a sus seguidores, y eso es algo totalmente respetable. Acompañado de Gus G -¡no era necesario ese solo tan largo!-, tocó algunos de sus éxitos, como ‘Mr. Crowley’ y ‘Bark at the Moon’, y las versiones de Black Sabbath de rigor (‘War Pigs’, ‘Rat Salad’, ‘Iron Man’). Después de abandonar el escenario tras ‘Crazy Train’, volvió para cerrar la jornada con ‘Mama I’m Coming Home’ y ‘Paranoid’.
Los jueves de Wacken siempre saben a poco y a uno le da por pensar que, por mucho que se diga, Wacken está sobrevalorado. Durante esa primera jornada, más enfocada al metal clásico, los conciertos son pocos y las alternativas, escasas -señores organizadores, ¿cuándo harán un reparto más equitativo de las bandas a lo largo de los días?-. Pero esta pega, quizá el mayor defecto de la organización, no quita que Wacken esté a años luz de cualquier festival español, aunque las tres bandas principales de ese día no fueran precisamente de las que no suelen frecuentar España.
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